Crítica de Clásica

Asignatura pendiente

orquesta filarmónica de málaga

Tercer concierto del programa de abono. Teatro Cervantes. Fecha: 27 de octubre.Programa: Sinfonía nº10 'Infinita', T. Marco; Concierto nº1 en si bemol menor para piano y orquesta, Op.23, P.I. Tchaikovsky. Intérpretes: Orquesta Filarmónica de Málaga. Director: Manuel Hernández Silva. Solista: Gabriela Montero (piano). Aforo: Unos 300 espectadores (un tercio de entrada).

Todavía hay quien no es capaz de disociar la opinión del juicio estético; lo que agrada y lo que importa; lo experiencial de lo objetivo. El pasado jueves, y como ya ocurriera hace unos años cuando Arturo Tamayo programara obras de Webern y Schönberg, una parte no desdeñable del público del Cervantes volvió a hacer patente la reaccionaria desafección que le provoca cualquier creación que no se ajuste a los cánones clásicos. La sinfonía Infinita, que hace la décima de Tomás Marco, tuvo una discreta acogida. E injusta. La obra de Marco responde a un planteamiento inteligente e inteligible; sugiere varias lecturas simultáneas y, manteniendo una sólida unidad estructural, explora eficazmente formas de evocación en el discurso musical de nuestro tiempo, ya sean imágenes naturalistas o asociaciones de pensamiento más abstractas, como Rincón de poetas, el movimiento más melódico -que contiene un hermosísimo dúo de viola y flauta- o Colores de la caverna, el más complejo. Es, asimismo, una obra de gran intensidad rítmica y riqueza tímbrica. En ambos aspectos merece especial reconocimiento la sección de percusión de la OFM.

Acaso para compensar la osadía, la segunda parte se completó con un indiscutible del repertorio pianístico, el Concierto nº1 de Tchaikovsky. Hernández Silva ofició una vez más de embajador de los grandes talentos musicales venezolanos. Y como otras veces, hubo química.

En esta ocasión fue Gabriela Montero, quien nos descubrió a un Tchaikovsky deslumbrante, vívido y anhelante de belleza. Con un estilo limpio, de agudos cristalinos, cada nota transmite y justifica su existencia en la partitura. Puso al teatro en pie. Célebre por sus improvisaciones, ya en el bis, Montero tomó Muñequita Linda y lo transformó en pieza barroca para terminar con un ragtime.

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