Joaquín Pérez Azaústre | Escritor

“España no es sólo el ‘Duelo a garrotazos’: hay quien elige el amor antes que el odio”

  • El narrador y poeta cordobés publica 'El querido hermano' (Galaxia Gutenberg), una mirada íntima al destino de Antonio y Manuel Machado con la que ganó el Premio Málaga de novela en su última edición

  • Intensidad de la memoria

  • Vida y obras de Manuel Godoy

El escritor Joaquín Pérez Azaústre (Córdoba, 1976).

El escritor Joaquín Pérez Azaústre (Córdoba, 1976). / Juan Carlos Vázquez

El 25 de febrero de 1939, Manuel Machado recibe en Burgos, donde vive atrapado desde el comienzo de la Guerra Civil, la noticia de la muerte de su hermano Antonio en Colliure. Entonces, toma una decisión que pondrá en riesgo su vida: atravesar la frontera y visitar la tumba de su hermano. Este episodio sirve de eje fundamental a la última novela de Joaquín Pérez Azaústre (Córdoba, 1976), El querido hermano, con la que el autor, residente en Madrid, obtuvo el Premio Málaga de novela en su última edición y que publica Galaxia Gutenberg. 

-Su novela nace como una reacción contraria a la idea de Antonio y Manuel Machado como encarnaciones de las dos Españas irreconciliables. ¿Se mantenía igual de firme al respecto cuando terminó de escribirla?

-Sí. La imagen de confrontación y enfrentamiento de los dos hermanos se me desactiva por completo en la cabeza en cuanto me planteo un enfoque de verosimilitud para narrar el viaje de Manuel de Burgos a Colliure. Lo que me hace al final escribir la novela anula esa idea ficticia y artificial de la oposición entre los dos hermanos. Así que me planteé la siguiente tesitura: un hombre de 64 años, enfermo de bronquitis, atrapado en una ciudad que no es la suya en plena Guerra Civil, aislado completamente de su mundo aunque haya luchado para crear un mundo propio, con el único apoyo de su mujer, Eulalia Cáceres; y de un sacerdote, Bonifacio Zamora, con quien comparte largas conversaciones sobre San Agustín; recibe la noticia de la muerte de su hermano en Francia y la mitad de este hombre, Manuel Machado, muere en este momento. Es ahí donde empieza a morir. El hecho de que tuviera aun así el coraje de viajar a Colliure en lugar de quedarse en Burgos, donde habría podido permanecer tranquilo sin que nadie le reprochara nada, para reencontrarse con su hermano aunque sabía que ya no podría llegar al entierro; y que lo consiguiera, que lograra llegar a la tumba de su hermano y también la de su madre, de cuyo fallecimiento no había tenido noticia hasta ese momento, anula cualquier idea de enfrentamiento entre los dos hermanos. Luego hay otros datos que confirman esto, pero este viaje que emprende Manuel es un signo no ya de la reconciliación entre las dos Españas, sino del amor que profesó la gente que se siguió queriendo a pesar de la guerra. Lo que no me parece precisamente poco. 

-Eso suena a argumento revolucionario en la España del Duelo a garrotazos.

-No digo que no hubiera hijos de puta. Claro que los hubo. Entiendo el carácter representativo del Duelo a garrotazos de Goya. Pero también hay gente que elige el amor antes que el odio. Hay una fábula de La Fontaine sobre la amistad que me gusta mucho: en mitad de la noche llaman a la puerta de la casa de un hombre y éste ve desde una ventana que quien llama es su mejor amigo. Así que abre la puerta con una espada en la mano y una bolsa llena de dinero en la otra. Al hacerlo, dice a su amigo recién llegado: “Amigo, aquí tienes una espada por si te persiguen tus adversarios y dinero por si te persiguen los acreedores”. Y el amigo responde: “No necesito nada de esto. Sólo había tenido una pesadilla en la que tú aparecías y he venido a comprobar que estás bien”. ¿Te imaginas a uno de los dos preguntando al otro por su partido político? Es verdad que Antonio se mantuvo fiel a la República y que Manuel se adhirió al Alzamiento, principalmente, para salvar su vida. Pero se quisieron por encima de todo esto. 

-La rivalidad asignada a los Machado trascendió lo político para abrazar lo poético. ¿Es esa traición más dolorosa?

-Sí, recuerdo bien el nombre de la supuesta periodista que se inventó eso. Es un disparate sin ningún rigor ni base. La evidencia nos dice todo lo contrario: cada uno de los dos quiso siempre que al otro lo fuera bien también en lo literario. En 1936, poco antes del estallido de la Guerra Civil, el periodista Miguel López Ferrero propuso a Antonio Machado, que ya era un poeta consagrado, escribir su biografía. Y él aceptó con la condición de que escribiera también la de Manuel en paralelo, ya que ni su vida ni su literatura se entendían sin su hermano. ¿Cuántos escritores dirían algo así hoy día?  

