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La última astilla de El Palo

  • Portillo es la actual bandera de un barrio madriguera de destacados talentos futbolísticos · "El año pasado maduré, me propuse ser más fuerte, darme cuenta de que no me regalarían nada", confiesa

El Palo es marengo y gitano en sus calles más asomadas a la bahía. Sus jábegas se sumergen cada noche en el mar para sobrevivir y honrar la historia salina de un barrio que late con compás a siete kilómetros del corazón de Málaga. A medida que busca la montaña, en una metáfora existencial, el nivel de vida crece. Casas de postín, gente bien. Desde San Antón hacia la playa no paran de rodar balones de niños que no entienden de ropa de marca ni zonas más deprimidas. "El fútbol une todo El Palo, es la tradición. A todos los niños se les inculca desde pronto y a todos los vecinos les encanta. Cuando son más grandes, los ves y dices: ¡míralos, esos de pequeñitos estaban pegándole patadas al balón!". Eso cuenta Francisco Portillo Soler, que fue ese niño y ahora es la última astilla de El Palo, su futbolista bandera, por más que su introversión le lleve a agachar la cabeza cuando oye la distinción. Gracias a él, la Champions es un poco más marinera.

Él es el primero que lleva el apellido Portillo al profesionalismo, el más destacado de una familia que tuvo en el equipo del barrio el principio y el final de sus días de corto. "Ahí lo intentaron mi padre y mi tío, pero yo soy el primero que ha llegado hasta aquí. Todo un orgullo", reza Porti, el hermano mayor de la parejita, un tipo hogareño y feliz porque con él "la gente del barrio se porta muy bien". Si hay algo que une especialmente a las generaciones de paleños son las heridas del antiguo San Ignacio. Ahí vive el alma balómpedica del barrio, foco continuo de talentos. "De siempre han salido buenos jugadores y van a salir muchos más", apostilla el mediapunta blanquiazul, que no puede olvidar "las piernas rojas, las rozaduras, los botes locos sobre los chinos y el albero del San Ignacio". "Ahora los chavales tienen unos campazos. Me alegro, así no sufren como nosotros", celebra.

El Palo fabrica talentos callejeros como los Aranda. Las reuniones de esa múltiple familia aunan a hermanos, primos o sobrinos, y a cada cual se hace más difícil elegir quién atesora más clase. Y talentos académicos y disciplinados como Portillo, el alumno esponja, compañero educado y correcto. Dos formas de parir grandes futbolistas. Llegan muchos buenos, dicen que la calle u otras necesidades se tragan a bastantes más mejores que esos. Sin embargo, hay un momento en que todos ellos conviven en el mismo nido, el Maratón 24 horas de Fútbol de El Palo, competición que paraliza la barriada y se convierte en lo único importante entre sábado y domingo. Futbolistas profesionales que lo juegan a hurtadillas, niños que osan retar a los mejores, familias que perpetúan su apellido en el palmarés. Es la Champions de El Palo. Tras varios años frenado, regresó el pasado verano, ya en la 24 edición. Nació como protesta para que el Ayuntamiento creara más zonas deportivas que dieran cabida a los niños que jugaban en la calle; así se fraguó el actual San Ignacio. Hoy engancha a la Asociación de Vecinos, a la Junta de Distrito Málaga Este, al C. D. El Palo, para buscar reivindicaciones sociales más ambiciosas. La última, un centro hospitalario de calidad.

Portillo lo ha vivido, cómo no. Embobado desde las gradas, implicado sobre el parqué: "Lo jugué dos veces, la primera con 15 años. De hecho, lo gané. Bueno, llegamos a la final y hubo problemas, así que nos dieron el título a nosotros. Está guay, juegas contra profesionales, viene gente de fuera, todos ilusionados. Es una experiencia muy bonita". Tiene su pasado canchero blanquiazul, allí en la pista de su colegio, el Valle Inclán, "y en las pistas del barrio con los colegas. Me encantaba".

Podrían ser los recuerdos de un futbolista ahora mudado a zonas limítrofes. El Rincón de la Victoria o la Cala del Moral son poblaciones satélites de paleños que buscaron mayor esparcimiento o tranquilidad. A sus 22 años, el habilidoso centrocampista sigue viviendo en casa con sus padres. Raro en un futbolista joven, no es muy amigo de videoconsolas. Todavía va a comprar a los mismos locales, gasta la mayor parte del tiempo con los amigos. "Apenas hablamos de fútbol, ellos me vacilan como siempre. La gente es normal conmigo y yo con ellos", explica Portillo.

En su mundo de protección los colores no han variado. Pero su vida ha dado un vuelvo tremendo. Ya se ha rascado la costra de eterna promesa: "Ha cambiado mucho mi vida. Te pones a pensar que estás jugando la Champions y... ¡uf! Es lo que quieres de pequeño y ahora lo tienes". Se ha hecho mayor. Se atreve más, es más continuo, ha macerado al abrigo de Pellegrini. Tenía casi hechas las maletas para ir a Córdoba el pasado invierno, ahora es casi titular. "He crecido y mejorado futbolísticamente. Lo del año pasado me hizo madurar. Me propuse ser más fuerte en el campo, darme cuenta de que aquí no te regalan o nada. Aquí, o vas a por todas o no haces nada, me dije. Por suerte no me planteaba qué estaba haciendo mal, sino que sabía que aún era joven", exterioriza el paleño, que se considera un canterano cocinado a fuego lento.

Es de los que piensa que entrenar con Pellegrini y muchos de sus compañeros es tan válido como tener minutos en otro equipo. Del que más aprendió, de largo, es de Cazorla. Alguno ya lo tilda del Cazorla de El Palo. Es tanta la veneración que siente por el asturiano que no se atreve a compararse pese a alguna que otra similitud. Ya no está. Físicamente; el contacto no lo han perdido. Y la noticia positiva es que su salida le abrió a él un trampolín: "Fue una pérdida muy importante, es un jugador de talla mundial. Quizá me haya abierto un poco la puerta, pero no pienso en eso ni en comparaciones con él. Hablamos mucho por whatsapp. Dice que está muy bien allí y yo me alegro por él. Sabía que la rompería porque es un crack. Él me dice que me ha visto en algunos partidos, que lo estoy haciendo genial y que siga así. Me da muchos ánimos. De él me impactó la velocidad y el manejo con ambas piernas. En pocos he visto eso".

Ahora él toma el relevo. Momentos de felicidad con acuse de recibo en Manolo Gaspar, su mejor mánager. Al describirle se le salen los ojos de las cuencas al lateral, quien siempre le ha visto como la joya de la corona. Es su futbolista fetiche. "Lo echo de menos, un grande dentro y fuera del campo", lamenta Portillo. Pero El Palo siempre está ahí para juntarlos. Como con Basti, Raúl Gaitán y los Portillos que vienen. Él comenzó en El Palo a los cinco años y el Málaga le mandó una petición para firmar con 15, "de esas que no te puedes ni pensar". Le pasará a más jóvenes. Y quizá ellos puedan decir lo que más alegra al malagueño estos días: "Somos muy felices ganando de esta manera. Lo importante es ganar, pero siempre queremos jugar bien; así que, si lo haces bonito, la satisfacción es doble. La gente ve al equipo alegre y disfruta de lo que hacemos. Nosotros, pese a la tensión de los partidos, también nos damos cuenta en el campo. Nos da tiempo a divertirnos y notamos cómo lo hacemos".

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