Semana Santa

Para una dama de blanco

EL barrio de La Victoria, ya se sabe, es un territorio mítico poblado de fabulosas criaturas: aspirantes a artistas del alambre o de la copla chaqueteados y pintureros, hippies moradores de alguna casa okupa pintada de azul en la que la ropa tendida luce al sol junto a molinillos artesanos, inmigrantes africanos y asiáticos que regentan negocios cuyos horarios se prolongan a menudo de sol a sol, devoradores de marisco que a duras penas mantienen el honor del chupitira, rubicundos estudiantes universitarios europeos beneficiarios de la Erasmus que encontraron piso en Barcenillas o en la calle Amargura y disfrutan la cercanía de la Plaza de la Merced, zapateros remendones y criadores de canarios reglamentarios, paseadores de las más diversas y extrañas razas caninas, jubilados criticones que desconfían de cada movimiento del Gobierno, usuarios del tan perpetuo como discreto botellódromo del Jardín de los Monos, adolescentes repeinados y displicentes que compiten en alguno de los equipos deportivos de los Maristas, y tantos otros. Cada Martes Santo, todos ellos, sin excepción, se dan cita en el enclave al abrigo de las procesiones del Rescate y el Rocío. Ayer el ritual se repitió, aunque sensiblemente modificado. El abismal adelanto de la salida del Rocío a las 15:30 pilló a más de uno desprevenido, aunque a esa hora ya se respiraba el ambiente propio de la circunstancia. La Novia de Málaga volvió a salir tan arropada por los suyos como siempre, aunque desde luego los vítores se multiplicaron en su temprano encierro, antes de la madrugada, respecto a años anteriores. Igual es coincidencia, pero en el bar La Comba, en el Compás de la Victoria, donde sirven unos riquísimos cartuchos de pescaíto frito (es uno de los pocos establecimientos de la ciudad que mantiene tan cómodo y amable formato), la oferta estaba ayer pintada con tiza en las pizarritas de la entrada en un delicioso sistema bilingüe inglés / español, lo que me permitió aprender, mira por dónde, que bacalao se dice en británico cod fish. En la misma acera, la cafetería Isamoa, antigua Samoa, no daba abasto con sus torrijas riquísimas traídas de La Exquisita. Y en el Jardín de los Monos, mientras la Dolorosa ascendía soberbia el Altozano, imperaba el delicioso olor a pollo del asador Padilla, primer proveedor nutricional de la casta más obrera del barrio. Así que, por muy temprano que fuera y por mucho que en la tele todavía dieran el informativo antes del culebrón, al Rocío no le faltó el sabor de su gente, la compañía de su estirpe. Aquí su servidor se vio conquistado por las emociones de siempre, pero además le dio por acordarse de las Damas de Blanco, las que en las últimas semanas se vienen manifestando en Cuba por la libertad de los presos de conciencia en la isla. Y no deja uno de preguntarse por qué una imagen del calibre de la Virgen del Rocío no puede ser invocada como símbolo en solidaridad transatlántica con este admirable movimiento, además de para estimular la fe a su paso, cosa que hace todos los años. Seguramente, donde quiera que esta mujer de talla tan radicalmente humana tenga el corazón, compartirá el dolor de aquellas madres y esposas que tienen a los suyos entre rejas sólo por decir lo que piensan. Si hasta el Papa fue a La Habana, ¿por qué no puede la Madre de Dios, así representada, insuflar desde Málaga un poco de ánimo? Al fin y al cabo, éste es el misterio de la Semana Santa: cada uno puede interpretar lo que ve como le dé la gana. Yo me pregunto todavía por lo que se cruzaba en la cabeza de la gitana que se me puso al lado, tan cargada de años, morena, femeninamente sola, solemne y distante como un ídolo hecho de tierra. Hubo tiempo desde entonces hasta la salida, tres horas después, del Rescate en calle Agua. Tradicionalmente, quienes acudían a tal acontecimiento, con toda su connotación de puesta en escena, esperaban luego sin moverse del sitio al Rocío. Y ayer todavía alguno creía que así funcionarían las cosas: varias caras de chasco se contaron cuando supieron al punto que el Nazareno de los Pasos iba ya por la Alameda. La opción más inmediata era atravesar la Cruz Verde y llegar a la calle Frailes para ver salir la Sentencia. Hasta entonces, el Rescate tuvo su hermosísima salida, este año especialmente lucida al librarse al fin del feo tendido eléctrico de la misma calle Agua que condenaba a los hombres de trono a realizar maniobras dignas de Fernando Alonso. No se mascaba todavía la tragedia que iba a acontecer algunas horas después en Carretería, cuando algunas de las pletinas que sostenían las bambalinas del palio del trono de la Virgen de Gracia se rompieron; la procesión tuvo que detenerse y apartarse, porque cualquier movimiento podía producir la definitiva y peligrosa caída del palio, y tras una larga deliberación se ordenó el regreso, con los consiguientes retrasos. Las caras de los nazarenos llegaban al suelo. Lo que no logra la lluvia, lo consigue el diablo. Antes, mientras el Nazareno daba la vuelta a la esquina de las calles Agua y Victoria, con la nueva cafetería tomada como atalaya inexpugnable por un álgido coro de entusiastas canosos y practicantes de la guayabera, dos africanos intentaban llegar al locutorio de la acera de enfrente, donde habitualmente cuatro o cinco subsaharianos están parados en la puerta, fumando y discutiendo en voz muy alta. Tras chocar con un globo de Bob Esponja, decidieron al fin darse por aludidos y dar la vuelta por Lagunillas.

