Patinar antes y después de volar (1-1)

El Málaga, nada que ver con el concentrado y compacto de Copa, se deja empatar ante el Celta, quizá con la mente puesta en el Barcelona. Continúa el bajón clasificatorio y el de forma de puntales como Isco, Joaquín o Saviola

José L. Malo

Málaga, 20 de enero 2013 - 00:05

El Málaga posee una facilidad pasmosa para soñar, ahí quedan las proezas en su diario. El peaje, casi a lo Dorian Gray, es el sesteo después de alguna de ellas. Los de Pellegrini tenían una gesta ante el Barcelona a sus espaldas y la oportunidad de un sueño tremendo el jueves. Pero se olvidó de que en medio estaba el Celta, quizá eclipsado por la sombra del gigante azulgrana. Como un caco sin muchas argucias, se llevó la cartera del equipo burlando las pocas medidas de seguridad que había tomado. Puede que dentro de cuatro días los blanquiazules escriban otra de las obras maestras de su historia, han dado motivos para tener fe en ello. Pero ahí queda un nuevo tachón, otro motivo que le da la razón a Pellegrini cuando diagnostica que el freno de su equipo no es apocarse en las grandes citas, sino su mentalidad al aterrizar en la tierra.

El Celta, en uno de esos partidos tontos, feos por el molesto viento y en esa "pista de patinaje" que hizo perder los nervios al Ingeniero al término del choque, facturó el albarán a un cuarto de hora para el final, en ese periodo en que la autocomplacencia y la falta de instinto deja pecados sin redención. Al Málaga le costó desatorar un inicio despistado, si bien es más censurable el que dejara vivo al Celta pensando que su superioridad pesaba más que el marcador.

El mal de las primeras partes sigue confirmándose. Hay que ir revisando la batería del equipo, le cuesta un mundo entrar en calor. Lo único diferente con las noches precedentes fue la capacidad para ponerse por delante. Llegó en una de las pocas buenas acciones, pero se necesitaron hasta tres remates, el último sobre la línea de gol, para apagar la fogosidad del cuadro de Paco Herrera. Lo hizo Demichelis, que dedicó su gol a su recién nacida, Lola, ignorando que se acababa de convertir en el defensa más goleador de la historia del CF. Siete tantos, uno más que Weligton y Litos. Ya queda por escrito la relevancia del argentino pese a su corta carrera como albiceleste. Claro que su partido no fue para tirar cohetes. Despistado en dos cesiones complicadas, casi hizo tantos méritos para dar goles propios y regalarlos. El goteo de errores puntuales reforzó a Caballero, de nuevo decisivo en el primer ataque de los gallegos y el último. Él hace que los despistes duelan menos de lo que ya lo hacen. Que nunca se olvide.

Se viene observando, ya es una tendencia, que las musas han dejado de hablar a Isco y Joaquín, más al malagueño que al gaditano. En su excelso nivel, hay confianza en que regresarán, puede que florezcan por primavera, cuando los equipos tienen que dar el callo en las competiciones. Pero por ahora no están. Sin ellos el golpe de gracia desaparece, el Málaga pierde su finura y su duende. Se pueden sacar adelante partidos porque hay otras armas en la plantilla, pero la orfandad se nota demasiado en la continuidad del juego y los problemas para cerrar los encuentros. Isco anda en la meseta de su rendimiento físico y ya le va tocando un punto de inflexión para volver a ser determinante.

No falló el muro de contención. Mientras Camacho, Toulalan e Iturra estén bien, siempre habrá madera para las calderas. El de ayer formó con el francés y el chileno; éste demostrando que le motivan por igual el Camp Nou y un recién ascendido, el galo dando un paso adelante en su rendimiento físico y, por ende, su confianza. Ha rellenado sus pulmones y ahora su cerebro irriga mejor para la toma de decisiones con balón. Esta vez Pellegrini reservó a Camacho. No fue a jugadores de su perfil a quien el equipo echó de menos.

Continúa el desplome clasificatorio, Platini aparte, y se confirma un bache de temporada, el clásico que le toca a Pellegrini en los meses del frío. Lo pudo enmendar Portillo a cinco del final, pero es tan acertado quejarse del mano a mano que falló como agradecer el guante in extremis de Caballero ante De Lucas en la prolongación.

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