-El Manuel Machado de su novela se revela muy íntimo y orgánico. ¿Le costó mucho construirlo?

-Esto también tiene que ver con el amor. El amor a los personajes, lo que te hace acercarte a ellos. Cuando te enfrentas a personajes que han existido, necesitas que la base de verosimilitud sea muy sólida para enfocar bien la fabulación. Es como la restauración de un monumento antiguo: si cuidas con mimo y cariño lo que se conserva, puedes reconstruir con más acierto a partir de ahí. Yo no digo que las cosas sucedieran como cuento en mi novela, pero sí que pudieron hacerlo. Con los Machado había un riesgo, sobre todo con Antonio, dada su impronta en la memoria colectiva, de caer en el cliché, en lo que todo el mundo espera. Había que construir a un personaje suficientemente reconocible y a la vez distinto. El Manuel de la novela es muy interior: fue el hermano más festivo, más flamenco, más popular, a pesar de la máscara del modernismo y del París simbolista; pero es en esa hondura interior, que Antonio había celebrado especialmente en su poesía, donde se encuentra con su hermano.

-En su trayectoria como narrador abundan los personajes históricos, de Manolete a los abogados de Atocha. ¿Los prefiere a la hora de crear historias?  

-Tengo otra línea, en novelas como Los nadadores y Corazones en la oscuridad, más anclada en lo contemporáneo, en la que exploro las emociones de nuestra generación y del presente. Pero es verdad que me interesa mucho el pasado reciente, los momentos que concitan a la vez lo más descarnado y el milagro. En esos episodios parece no haber nada claro, como que puede suceder lo más inesperado, y en ese contexto es razonable esperar comportamientos no heroicos, pero sí al menos profundamente humanos. Como el Manuel Machado que se sube en un coche de camino a Colliure para reencontrarse con su hermano. Un momento grandioso que la historia ha silenciado.

"Me interesa mucho el pasado reciente, los momentos que concitan a la vez lo más descarnado y el milagro"

-¿Es la despedida de Manuel a su hermano Antonio, también, la despedida a una España soñada y finalmente truncada?

-Hay una frase que dice Clint Eastwood en ‘Los puentes de Madison’ que me gusta mucho: “Los viejos sueños fueron buenos sueños. No se cumplieron, pero me alegro de haberlos tenido”. Yo pondría esta frase en boca de Manuel Machado ante la tumba de su hermano. Él empieza a morir en ese momento. Había sido un amante de la fiesta, de la noche, del cante, y a partir de entonces buscará consuelo en la fe, en la meditación, en San Agustín, con quien se identifica. Pero sí le quedaban los sueños. En gran medida, aquellos sueños sí se cumplieron. Aquí estamos, de hecho, hablando de ellos. La obra de Manuel se ha recuperado en antologías estupendas. Los Autorretratos de Gil de Biedma son inconcebibles sin los Autorretratos de Manuel Machado.   

-Antonio está aquí narrado principalmente in absentia. ¿Lo tenía decidido así desde el principio?

-Este es el tipo de decisión que tienes que meditar mucho antes de escribir. La presencia de Antonio en la vida cultural de España es muy poderosa. No sólo se convierte en símbolo de la España derrotada en la Guerra Civil, la misma que luego gana la batalla cultural; sino que parece renovarse siempre, con especial vigencia en momentos como la Transición. Como decía Recaredo Veredas, cuando trabajas con personajes así tienes que contar con lo que la gente ya sabe, pero tampoco te puedes pasar con los sobreentendidos. Pero sí hay un Antonio Machado que la gente conoce menos, que es el poeta joven que se va a París y que deja de ser joven cuando regresa, ya prematuramente serio, hondo. Por eso este Antonio joven sí tiene más presencia en la novela.

-Decía José Ángel Valente que la verdadera tragedia de la cultura española era no estar cimentada en Juan de Mairena. ¿No es ese protagonismo de Antonio Machado aún demasiado parcial?

-Todos los grandes personajes contienen parcelas por descubrir. Lo que hay que hacer es salir de las construcciones interesadas que se hacen de ellos para convertirlos en algo diferente de lo que fueron. Eso se ha hecho con Antonio y se ha hecho con Manuel. Y, más aún, Manuel ha sido víctima de una decisión injusta que habría endemoniado a Antonio: para encumbrar la poesía de su hermano, se rebajó la suya. El mismo Manuel ya confesó a su hermano en los años 20 su convencimiento de que su poesía pasaría de moda, mientras que la de Antonio sería intemporal. Y Antonio se rebeló contra eso. Con toda la razón.

-Creo que Alfonso Guerra ya le preguntó si es usted más de Antonio o de Manuel.

-Yo habría querido mucho a Antonio, pero me habría ido de copas con Manuel.

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