Semana Santa

Una revancha en la plenitud de las calles

  • Santa Cruz, Cena, Viñeros, Mena, Misericordia, Zamarrilla y Esperanza procesionaron en un día luminoso repleto de belleza

DE verdadera revancha puede considerarse la jornada del Jueves Santo. Si la del Miércoles quedó pasada por agua y mandada al traste, ayer se celebraron las siete procesiones previstas con un clima espléndido, en un ambiente soleado que pareció por fin dar carpetazo al invierno y que invitó a todo el mundo a salir de sus casas ya desde el desembarco de la Legión y el traslado del Cristo de la Buena Muerte por la mañana. Si el Jueves Santo se dan cita algunos de los elementos fundamentales de la Pasión malagueña, ayer éstos se vivieron en plenitud, con multitudes apostadas en cualquier esquina. Santa Cruz, Cena y Viñeros llenaron ya a primera hora de la tarde todo el entorno de Pozos Dulces y Carretería de magia y emoción. Mena ganó a sus incondicionales, rendidos a los pies de la Legión. Misericordia alumbró el corazón del Perchel con algunas de las estampas más hermosas de la jornada. Zamarrilla recreó su singularidad de belleza y quietud entre la Trinidad y el Perchel. Y la Esperanza reinó hasta bien entrada la madrugada a los ojos de una ciudad que se resistía a dar por concluido el Jueves Santo. Ayer fue también un día bien señalado en el calendario litúrgico, por lo que todos los templos mantuvieron una actividad frenética más allá de las procesiones, con los Oficios en la Catedral como eje central. Convivieron así los matices más populares de la Semana Santa de Málaga y los más inclinados a la oración y el recogimiento. Entre la fe y el pulso a la calle, la ciudad fue un continuo trasiego, intermitente, de participantes movidos por intereses distintos pero una misma determinación en apurar el día hasta el fondo. Huelga decir, claro, que parecía no caber un afiler en parte alguna.

Santa Cruz

La primavera se metió en cada poro del Jueves Santo. Lucía el sol para hacer olvidar las lágrimas afloradas en la noche anterior y muy temprano, a las 15:15, la Hermandad de la Santa Cruz y Nuestra Señora de los Dolores en su Amparo y Misericordia abría la tarde procesional que depararía grandes momentos. De la Parroquia de San Felipe Neri, puntualmente, salió el único trono de esta cofradía de nazarenos de duelo con cinturón de esparto. Con una saeta lo recibieron en la puerta del tempo y, aunque predominaba el respeto y el silencio en la calle Gaona, se escucharon aplausos cuando los portadores pusieron en la calle a la Santa Cruz. El sonido de tambores acompañaba el paso del trono de caoba adornado con iris morados en las ánforas y rosas rojas rodeadas de espino. Sobre un monte de claveles, la soledad de María al pie de la cruz, con la corona de espinas que laceró la piel de su Hijo en las manos y su honda pena impresa en el rostro que llora. Más gente que de costumbre subió la calle Dos Aceras para arropar a la hermandad en el inicio del recorrido procesional que un poco más tarde buscaría también el recogimiento de calles pequeñas e intrincadas como Arco de la Cabeza u Pozos Dulces. Después de su paso por el recorrido oficial haría estación de penitencia en la Catedral.

Sagrada Cena

El mejor lugar para presenciar la salida de la Cena era el Muro de Puerta Nueva, justo en la esquina de los Mellizos. Este rincón a menudo soslayado constituye uno de los núcleos menos intervenidos en Málaga en las últimas décadas: por eso conserva un cierto aire primigenio, un ambiente intacto, tal vez porque, en la memoria, este trozo de Málaga se mantiene así desde la infancia, en su atalaya humilde de río que desemboca sin embargo a arquitecturas representativas del esplendor de la ciudad y a la barahunda que ofrece la calle Compañía. La Cruz Guía salió a la hora señalada y tras los penitentes el monumental trono del Señor de la Sagrada Cena, arropado por la agrupación musical Dulce Nombre de Granada. La procesión mantuvo sus aires percheleros, especialmente en las miradas delatoras de quienes recordaban la misma estampa revivida durante años junto a la estación. María Santísima de la Paz lució su talla recién restaurada (al igual que la del Señor, con la que comparte nueva ubicación en la capilla de Santa Gema de la iglesia de los Mártires) y se asomó al Pasillo Santa Isabel con aires de conquista. La marcha Sacramento de nuestra fe, compuesta con categoría de estreno por Juan Alberto Pérez Rojas, dejó el corazón encogido a buena parte de quienes intentaban, inútilmente, inmortalizar aquel momento en sus cámaras y móviles. Pero lo mejor era ver la procesión de vuelta en la Tribuna de los Pobres, avanzada ya la noche y pletórico el Jueves Santo de identidad y fortuna. Y es que pocos tronos pueden competir en hermosura con el del Señor de la Sagrada Cena cuando busca su meta por Cisneros, la culminación de una ocasión a la fe poco antes del espléndido encierro.

