La oligarquía de las bestias | Crítica

Un Pessoa idealista

  • En estas ficciones políticas, recogidas bajo el título de 'La oligarquía de las bestias', se presenta el complejo ideario de Fernando Pessoa, reflejo particularísimo de las ideologías que atronaban ya su siglo, el XX

Pessoa, en 1928, durante el aperitivo

Pessoa, en 1928, durante el aperitivo

Según nos recuerda el poeta Manuel Moya, traductor y editor de las presentes páginas, la mitad de los textos incluidos en este volumen se hallaban inéditos en español. Cuestión esta que, en sí misma, duplica ya el interés por este Pessoa político, extraordinariamente variopinto, que pontifica y divaga sobre el ideario del entresiglo, y cuyo fondo es el fondo de la abrupta situación política de Portugal, más el doble cataclismo de la Gran Guerra y la revolución rusa del 17. Esto implica, lógicamente, que los grandes ismos políticos de aquella hora (anarquismo, nacionalismo, socialismo, comunismo, imperialismo, totalitarismo, etcétera), tienen aquí su lugar preeminente. Y por lo mismo, aquel modo de pensar, entre prolijo e idealista, que por un lado recuerda a la voluta dialéctica de Hegel, y por el otro, al historicismo ahistórico de Oswald Spengler y La decadencia de Occidente.

Curiosamente, en estos textos no se menciona apenas el mito del sebastianismo, y sí los diversos modelos del Estado moderno

El lector atento de Pessoa no desconoce esta vocación política del portugués; vocación que acaso tiene su germen en un vago, pero persistente, sebastianismo (fue nuestro Felipe II quien mandó rescatar el cadáver de su sobrino, tras la derrota de Alcazalquivir), y cuyo ápice se haya en el regreso del rey don Sebastián, convenientemente reencarnado. ¿En quién? Dejemos al lector que adivine en qué Fernando, escandido en numerosos yoes, vivificará la adormecida corona lusa. Curiosamente, en estos textos no se menciona apenas el mito latente del sebastianismo, y sí los diversos modelos del Estado moderno: monarquía o república, democracia o tiranía, entre los que Pessoa se deslizará, con cierta displicencia, para aventurar su solución a la confusa arboladura política del siglo. Dicha solución es un tímido darwinismo social, presentado como el verdadero y único anarquismo. Esto es, un dejar que la Naturaleza reobre lenta y amargamente sobre la sociedad, hasta que, al fin, triunfe la lógica ciega de las cosas. Sin embargo, la malicia del darwinismo social, extendido gracias a Spenser o al propio sobrino de Darwin, era esta identificación interesada, y por completo equívoca, entre Naturaleza y sociedad, que trasladaba la universalidad impersonal de la una a la contingencia histórica, vale decir, humana, de la otra.

Este mismo sentido tiene el paralelismo, muy visible en Pessoa, entre cuerpo social y cuerpo físico, que tantos usos halló, por ejemplo, en el regeneracionismo español y su necesidad de aquel “cirujano de hierro” que solicitaba Joaquín Costa. Dicha comparación, como sabemos, viene de los días del Renacimiento; pero tendrá su hora más alta en el absolutismo del XVII, cuando reyes y arbitristas intervengan en el cuerpo social, con el benemérito fin de socorrerla. También del XVII data la profusa utilización de la metáfora corporal -nacimiento, madurez, crepúsculo- aplicada a los imperios y recogida más tarde por Spengler. Todo esto se encuentra en Pessoa de modo expreso. Siendo así que El banquero anarquista, uno de sus relatos más logrados junto a En el manicomio de Cascaes, es anarquista en tanto que conservador y darwinista; y partidario, por tanto, de cierta discriminación “objetiva”, fruto de las leyes de la Naturaleza.

Esta postura de Pessoa, que hoy acaso resulte extraña a lector, no dejaba de suponer una visión conservadora, vinculada al nacionalismo y al imperialismo decimononos. Cuando se escriben estos textos, en las primeras décadas del XX, han adquirido ya su ominoso y letal predicamento tanto el comunismo ruso como el nacionalismo de masas que fascinará a Europa. Esto quiere decir que Pessoa ha escogido un extremismo inocuo y conservador, donde un fatalismo cósmico (donde un dirigismo cósmico, a cuyo fondo se amoneda el busto del rey don Sebastián), resuelve y acota los problemas humanos. Lo cual viene a recordarnos dos fenómenos de la modernidad, olvidados con relativa frecuencia, pero muy presentes en este volumen: uno, que la ciencia es siempre hija de los prejuicios de su tiempo. Y dos, que la modernidad oscureció con sus logros la supuesta oscuridad del medievo.

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