Semana Santa

Una ciudad llamada Legión

  • Antonio Banderas fue reconocido como legionario de honor en una cital matinal repleta de contrastes.

NO puede haber psicoanalista en el mundo que explique por qué Málaga pierde la cabeza cada Jueves Santo con el desembarco de la Legión y el posterior traslado del Cristo de la Buena Muerte en Santo Domingo. Vaya usted a saber qué matiz atávico, qué cuenca filogenética, qué pasión encendida saca de sus casas a miles de personas de toda condición y origen para admirar el paso de los soldados y aplaudir su bravura, su disposición, su música, su trote marcial, sus barbillas tan altas como el cielo, la devoción con la que rinden armas al Señor. La ocasión de ayer resultó especial por varios motivos, pero el principal fue el desquite que supuso la bendición del tiempo, con un día que resultó soleado y espléndido, frente al desastre que la lluvia ocasionó el miércoles. Así que era otra legión, multitudinaria, hecha de familias, pequeñajos, ancianos, mozalbetes y otros ejemplares de los que luego daremos cuenta, la que se agolpaba desde el Paseo de los Curas hasta Santo Domingo ya a eso de las 10:00. El desembarco del tercio Alejandro Farnesio IV de la Legión de Ronda, puntual, aconteció poco después de las 11:00 en el Muelle 2, justo en el Palmeral de las Sorpresas, lo que constituyó una novedad jugosa (digamos que la llegada de los efectivos a tierra y la posterior revista ganó puntos al contar con un entorno bastante más evocador), aunque el verdadero beneficiado del asunto fue el Muelle Uno: gran parte de aquella afición entregada decidió pasar allí el resto del día y las tiendas, bares y restaurantes se llenaron como nunca desde la inauguración de la zona de ocio. Incluso varias horas después resultaba difícil encontrar sitio para almorzar o ir de tapas.

Los encargados de algunos establecimientos del área de restauración confirmaron que nunca habían vivido nada igual desde que abrieron sus puertas. Cuánto agradecería el Muelle Uno, al cabo, un desembarco legionario todos los días. O un Cristo custodiado por dos legionarios de forma perpetua en el cubo de la esquina.

La otra aquella legión que esperaba al tercio aglutinaba en sus entrañas la variedad de costumbre: familias al completo con neveras y sillas de playa, chavales encaramados a casi cualquier reja (también algunos respetables señores compartían esta práctica), turistas alucinados que no daban abasto con sus cámaras, nostálgicos y veteranos de barbas pilosas y galones clavados en jerseys deshilachados, capillitas de punta en blanco, entusiastas que no dudaron en aprovechar la rojigualda de la última Eurocopa, niños a mansalva, acólitos del lumpen, adolescentes devoradores de bocadillos de mortadela, abuelos jocosos y comentaristas de pro. No faltaban los próceres del merchandising que vendían en sus muestrarios pañuelos, chapitas, estampitas, escapularios, pins, figuritas y mil y un artículos relacionados con la Legión. El más pintoresco, sin embargo, era un fan que, subido a una bici, arrastraba un pequeño carrito con miniaturas de los legionarios y del Cristo de la Buena Muerte y, en un alarde de honestidad, retratos de Francisco Franco y Millán-Astray. El presunto se unió al desfile armado en la retaguardia junto a otro grupo de exaltados y, dado que este año tampoco la Legión se trajo la cabra, hizo un poco las veces del rumiante en lo que a colofón se refería.

Cada paso de los valientes legionarios era correspondido con vítores y salvas. Mientras tanto, en la explanada de Santo Domingo, algunos de los legionarios que habían guardado la última custodia al Cristo accedían a fotografiarse con yolis sacadas del último concierto de El Barrio. Pero fue aquí donde volvió a darse la nota negativa de todos los años. El desfile legionario se detuvo en la calle Hilera a la espera de las autoridades que todavía estaban por llegar y hubo que esperar un buen rato. Tal vez demasiado: el último autobús cargado de ilustres con asiento reservado atracó pasadas las 12:20, cuando el traslado del Cristo estaba previsto para las 12:00. En los aledaños había gente que llevaba esperando el fugaz paso de la Legión desde antes de las 10:00 y muchos no dudaron en abuchear a los retrasados. Pero ya se sabe que en esto de la Semana Santa y la Legión lo de menos es que las autoridades hayan sido elegidas democráticamente. Por allí estaban el director general de la Guardia Civil, Arsenio Fernández de Mesa; el subdelegado del Gobierno en Málaga, Jorge Hernández Mollar; el alcalde, Francisco de la Torre;  y otros miembros de la corporación municipal. Tampoco faltó Antonio Banderas, quien, acompañado de su esposa Melanie Griffith, recibió el chapiri que le acredita como legionario de honor en reconocimiento a sus méritos como "persona de bien", "trabajadora" y como "malagueño universal". Luego llegó el traslado, el Novio de la muerte, el recuerdo a los caídos, la liturgia de siempre. Y Málaga fue Legión. Lo raro será que alguna vez deje de serlo.  

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