Historias del archivo

1998: los tres momentos bajo un paraguas

  • Las lluvias, en las películas de Woody Allen, es también un personaje del que extraer conclusiones y construir realidades

'El Chiquito', durante una salida procesional.

'El Chiquito', durante una salida procesional.

En las películas de Woody Allen, la lluvia adquiere un papel que transciende al mero fenómeno meteorológico. Su presencia nunca es baladí. Cada gota que aparece en las obras del cineasta estadounidense manifiesta un sentido trascendental: Medianoche en París, un beso bajo el agua en Match point o la última producción de Allen: A rainy day in New York.

La lluvia es mucho más que parte de una escena. Ni siquiera un decorado. La lluvia, en las películas de Woody Allen, es también un personaje del que extraer conclusiones y construir realidades. Por mucho que la ficción parezca ganar la partida. Si se filmara una obra sobre la Semana Santa, tampoco faltaría su presencia. En esta ocasión, convertida en antagonista. Un enemigo, sin embargo, del que construir relatos que formarán parte de la historia de las cofradías. Como la del Jueves Santo de 1998.

El agua apareció cuando la cofradía de la Misericordia ya había cruzado calle Ancha del Carmen. Las imágenes grabadas por Málaga TV reflejan la tensión del momento. Tras un impasse de dudas en el que se llegaron a poner los plásticos, un grupo de directivos se reunieron para ver qué decisión se tomaba. Los estatutos vigentes por aquel entonces recogían que, una vez la procesión en la calle, la decisión dependía del jefe de procesión, pero esta no llegaba. El hermano mayor, Rafael Terol, fue el que finalmente optó por continuar con el desfile.

La Misericordia acababa de dorar el trono ese año y estrenaba la nueva mesa con los ocho varales. En aquellos documentos aparece José María Flores –hermano mayor de la cofradía entre 2013 y 2017— ocupando el primer puesto del varal H y comentando con otros cofrades: “La decisión que se tome será la buena, sea cual sea”. 22 años después de aquello, recuerda que el público, subido en las aceras, aplaudía al paso de los nazarenos: “Creo que lo hacían en solidaridad con nosotros. Fue un momento complicado. No me olvido del suelo; a la vuelta, todo mojado, resbalaba muchísimo”. La procesión continuó su trayecto y la lluvia, igual que en Medianoche en París, volvió a dejarse ver por las calles de Málaga en algunos momentos. En calle Larios, los plásticos tuvieron que cubrir la imagen de Jesús de la Misericordia.

La situación era similar en la Basílica de la Esperanza. Con un centro histórico limitado en espacio, y con una amplia concentración de hermandades en el perchel, los chubascos que afectaban a una, acababan afectando a todas. Carlos Ismael Álvarez, hermano mayor de la Esperanza entre 1992 y 2002, tiene apuntada en una libreta la cronología de los hechos: “Empezó a llover a las 21:40, cuando estábamos vistiéndonos. Paró pronto pero los pronósticos eran intermitentes. Decidimos que, si no llovía hasta la hora de salida, no había motivos para suspender la procesión”.

Era el primer año que Alberto Ruiz Narváez se quedaba sin salir. Tenía sacado su puesto de hacheta y ese día llegó a la cofradía pronto. “Como todos los años”, afirma. Ya sabía que “la cosa no pintaba bien”. Sus presagios se acabaron cumpliendo; Carlos Ismael Álvarez detalla lo que pasó entonces: “La cabeza de procesión llegó hasta Hacienda. Pronto comenzó a llover, me puse la faraona y me dirigí hasta la cruz guía. Allí estaba Garrido Moraga, jefe de procesión, esperándome para tomar una decisión. El cortejo se volvió y él y yo fuimos los últimos en entrar. En ese momentos suspendimos la salida”.

Pero no será esta la única escena que quedará grabada de aquel Jueves Santo. La Congregación de Mena había cumplido con su itinerario. José Lorente, jefe de procesión habló horas antes con su hermano mayor –Álvaro Mendiola—y le dijo: “Estoy viendo volar a los pájaros y eso es buen síntoma”. “Adelante entonces”, le respondió. La junta de aguas corroboró aquella intuición y la hermandad finalmente cumplió con su salida penitencial, sorprendiéndoles el agua brevemente en calle Larios y en Carretería: “Se cubrió temporalmente a la imagen con un plástico y no hubo que lamentar ningún desperfecto, ni en enseres ni en la talla”, comenta José Lorente.

Al pasar por la Basílica, se produjo el encuentro entre las dos hermandades dominicas. Sonaron las campanas y el público allí presente aplaudió con fuerza durante el cruce de ambos tronos. El ex hermano mayor de la Esperanza recuerda que ya estaban tomadas las medidas oportunas para que los tronos, con la euforia del momento, no acabaran saliendo a la calle. “En el año 85 los portadores levantaron los tronos sin toque de campana y los llevaron hasta la puerta”, explica. Para evitar que se repitiera, solo abrieron un lateral del portón: “Cuando moría alguien, las puertas de las casas no se abrían del todo. La gente interpretó aquello como un luto porque ese año no saldríamos a la calle”.

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