Aterrizaje en Zaragoza
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Nube Corrido el telón de la Champions, toca volver a recobrar el pulso liguero Oportunidad Sin Apoño y con las piezas del puzle revueltas, el Zaragoza parece un rival propicio para otra estocada
La Champions es un dulce inevitable, más ahora que el grupo es tangible, que se hacen cábalas económicas y de fechas para poder conocer San Siro, vivir una noche distinta en San Petersburgo o dejarse llevar por el embrujo belga de Anderlecht. Es una compensación histórica para el aficionado, un premio merecido a lo que obraron Pellegrini y los suyos.
Pero también un espejismo desestabilizador cuando el balón no lleva estrellas. No saber aterrizar en la Liga, el día a día, es un problema. La Romareda devuelve el principal escenario, la base del futuro. No responder ahí es chafar el sueño europeo.
Zaragoza es una guerra imprevisible. Jiménez tiene el equipo a medio ensamblar. Salvó con un milagro inopinado la permanencia, la economía del club, y ahora tiene en plazo en manda para exigir un equipo que no tenga que ver con el funambulismo del año pasado. Pero, como el Málaga, hasta anoche tenía un ojo en las oficinas y otro en el césped. El Valladolid le sacó los colores en el estreno, hubo redención en Cornellá la temporada pasada. Esperar lo inesperable, así se escriben los primeros renglones del partido de hoy.
Sin distracciones, sin la coartada de Atenas, el Málaga vuelve a la competición patria con la vitola de favorito. Iturra, Saviola y Santa Cruz viajan con el equipo a expensas de poder disputar los primeros minutos con la elástica blanquiazul. El paraguayo y el Conejo deben resolver la incógnita del gol a medio y largo plazo. Pellegrini confía en ellos.
También en los interinos, con Fabrice de nuevo en la cabeza de la delantera y otra vez Seba fuera de la lista por lesión, aún aturdido por el eclipse que le ha provocado joven camerunés. La imagen fue digna y hasta convincente ante el Mallorca.
Cuesta imantar el gol, pero el fútbol está de parte de la plantilla. De nuevo con Toulalan, Joaquín o Jesús Gámez en la alineación, se espera lo mejor del bloque malagueño, que empieza a acostumbrar a sus aficionados a saber jugar bien en cada plaza.
Con el resbalón relativo del Mallorca en la retina, la plantilla ve con buenos ojos la media inglesa que le asiste. Por aquello de haber comenzado la competición a domicilio, toca volver a tomar ventaja fuera de casa. Frente a un Zaragoza a medio ensamblar, el optimismo es bienvenido.
Roberto, que ya ha empezado a demostrar que su anterior año no fue casualidad, sube el listón de la exigencia con la puntería. Pese a ello, no hay lugar para el conformismo, el mismo que dejó en empate sin goles la experiencia del año pasado, en la que el conjunto malacitano demostró estar varios escalones futbolísticos por encima de su adversario.
Jiménez, pese a que no lo descartó públicamente, quizá para no prender la llama del pesimismo, tendrá que lidiar sin Apoño. Una baja de alta carga simbólica, más allá del cartel de imprescindible que le ha colocado el técnico de El Arahal. Iba a ser la primera vez que el palmillero jugara contra su pasado, contra su vida. Un edema óseo lo va a evitar salvo milagro de última hora. Anda algo desesperado el entrenador blanquillo, que medita ubicar al extremo Wílchez como lateral para recomponer una zaga descosida. Otro motivo para confiar en el triunfo malaguista.
No se atisba cansancio para hacer rotaciones, todo lo contrario. La moral del equipo está por las nubes tras su gran noche en Atenas y las prestaciones de los supervivientes de Pellegrini emiten altos biorritmos. A estas alturas, hay pie para pensar en que el Málaga dará la cara y trasladará al campo su superioridad. Salvo que la puntería le condene.
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