Rapto de una primavera
Se cumplieron las peores previsiones en una jornada en la que la lluvia hizo volver a sus templos a Humildad, Humildad y Paciencia y Dulce Nombre. Pero no faltó el bendito contaste.
ESTA crónica de Domingo de Ramos empieza el Sábado de Pasión. A primera hora de la tarde, los hombres de trono que habían protagonizado por la mañana el traslado del Cautivo y la Trinidad, deslucido finalmente a causa de la lluvia, celebraban su gesta en la taberna El Repique, frente al Teatro Cervantes. Y he aquí que uno de los mozos, corpulento, ya entrado en años pero de admirable condición física, se asomó al balcón del primer piso del local y, dirigiéndose a las masas, embriagado de ardor y oratoria como un Millán Astray pasado de rosca, lanzó a voz en grito: "¡Viva María de la Santísima Trinidad Coronada!" Y el "¡Viva!" que respondieron en consecuencia tanto quienes daban cuenta del almuerzo como quienes pasaban justo entonces por la calle bastó para sacarle dos lagrimones al nuevo busto de Manuel Alcántara que preside el Salón de los Espejos del Ayuntamiento. Tal fue, sin remedio, el gesto fundacional de la Semana Santa malagueña, arrobado por el éxtasis, pues es ahí, en la cima donde la razón entrega la cuchara, donde toda esta idolatría tiene sentido y lo pierde por completo. Inmediatamente, como guiados por la precisa voz del capataz, los hombres de trono se levantaron de sus sillas y empezaron a emular en sus puestos el movimiento con el que mecen los tronos en los varales, izquierda, derecha, izquierda. Algunas horas después, muy cerquita, en la calle Cárcer, los mismos héroes mostraban un perfil notablemente más bajo, cuales sopistas en retirada, seguramente a consecuencia de un café demasiado prolongado. Pero así es el éxtasis: únicamente admite una entrega sin concesiones. Como vino a decir Confucio: o estamos en lo que estamos, o no estamos en lo que estamos. Ocurre, sin embargo, que los fenómenos de mayor envergadura son a la vez los más frágiles, pero es esta debilidad la que los hace grandes. Con un simple chaparrón, semejante ascenso del corazón queda contrariado, deslucido y cabizbajo; y ayer, después de un invierno que no ha sido tal, la primavera decidió ser más primavera que nunca y regaló un Domingo de Ramos en claroscuro, con chubascos y tránsitos del sol más cálido, entre sombras y luces discretas. Las consecuencias no gustaron a nadie: Humildad y Paciencia, Dulce Nombre y Humildad regresaron a sus templos (la tercera lo hizo apenas poner el pie en el Compás de la Victoria) ante la inclemencia, mientras que Huerto, Salutación, Salud y Prendimiento procesionaron por la tarde con retraso con tal de despistar al infortunio. Por la mañana, la Pollinica y Lágrimas y Favores, que recortó el trayecto previsto, aligeraron el paso a pesar del suelo mojado para evitar que sus titulares quedasen dañados. Pero no faltaron las dosis de contraste que hacen de la Semana Santa una experiencia única a pie de calle: Málaga se reivindica en el éxtasis y cada uno procura estar a la altura como puede. El resultado, en todo caso, es un espectáculo proverbial.
Ya truene o estalle el Cerro Coronado, el Domingo de Ramos sigue sus ritos, familiares y domésticos, entrañablemente hogareños. La salida de la Pollinica es una fiesta a la que muchos malagueños prefieren, todavía, acudir con cierto toque de distinción, y es aquí donde los contrastes se refuerzan. Porque no bastan las bolas en los calcetines de los más pequeños (por mucho frío que hiciera, no pocos padres exigieron a sus vástagos varones el sacrificio de bajar al centro en pantalón corto), sino una elegancia acorde con el tamaño de la fe. Por eso abundaban ayer en el Pasillo de Santa Isabel, al paso de la Virgen del Amparo, pandillitas de jóvenes virtuosos que demostraban una inquebrantable voluntad de estilo: entre ellos eran materia común las melenas engominadas, las barbas de pulcritud esmerada, chaquetas con coderas de El Ganso, corbatas combinadas con camisas a cuadros, pantalones pitillo y zapatos sin calcetines; entre ellas, falditas de raso, medias coló canne y zapatitos lisos. Es decir, como para salir huyendo. En algún cruce de esta historia los hipsters con pintas de querer ser de mayor concejales de Ciudadanos se apuntaron a la catequesis y, claro, salió lo que salió. Pero también en el pasillo de Santa Isabel una señora de cana cabellera y porte inestable devoraba una bolsa de patatas fritas del Dia mientras los hombres de trono mecían con tiento al Señor de la Pollinica, luchando contra un globo de Doraemon atado a un carrito de bebé que interrumpía su privilegiada panorámica. A eso de las 10:00 cayeron unas gotas y a partir de entonces las precipitaciones, aún mínimas, se hicieron intermitentes, lo que obligó a mantener los plásticos alerta y a acelerar el ritmo más de lo debido en algunos tramos. Pero en Málaga había ganas de Semana Santa y así lo confirmaron unas calles atestadas, en las que lo mismo cabía encontrar a los primeros coleccionistas de montones de cera, vendedores de lotería, turistas alucinados, incondicionales del asunto dispuestos a no perder detalle con sus iphones, niños aporreando los primeros tambores de plástico para la puesta a prueba de la paciencia de los mayores, canis de chándal gris y costumbres poco higiénicas (a la llegada de María del Amparo olía a joint californiano en el Puente de los Alemanes como para montar otro Woodstock) y hasta al pintor norteamericano Mark Ryden, último apóstol del surrealismo pop que protagonizará una exposición en el CAC en diciembre y que está estos días por aquí (dado que la iconografía religiosa no le es precisamente ajena, seguro que habrá encontrado ya serios motivos de inspiración). En la esquina de Félix Sáenz y Sagasta, una chica gótica sacada de la imaginación de Stieg Larsson escuchaba en sus auriculares Love will tear us apart de Joy Division mientras veía a Lágrimas y Favores a un volumen capaz de sobreponerse al fragor de la Banda Municipal de Carmona, que cerraba el cortejo. Claro que siempre quedaba la posibilidad de comprar una crucecita de palma en la Plaza del Obispo, una piruleta del Cautivo en la calle Cister o toda una gama de golosinas cofrades en Paco José, en Atarazanas. Una cosmogonía en las aceras.
Por la tarde hubo llantos y decepciones, como las que florecieron en la Victoria ante la precipitada vuelta de la Humildad; pero la incertidumbre que genera la lluvia también juega a favor del contraste. A ojos de un observador ajeno, resulta significativa la camaradería que cunde entre los hombres de trono en los prolegómenos de una procesión, más aún cuando no está muy claro si la misma va a salir o no. Ayer, en la casa hermandad del Prendimiento, en la calle San Millán, los susodichos se mostraban su afecto de manera bien visible y efusiva: ataviados ya con sus túnicas se prodigaban todo tipo de besos, abrazos, caricias en las cabezas, pellizcos en las mejillas, palmadas en las espaldas, golpes en el pecho, tirones en las orejas, apretones en las narices, cruces en las manos y demás señales físicas de compenetración, como dándose ánimos, pase lo que pase aquí estamos. Al fin y al cabo, sacar un trono a hombros es una de esas cosas que hacen los hombres cuando no salen con sus mujeres. La Pasión, en fin, siguió su curso, con Málaga ya rendida a sus propios pies. Eppur si muove.
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