Viñeros

La banda estaba ya formada en la calle Nosquera cuando en la plaza de Viñeros los hombres de trono saludaban su reencuentro, dispuestos a asumir la penitencia bajo el varal. Frente a las puertas de la casa hermandad se agolpaban más almas de las que el estrecho ensanche podía soportar, más aún cuando los tronos tienen que ejecutar una complicada maniobra para iniciar el recorrido procesional por la escueta calle Biedmas. También allí había gente, a pesar de los esfuerzos de la cofradía y la Policía por despejarla. Podía más el ansia de ver a escasos centímetros a Nuestro Padre Jesús Nazareno de Viñeros y a Nuestra Señora del Traspaso y Soledad. Empotrados en los delgados vanos de los portales se colocaban familias, adolescentes y fotógrafos a esperar la salida de Jesús cargado con la cruz y su Madre, Dolorosa sin palio. Los nazarenos formaron el cortejo en la calle Carretería, la banda comenzó a tocar y a los pocos minutos apareció el alcalde para dar el primer toque de campana al trono del Cristo. Tras el himno nacional los hombres de trono subieron a su Señor a los hombros para trazar la curva con precisión y delicadeza. "Sin mecer casi", decía el alcalde de Málaga en su función de mayordomo de trono a lo largo de la calle Biedmas. No podían desviar el paso ni un centímetro para no chocar con los muros hechos a la medida exacta del Cristo. Las mantillas vistieron de negro el dolor poco antes de que la Virgen del Traspaso y la Soledad, con su manto bordado en oro, siguiera los pasos de su Hijo llenando con pasos serenos la estrecha calle, La espiritualidad de la iconografía se elevó aún más con las notas de la banda. Se encaminaba así a un recorrido que tendría otros momentos brillantes, como su paso por la calle Santa María o su estación de penitencia en la Catedral.

Mena

El Cristo de la Buena Muerte regresó a las calles tras el traslado matinal acompañado de la Virgen de la Soledad. El entorno de la iglesia de Santo Domingo no había dejado de ser un hervidero, y la salida procesional, puntual, ganó de inmediato los aplausos del público. El tercio Alejandro Farnesio IV de la Legión de Ronda hizo honor a su Santo Protector y templó sus voces para entonar El novio de la muerte durante buena parte del trayecto, especialmente durante el recorrido oficial. Pero antes había merecido la pena ver el perfil del Cristo y de la bellísima Dolorosa, colmada de calas y fresias blancas, en el Puente de Tetuán. En la procesión de Mena se dan cita los mayores contrastes de la Semana Santa de Málaga, el fervor religioso y la exaltación militar, la proyección de las insignias y el culto a lo pintoresco, y ambas cundieron con generosidad. Pero cuando el cortejo entró en una calle Larios repleta hasta los topes, la reacción de la gente fue la más cercana al éxtasis. En la Plaza Uncibay se acentuaron los contrastes, e

entre la solemnidad marcial de la procesión, acentuada por los tambores sordos de la Legión y los cánticos, y las distancias poderosamente recortadas. También fue la Tribuna de los Pobres el enclave en el que estar ya de vuelta, antes de la magia extraña de Hoyo de Esparteros y Prim, antes del regreso a un Perchel imposible.

