EN el tiempo de la comunicación sin límites ni censuras, cuando tenemos todo el conocimiento y las noticias del mundo al alcance del móvil, estamos más necesitados que nunca de consejeros espirituales, de sabios, de visionarios que nos guíen en la incertidumbre que genera este exceso de luz, que provoca tanta ceguera como la oscuridad. Uno de esos gurús es Antoni Gutiérrez-Rubí, con el que hoy publicamos una entrevista unas páginas más adelante, a quien este mediodía pueden escuchar en unas jornadas de la Diputación y que ayer dio una charla promovida por las dos políticas malagueñas quizás más de carne y hueso que circulan por las redes sociales, Mariví Romero y Meli Galarza, blogueras de este diario desde hace poco.

Este asesor de Comunicación presentó ayer su libro Filopolítica y diagnosticó con bastante precisión los conflictos que se están registrando en este momento de revolución tecnológica y social. Es difícil no estar de acuerdo. El consultor habló de la vacuidad de ideas de los políticos: tres cuartas partes de sus mensajes son reacciones a cosas que otros han dicho o publicado y por tanto alejadas de la reflexión y las ideas. No leen nada, hablan mucho y dicen poco; no tienen vida interior, ni densidad ética y practican la política surf, aquella adonde les lleva la ola y su pericia, pero desde luego sin timón. También repasó a los medios de comunicación, el otro estamento más afectado, quizás damnificado, por internet y las redes sociales. Así como los políticos han perdido el privilegio de la política, nosotros hemos dicho adiós al monopolio de la información. Cualquiera tiene un móvil con cámara y a un golpe de click puede enviar hasta el infinito y más allá la foto o el vídeo de un tsunami o de la última chapuza municipal. Cada día lo vemos en la feliz y loca pandemia de Twitter, tan inmediato difundiendo noticias como medias verdades y mentiras. El miércoles, por ejemplo, mató a Jackie Chan, que sigue vivito y pateando.

No sé qué demonios ocurrirá tras esta revolución, qué será de los políticos, de los periodistas ni de los medios de comunicación. Tampoco del periódico de papel, un cadáver que lleva tantos años caliente que ha enterrado a muchos de sus agoreros. Pero estoy seguro de que somos necesarios y de que aún lo seremos más, que la información de calidad, profesional, es tan imprescindible para la democracia como cara de producir y transmitir. No vale el gratis total ni cualquier ciudadano puede ser periodista, como no dejaría usted la salud de su familia, el arreglo de su coche o su defensa en un juicio al primero que pase por la calle.

Los gurús también son necesarios. Pero hay que desconfiar de los predicadores.

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