Opinión

Nuestra cultura es rica y saludable

  • El objetivo general, pues, debe ser que toda Europa y todo el mundo siga nuestros pasos y adopte la dieta mediterránea

Desayuno mediterráneo.

Desayuno mediterráneo.

Dice un viejo y sabio proverbio que no heredamos la tierra de nuestros antepasados, sino que la tomamos prestada de nuestros hijos. Y para agradecer y honrar ese préstamo hay que cuidarla y trabajarla para obtener de ella los mejores frutos. Desde siempre he admirado a los hombres y mujeres que se dedican a la noble tarea de la agricultura, tan sacrificada como preciosa e imprescindible, pero cada vez lo hago muchísimo más.

Llegué a Bruselas con el propósito de defender los intereses de los españoles en general y los andaluces en particular. Y, más concretamente, como portavoz del Partido Popular Europeo en la Comisión de Agricultura, de defender los intereses de los agricultores españoles. Y cada día que pasa aprendo algún motivo más para amar la agricultura y defender lo nuestro.

Por algo decía Catón el Viejo en su manual “De agri cultura”, la obra más antigua en prosa latina que se conserva, que era una labor de altos valores morales. Al margen de su faceta más simple y utilitaria, la de proporcionar sabrosos y nutritivos alimentos, y de la nobleza de hacerlo cultivándolos, cuidándolos y recolectándolos con sus propias manos, quienes trabajan en el campo contribuyen de manera decisiva a la forma de ser de un pueblo.

Y, en ese sentido, España se caracteriza por ser origen, abanderado y salvaguarda de la dieta mediterránea, que no en vano fue declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad hace ya once años. Los beneficios de su consumo son evidentes y están demostrados científicamente, pero su aportación va mucho más allá, porque supone un estilo de vida que permite mantener un sano equilibrio con la naturaleza.

El objetivo general, pues, debe ser que toda Europa y todo el mundo siga nuestros pasos y adopte la dieta mediterránea. Pero si queremos cambiar la dieta de los europeos para promover un consumo más sostenible y unos usos agrícolas más respetuosos con el medio ambiente, es necesario diseñar incentivos, y no solo obligaciones.

Europa es la primera potencia agroalimentaria del mundo, es el primer exportador de alimentos del mundo y cuenta con los productos de mayor calidad, con los mejores estándares fitosanitarios. Además, nuestra agricultura es la más respetuosa con el medio ambiente, genera empleo y oportunidades en las zonas rurales que más lo necesitan y fija la población al territorio. Gracias a ella, España tiene un sector agroalimentario de primer nivel, que supone el 10% del PIB, sólo detrás del turismo, con el 12%. Esto quiere decir que cada euro invertido en los agricultores tiene un rendimiento mucho mayor para toda la sociedad.

Y no cabe duda de que Andalucía es una locomotora que impulsa la agricultura española. De hecho, cuenta con 1,1 millones de hectáreas de superficie ecológica certificada, lo que supone casi la mitad de toda la superficie de España y el 24% de la superficie agraria útil de la Comunidad Autónoma. Hay que recordar que el objetivo marcado por Europa es que el 25% como mínimo de las tierras agrícolas sea de agricultura ecológica en 2030, por lo que va marcando el camino al continente.

España se caracteriza por ser origen y salvaguarda de la dieta mediterránea, declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad

Almería, con más de la mitad de las exportaciones hortofrutícolas de Andalucía, sigue consolidándose como la verdadera “huerta de Europa”. Y lo hace innovando, con tecnología puntera de gestión del agua, que admiran desde California hasta Israel; apostando por la economía circular y los plásticos biodegradables en sus invernaderos; invirtiendo en la gestión integrada de plagas y los tratamientos sostenibles. En definitiva, cultivando con los mayores estándares de calidad de toda Europa.

Desgraciadamente, y a pesar de todos sus esfuerzos, nuestros agricultores se enfrentan a una normativa medioambiental cada vez más exigente, con constantes prohibiciones de productos y largos listados de requisitos para recibir fondos. A eso hay que sumarle un clima cada vez más volátil y que ha traído mayores desastres naturales y una subida constante de los costes de producción, lo que no sólo reduce considerablemente sus márgenes, sino que en ocasiones les condenan incluso a vender a pérdidas. Es por eso que necesitan más apoyos y financiación que nunca.

No podemos concebir nuestra tierra sin esos fértiles campos ni esas manos curtidas por el trabajo y la experiencia que se afanan en dar lo mejor de sí para que podamos disfrutar en nuestras cocinas de los más sabrosos, sanos y nutritivos alimentos. Forma parte de nuestra cultura y nos hace ser quienes somos.

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