furia de titanes

La descafeinada versión de Furia de titanes que llega hoy a los cines se queda en mantilla al lado de los hombres de trono de Nueva Esperanza. Lo suyo sí que es heroico, con doce horas de procesión entre pecho y espalda desde Nueva Málaga, barrio también mestizo, contenedor de las más diversas inclinaciones humanas, aparentemente levantado a destiempo pero constitutivo de una cultura propia. Si los dioses hubiesen querido ponerle las cosas verdaderamente difíciles a Hércules, le habrían impuesto la prueba del submarino durante todo el trayecto. Ulises habría tenido que dárselas aquí de valiente antes de recuperar a Penélope, y Prometeo habría dejado a los hombres incompletos si en vez de robar el fuego del Olimpo hubiese tenido que dar el callo en su puesto del varal. Aunque, por mucho que la Semana Santa de Málaga sea de película, su teatralidad es más evidente, digna de la intención catequética con la se esculpieron las tallas. Especialmente representativo fue el trono del Cristo de la Agonía, con un atrezzo digno de Bob Wilson: ayer, los pocos que acertaron a fijarse durante la bellísima procesión de las Penas en detalles como la calavera evocadora del Gólgota, los dados con los que los soldados se echan a suertes las vestiduras del reo y el mazo para la crucifixión, asistieron a una lección de realismo digno de la liturgia más escrupulosa, aunque en calle Compañía dos japonesas hacían lo imposible para fotografiarse con sus blanquísimas sonrisas junto a dos nazarenos no demasiado prestos a sus peticiones. En El Perchel, la Estrella conquistaba la Plaza de Fray Alonso de Santo Tomás mientras un vendedor de almendras cantaba las excelencias de sus productos y una pandilla de jóvenes perseguidores de gatos prefería vacilar un rato a los legionarios que cumplían la guardia en Mena, sin mucho éxito. Con más accidentes de los deseados, los cambios anunciados y la temperatura cálidamente amable, el Martes Santo se resolvió así entre las emociones, distintas y a menudo contradictorias, que las imágenes despiertan en la calle. Y nada, seguramente, volverá a ser como antes. Aunque lo parezca.

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