Partido popular La figura del presidente valenciano, en entredicho

Tocado ¿y hundido?

  • El estallido del caso Gürtel ha suscitado el debate sobre el futuro político de Camps, discutido por la gestión de esta crisis

Todas las miradas están puestas en Francisco Camps. Desde el pasado martes, ocupa el centro de la actualidad política. El escándalo Gürtel se ha extendido como la pólvora hasta acabar en los pies del presidente valenciano, sin otra alternativa que la de cortar la cabeza de su número dos, Ricardo Costa. Sometido a un exhaustivo seguimiento mediático, se discute la gestión de esta crisis y las razones de la destitución de su pupilo, envuelta en una gran controversia.

El debate alcanza también al futuro político de Camps, estrella emergente del PP hasta el estallido del caso. Con un horizonte muy prometedor, su figura no ha trascendido la arena valenciana con tanta fuerza como con este caso. Todo apunta a que ha quedado muy tocado, algunos en el partido temen que para siempre.

Hay argumentos para la crítica. Se le discute la autoridad por mostrarse incapaz de imponerse a Costa, que le plantó cara negándose a dimitir, e incapaz de imponerse a Génova, que le exigía el sacrificio del castellonense por la estrecha amistad que le unía a los cabecillas de la trama corrupta. Ante la dilatación del problema, Rajoy se vio obligado a intervenir con la imposición del cese. Desautorizado por sus superiores y desatendido por sus subordinados, el liderazgo de Camps ha quedado en entredicho.

Se le discute la credibilidad por el doble juego exhibido después de la Ejecutiva reunida el pasado martes en Valencia, en una atmósfera de fuerte tensión. Al término de la reunión, la más difícil que recuerdan los más veteranos del partido, Camps contactó con Rajoy para comunicarle la destitución de Costa de manera simultánea al apoyo incondicional que le transmitía a su segundo, pidiéndole calma. Dijo a las dos partes lo que esperaban escuchar, desencadenando una ceremonia de la confusión sin precedentes que no ha dejado indiferente a nadie. La crisis reforzó la autoridad de la número dos del PP, María Dolores de Cospedal, la única en poner orden. Ha sido la principal beneficiada del entuerto.

Se le discute la continuidad en el cargo por el agravio comparativo que ha supuesto el despido de Costa. Todo lo que se ha predicado para explicar este cese se puede predicar de Camps, porque las conversaciones grabadas con El Bigotes se dan también en el caso del presidente valenciano. Igual de "poco ejemplarizantes" resultan los diálogos de Costa que los de Camps, ambos presididos por un tono de complicidad extremo.

Se le discute la cordial sintonía que dice tener con Rajoy, con el que siempre ha mantenido una relación excelente. Al menos de cara al exterior, continúan las buenas palabras y los gestos de aliento. Rajoy renovó el liderazgo del PP en el Congreso de Valencia en 2008, con el apoyo de Camps y los avales recogidos por el ahora apestado Costa. Camps convenció a otros barones para que respaldaran a Rajoy, pero hay quien sostiene que la desafortunada gestión del cese de Costa, muy criticada en Génova, ha roto la hilazón entre ambos.

Se le discute la imagen de cohesión interna que vende a cada momento, con llamadas constantes a la unidad. La mecha del debate sobre la estrategia adoptada por Camps ha prendido en el seno del PP valenciano, donde los zaplanistas y el sector que lidera Carlos Fabra en Castellón están que arden. La guerra iniciada en 2003 entre los partidarios de Eduardo Zaplana y los de Camps, sucesor del primero, parece reabrirse, una pésima señal de cara al futuro.

Y se le discute también la falta de celeridad en la toma de decisiones, equiparando su actuación con la de Rajoy por dejar morir los problemas. La inmediata actuación de la presidenta madrileña, Esperanza Aguirre, contra los implicados le dejó en evidencia.

Pero en el círculo de Camps se impone otra realidad. A las críticas por la falta de autoridad enfrentan la idea de que ha superado más problemas de los que parece, conservando intacta su autoridad; a la pérdida de crédito por el desconcierto que presidió el despido de Costa confrontan el argumento de que, según fuentes de su entorno, todo obedeció a una "estúpida confusión" propiciada por quien se ha empeñado en echar un pulso que no debía; a quienes equiparan la situación de Costa con la de Camps contraponen el eximente de la ocultación de pruebas del fiscal que le exculpan en el caso de los trajes; a quienes ahora le enfrentan con Rajoy oponen la plena confianza del líder gallego en los primeros instantes de la crisis con su silencio y el compromiso para que repita como candidato en los comicios de 2011; a quienes ven señales de disidencia contestan que son síntomas habituales de ruido propios de cualquier crisis; y a quienes ven una gestión inapropiada esgrimen que ha soltado lastre.

Camps ha encarado el tipo de situación que mide a la clase dirigente. Hay quien le ve más hundido que tocado, fuera incluso de la Generalitat. Pero nadie mejor que él sabe que el futuro que le espera no está a expensas de la gestión de esta crisis sino del curso de la investigación judicial y de las urnas.

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