El ojo de cristal

DICEN que el miedo es libre. Aunque los miedos del fútbol son muy singulares. En un deporte de unos pocos millonarios, a más dinero más miedos. Los que no los tienen son orgullosos de sus pobrezas, quizás por eso no tengan miedo a perder lo poco que poseen. Ni siquiera les abruma aquello del miedo escénico, ese temor de los jugadores definido para cuando saltan a jugar a un gran estadio de fútbol. Y no se sabe muy bien si es por el impresionante número de espectadores o por la incertidumbre del resultado.

Pero es que la angustia y el miedo son incontrolables, no se resuelven con llenar la cartera del que lo sufre. La teoría de Yagosesky define el miedo escénico como "una respuesta psicofísica de temor e inhibición y muestra unas características: tensión corporal, respiración acelerada, sudoración copiosa, dolor de cabeza, dilatación de pupilas, congestión mental, expectativa de fracaso…". Lo que puede llevar a que la voluntad se paralice. Pero lo que no puedo soportar en un partido de fútbol son las lágrimas de un niño cuando su equipo perdió.

Donato Carrisi, en su novela Lobos, escribe: "El ojo humano produce tres tipos de lágrimas. Las basales, que humedecen y nutren continuamente el bulbo ocular. Las reflejas, que se generan cuando un elemento extraño penetra en el ojo. Y las lágrimas emocionales, que se asocian al dolor. Estas últimas tienen una composición química diferente: contienen porcentajes muy elevados de manganeso y una hormona, la prolactina, pero explicar por qué las lágrimas de dolor son fisiológicamente diferentes de las otras es prácticamente imposible".

En el fútbol, además, en el mismo partido pueden producirse estos tres tipos de lágrimas, pero también las de la alegría por una jugada bien hecha, por un gol conseguido, por una victoria recuperada en el último minuto… La teoría de Mazur es que el aumento de la testosterona anima a un individuo a mostrar los signos del dominio: postura erguida, andares despreocupados, mirada directa. Es posible que todo ello contribuya a un mayor éxito en los siguientes choques por el dominio: "El éxito produce una alta respuesta de testosterona que produce más conducta dominante, que produce más éxito". Los biólogos se refieren a esto como el "efecto ganador".

Lágrimas, miedos, temores, ansiedades, testosterona, prolactina... Por lo que se ve, las victorias y las derrotas tienen su química interna, sustancias todas ellas asociadas a los sentimientos. "El jugador se acostumbró tanto a recibir órdenes que no sabría qué hacer con la libertad en caso de tenerla. El futbolista está siempre a la búsqueda de amparo. Empieza con las supersticiones y acaba con los medicamentos…", dice. Sin duda, los participantes en este fútbol competitivo deben adquirir habilidades de otro tipo para superar sus estados de ánimo cambiantes. Y sobre todo cuando la crítica no acompasa sus razonamientos con un entendimiento del fútbol más profundo. Si la crítica es fácil, si la crítica por la crítica será el origen de muchas lágrimas, de muchos miedos, el cilicio de muchos hombres frustrados…

Sería como esas empresas en crisis que son invadidas por el miedo al error. Es una realidad que los temores aprisionan a los profesionales. "Todos acaban rígidos por el temor a equivocarse y ser despedidos bien por los directivos, que a su vez temen que a ellos los echen los accionistas, que temen errar y ser expulsados por el mercado… Tanto miedo empuja la actuación de los profesionales a hacer las cosas como siempre, porque en el territorio de lo conocido es más difícil hacer las cosas mal".

¿A qué les suena este comentario? Porque, también en el fútbol, errar no es necesariamente hacer las cosas mal. La risa mata el miedo. Y es que este deporte se ha convertido en algo excesivamente serio. Demasiado crítico con la operatividad de los partidos en juego.

El cortisol, también llamado comúnmente hormona del miedo, invita a la parálisis o a la huida. El determinante fundamental del logro en medio de la incertidumbre no es lo inteligentes que seamos, ni los conocimientos que poseamos, sino la mentalidad que se elija. Cuanto más miedo tengamos, más cortisol segregaremos. Cuando sintamos miedo ante lo desconocido, el peligro o la simple incertidumbre, la primera de las estrategias que podríamos emplear, sería la de no enfocarnos en lo que podemos perder, sino en lo que podemos llegar a ganar".

Mi convicción intelectual es que no podemos convertir al fútbol en una tragedia permanente. La risa es la recompensa del vencedor. Y, en ambos casos, las lágrimas tendrán prolactina como símbolo de que hay personas que sienten, que son empáticas. Lo contrario sería tremendo.

Relato una pequeña historia, que yo adapto al momento actual: "Un militar alemán que patrullaba por Varsovia detuvo a un niño judío por hacer contrabando. El alemán apuntó con la pistola a la cara del niño, pero anunció que le perdonaría si adivinaba cuál era su ojo de cristal. "El izquierdo", respondió el niño judío. "¿Cómo lo has adivinado?". A lo que el niño le respondió: "Porque en ese ojo hay un brillo de humanidad". Si una gran mayoría de todos nosotros nos pusiéramos un ojo de cristal, un brillo de humanidad aparecería en el panorama. Seguramente tendríamos mejores respuestas de los protagonistas, los entrenadores y futbolistas tendrían menos miedos paralizantes. El fútbol sería un deporte, como toda la vida, más sentimental.

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