Sporting-málaga

Analgésico oportuno (1-2)

  • El Málaga sale del descenso tras remontar el gol inicial de Diego Castro en un partido más serio en defensa ante un triste Sporting. Hubo dos tantos de penalti y el otro llegó en remate a una falta

"Apoño, te lo voy a parar. Tíralo por aquí, por aquí, a mi izquierda. Hey, mírame, Apoño, hey, mírame". Son los intentos desesperados de Cuéllar por desestabilizar a Apoño, que aguarda cabeza abajo en el punto de penalti, fingiendo no escucharle, la opción de hacer el 1-2. El meta del Sporting insiste, se acerca a él y regresa a la línea de meta. Los nervios no pueden con el malagueño, que golpea abajo y en línea recta, en previsión de que Cuéllar confirmara su anuncio o le hubiera soltado un embuste para buscar el otro poste. En otro tiempo Apoño le habría replicado con algún gesto en la celebración del gol, pero es tanta la presión liberada por el tanto que se marcha al banquillo a por el abrazo colectivo redentor. Ganó en ese guerra fría psicológica Apoño, también en la que mantuvieron continuamente Málaga y Sporting. Eso fue el partido desde el frío inicial hasta la última parada de Arnau. Sólo se trata de un examen superado, pero muy oportuno, sin duda.

Visto desde el escenario de agonía planteado, no es que el Málaga fuera uno de esos equipos italianos acostumbrados a ganar a domicilio por su saber estar, es que el Sporting pecó más en defensa y mostró hemorragias más complicadas que las blanquiazules. Jugaron dos soldaditos de plomo, sobrevivió el Málaga. Habla bien de los de Pellegrini un posicionamiento más compacto, mérito bajo el brazo de Apoño, y la capacidad de sufrimiento. Ahí emergió también importante Arnau, concentrado y oportuno a pesar de saberse portero de alquiler en Gijón.

A falta de estímulos positivos y con los nuevos fichajes aún en la barrera a expensas de ser inscritos para debutar, a los ayer protagonistas les sabrá a un partido lleno de aplomo, consistencia y sangre fría para voltear el marcador. Este último mérito es histórico. Desde aquel pretérito hat-trick de Musampa en El Colombino en septiembre de 2002 (2-3), el Málaga no vencía a domicilio un encuentro que había comenzado perdiendo.

Ciertamente, el equipo de Pellegrini no se tambaleó, sobre todo con el mazazo de Diego Castro en el minuto 42 tras una de esas manos que generan debates y más debates sobre si el reglamento debe penalizar la intención, el agravio para la jugada de ataque o dónde debe tener los brazos un defensa cuando un balón se teledirige hacia él de forma inesperada. Mientras Mtiliga cerraba el ángulo de su brazo izquierdo, el esférico impactó en él. Todo en apenas un segundo que trajo el 1-0. Pero, con el primer tiempo cumplido, apareció Weligton para demostrar que la suplencia de la jornada anterior era algo coyuntural. Su quinto gol en Primera llegó por tercera vez en El Molinón. Ya no es un romance, sino una leyenda. No sólo redujo la ansiedad en un momento crucial, también lidió a la perfección con Sangoy y mandó un recado de competencia a Demichelis.

Entre el brasileño, Kris y Arnau sostuvieron el acoso aéreo del Sporting, que sólo mirando hacia el cielo buscó llaves para el gol. Esa virtud particular contrarrestó el masoquismo colectivo de conceder faltas en las inmediaciones de la retaguardia. El área de Arnau volvió a acabar como un campo de tiro. Fruto de la insistencia, el Sporting pudo haber aguado el triunfo. Pecado repetido: la estadística dice que el Málaga es el equipo que más goles marca y recibe en la pizarra. Superar esta lección es un reto esencial para elevarse en la tabla, por más que el equipo se haya asegurado una semana fuera del descenso.

La victoria construye la transición perfecta a la llegada de los fichajes, que deben confirmar una nueva ilusión. Pero ayer fueron algunos de los denostados los que sembraron un triunfo, quizás en su último gran servicio oficial.

 

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