Misericordia

Pocos minutos hay en la Semana Santa de Málaga comparables al momento en que los hermanos de Jesús de la Misericordia piden al gentío silencio ante la inminente comparecencia del Señor. En Plaza de Toros Vieja y La Serna todo parece nuevo: el mercado, la misma casa hermandad. Pero algo misteriosamente antiguo, casi mitológico, late en Ancha del Carmen cuando la tarde se hace noche y es una iluminación tenue la que alumbra las aceras. La salida de ayer fue tumultuosa, festiva, majestuosa; pero también evocadora, inspiradora, cercana, resuelta en las distancias cortas. El Chiquito es aquí dueño y señor: mueve a los suyos en un sentimiento de compasión perpetua. Las mujeres lo aclaman y le lanzan besos, los hombres lo miran como a un hermano con el que se reencuentran una vez al año, los niños lo celebran como algo propio. En pocas procesiones hay además tantos vecinos regresados para ver una imagen como en ésta: nunca el Perchel es por tanto tan Perchel como en la noche de Jueves Santo. El antiguo arrabal, ceñido hoy a un territorio olvidado fuera de todo tránsito, castigado además por unas interminables obras del Metro que han profundizado aún más en su aislamiento, se resuelve, se revela, se hace más visible detrás de su Señor. La Virgen del Gran Poder fue aclamada en la misma quietud, como un grito que se queda dentro y por eso precisamente suena más fuerte, la plegaria que sólo puede escuchar Dios. La llegada a la Alameda de Colón era como traspasar una frotera a otra ciudad. Pero la procesión, que abría el Real Cuerpo de Bomberos, se creció a cada paso, hermosa en la Alameda, emocionante en la Plaza del Obispo. Sin embargo, algo arrebatador le pertenecía de vuelta a su barrio, tocada la Virgen de un encanto de rescate, prodigiosa a este lado del río. Después del encierro, muy de madrugada, los titulares regresaron a la parroquia del Carmen. Allí conservan, aún hoy, las miradas que ayer ganaron para el cielo.

Zamarrilla

La Señora de la rosa roja atravesada por una daga en el pecho, la obradora, junto a su Hijo, de milagros, la Dolorosa que guarda la leyenda del bandolero arrepentido volvió a deslumbrar a su barrio, El Perchel-Trinidad, a su paso por la calle Mármoles. A escasos metros de la recién reformada ermita y su casa hermandad no cabía un alfiler y la perspectiva hasta el Puente de la Aurora era igual de arrebatadora. Gente y más gente agolpada para recibir el paso cadencioso y suave que se mezclaba con el aroma del incienso del Santísimo Cristo de los Milagros y María Santísima de la Amargura Coronada. Caían flores y pétalos de las terrazas y balcones en señal de ofrenda de aquellos que prefirieron escapar del bullicio gracias a su suerte de tener una vista privilegiada en sus propios salones. Un buen número de promesas acompañaba al Crucificado y también las mantillas con sus rosarios en la mano. A las 20:30 salió de su casa hermandad la Virgen de la Amargura, con sus hermosas piñas de rosas rojas para adornar el trono de plata sobre la que la mecían más de 250 portadores con el ánimo de no desfallecer cuando la rampa de la Aurora, a la vuelta, se transforma en todo un reto. Los fieles más veteranos recordaban a Marifé de Triana, fiel devota de la Zamarrilla. El Cristo muerto en la cruz y la Dolorosa bajo palio hicieron el recorrido oficial tras la Misericordia en una noche mágica de Jueves Santo en la que se repitieron las estampas grabadas en las retinas de muchos.

Esperanza

Por fin el cielo dio una tregua a la archicofradía del Dulce Nombre de Jesús Nazareno del Paso y María Santísima de la Esperanza Coronada y después de dos años sin salir llenaron nuevamente de aroma de romero, de elegancia, de veneración y de fe las calles malagueñas. En la calle Hilera y el puente de la Esperanza miles de cabezas conformaban el mosaico de religiosidad y tradición que supone la Semana Santa malagueña. Y parecía que los Sagrados Titulares navegarían sobre ese mar de fe rendido ante el Nazareno del Paso y su Madre. Ni un paso atrás daría nadie hasta no conseguir esa ramita de romero con la que volver a casa, como una suerte de amuleto protector ante las adversidades, intensas en estos tiempos de crisis. Antes de eso, los congregados aún tendrían que aguardar una larga fila de nazarenos que salían de la casa hermandad en un cortejo aún impreciso. Se escucharon los primeros toques de campana y la gente exclamó con ganas ya de ver al Cristo y a la Virgen de la Esperanza. Los aplausos anticiparon la salida de los varales a la calle para tomar el puente de Tetuán y seguir a Zamarrilla en su recorrido oficial. Media hora después de que saliese de las gigantescas puertas la Cruz Guía lo hizo el Nazareno del Paso para realizar una estación de penitencia muy especial cuando se cumplen los 25 años de la coronación de la Virgen. "Qué maravilla de trono, ¿has visto las dimensiones que tiene?", comentaba un hombre a su amigo encantado de volver a ver al Señor que soporta el madero en su camino al Calvario. Más sorprendería el esplendor de la Virgen del manto verde. En el cielo despejado brilló la luna llena para mostrarle el camino a la cofradía que cerró la redonda jornada del Jueves Santo.

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