"He fallado más de 9.000 tiros en mi carrera. He perdido casi 300 partidos. 26 veces han confiado en mí para tomar el tiro que ganaba el juego y lo he fallado. He fracasado una y otra vez en mi vida y eso es por lo que tengo éxito". Es una de las citas más atribuidas a Michael Jordan, el mejor baloncestista de todos los tiempos. La frase era ayer empleada por Jayson Granger en su cuenta de Twitter para referirse a su estado de ánimo. "¡Verdadero!", subrayaba el uruguayo, después de apenas pegar ojo la noche anterior.

Granger ya pidió disculpas públicamente tras la derrota ante el Maccabi en el Carpena. Completó un partido con -11 de valoración en 29 minutos, obcecado en entrar a canasta y llevarse tapones. Los dos tiros libres que erró el pasado jueves ante el CSKA en la prórroga, con dos de ventaja y una veintena de segundos por jugar, resultaron claves para la suerte del partido. El uruguayo se llevaba las manos a la cara para taparse a los ojos, se ponía en cuclillas sobre el parqué y maldecía. Se le vio cómo cambiaba la mecánica de tiro en cada lanzamiento de los libres, lo que suele denotar nerviosismo o falta de confianza. Ninguna de las dos cosas las ha mostrado hasta ahora el uruguayo en su etapa en Málaga. Podía estar más, la mayoría de las veces, o menos acertado, pero no dudaba. Esa acrobática canasta en Florencia para acceder al Top 16 el año pasado es un buen ejemplo.

Granger es uno de los líderes del equipo, una de las piedras angulares del vestuario. Su buen papel es esencial para el equipo. Ante el CSKA mostró una mejor cara, con 14 puntos y un punto mayor de decisión. Jugó con un principio de lumbalgia que no aconsejaba su alineación, pero se empeñó en hacerlo. Ayer descansó. Como antes forzó con contracturas. El vestuario y el cuerpo técnico arropa a Granger, uno de los jugadores más queridos del vestuario cajista, que el club pretende convertirlo en bandera del proyecto con una ampliación de contrato que ya se negocia.