La Feria de Málaga y su rumba de lo desagradable

Crónica

Si todo depende de los ojos con los que se mira, la Feria de Málaga tiene material para criticar, no hay duda

Pero también genera recuerdos únicos para muchos que superan con creces todo lo demás

Vendedores ambulantes ofrecen bolsas de hielo a 5 euros en los 'botellones' del Real

Aspecto de la calle Larios este viernes en la séptima jornada de Feria.
Aspecto de la calle Larios este viernes en la séptima jornada de Feria. / Pepe Gómez

Bajo una señal de tráfico, se seca al sol un charco de vómito. Ya no huele, lleva varios días decorando la calle. El aroma llega unos metros más adelante, con los restos de excrementos de los caballos que han salido hace unas horas de sus cuadras. La calle Larios, por contra, inició impoluta la séptima jornada de Feria. Ya quisiera la mayoría de barrios tan solo la mitad del mimo que se le profesa a esta vía. Pero son las tres y media de la tarde y la jornada festiva promete. Hay gente, no tanta como cuando bajó de los árboles centenarios la ardilla de mi compañero Luis para recorrer la almendra del casco histórico de cabeza en cabeza, pero sí que son muchos.

Miles de personas aprovecharon el día de la conquista católica de Málaga para bajar al centro y disfrutar la feria que lo conmemora. Así que, como acostumbramos a ser bastante previsibles, cuando el contenedor de cartón, insuficiente a todas luces para los residuos que se generan, se llene “dejaremos” en el suelo –eufemismo para la gente bien educada que no tira basura– nuestro vasito rosa, nuestra botella de Cartojal, la bolsa vacía de cubitos de hielo que ha costado una pasta y el recipiente de papel, que parece de café pero que está lleno de cerveza.

Hasta el último pelo estarán las barrenderas y barrenderos de retirar día tras día kilos de plástico fucsia. También colillas, abanicos de cartón, servilletas y litros de refresco abandonados en sus bolsas tras el botellón. Que digo yo que tanto no cuesta coger esa bolsa y buscar un contenedor. Tampoco cuesta pedir perdón cuando se pisa a una mujer en sandalias, ¡ay, que dolor!, o intentar respetar el espacio personal de cada uno, que se supone que íbamos a salir mejores pero parece que no hemos aprendido mucho, jo…

Un chico bebe una botella de cerveza en la Feria del centro.
Un chico bebe una botella de cerveza en la Feria del centro. / Pepe Gómez

Exclusiva: La Feria de Málaga está libre de Covid. Y si no es así la gente se lo ha creído, porque en toda la semana solo he visto dos pares de mascarillas, o sea, cuatro, cuatro en total. Ni personas mayores, ni jóvenes, ni una servidora, Nadie se tapa la cara. Las medidas preventivas pasaron a la historia, así que se chupa de la misma botella, se comparten babas y abrazos, y se toca, se toca todo lo que se puede. A ver, que todo no es condenable, que no se trata aquí de ser estrechos. Pero que hemos acogido el mogollón con gusto y despreocupación, es una verdad como un templo.

Igualmente, podría parecer que todos los grupos de Rodríguez del norte de España han venido a la Feria de Málaga, con la excusa de la despedida de soltero o sin ella. Unos hasta han reciclado el pañuelo rojo de los Sanfermines para pasearse con el penitente disfrazado de toro, mezclando churras con merinas en una escena de las que le gustan a Tom Cruise.

Al amparo de los compadres y bajo ciertos efectos etílicos, la actitud de estas pandillas suele ser un tanto chula y sobrada, pero la mirada entrenada de una madre de adolescentes los pone en su sitio sin tener que articular palabra. Por ahí no, chaval. Aunque hay que decir que, según lo observado, la mayoría de los feriantes va a su bola, con respeto y sin incomodar demasiado al resto.

Una botella y un vaso olvidados en la plaza de la Constitución.
Una botella y un vaso olvidados en la plaza de la Constitución. / Pepe Gómez

No faltó este viernes alguna camisa abierta o un top que más bien es un bikini. Se habla mal del poco decoro y la falta de elegancia que se estila en esta fiesta de agosto. Pero es que el calor es insoportable en las horas centrales del día, tanto que deja vacías las plazas y calles que sufren el sol más directo. No obstante, es verdad, tienen razón, el calor no es excusa para el chonismo.

Tampoco quedaba este día festivo huérfano de borracheras, de abusos peligrosos y comas etílicos que malograrían la salida a los afectados y a sus acompañantes. La Policía hizo sonar sus sirenas en más de una ocasión, una ambulancia tuvo que abrirse paso con mucha dificultad entre el tumulto de Larios para atender un desvanecimiento y la Nacional paraba en la esquina de Álamos a un grupo sospechoso y a un Porsche tuneado al gusto merdellón. Se pudo observar también cómo un agente le pidió a un chico que daba saltos eufórico que se pusiera la camiseta.

Pero no todo es malo, por supuesto que no. Al buenrrollismo le cuesta trabajo no ver el lado positivo y encuentra un rincón en Uncibay, en el que corre cierta brisa y dos amigos ponen en su gran altavoz canciones de La La Love You, Viva Suecia y Fito. Poquito después disfruta en la plaza de San Pedro Alcántara bajo el inmenso ficus del directo de Jarrillo Lata, que recordaba al mítico Tabletom. Un viaje al pasado que, por la media de edad del respetable, se reconocía a la perfección.

Una panda de verdiales ameniza la jornada del viernes en la calle Larios.
Una panda de verdiales ameniza la jornada del viernes en la calle Larios. / Pepe Gómez

Como no sabemos lo que queremos y lo mismo criticamos por mucho que por poco, también sorprenden en esta Feria calles vacías y sin música cuando en un pasado no tan lejano –o quizás sí, que la juventud ya quedó atrás hace años– eran un hervidero de malagueños y foráneos bailando sin descanso.

Ni la calle Cister, ni la plaza de la Merced, dedicada a los niños por la mañana, ni Alcazabilla, ni la plaza de la Marina, ni Duque de la Victoria o Echegaray, ni siquiera Méndez Núñez o Beatas tienen gente más allá de las terrazas de los bares. Hay mucha gente en movimiento, de acá para allá, pero parada bailando solo en las plazas en las que hay música en directo. Como en la Constitución, sin duda el punto neurálgico de la fiesta.

A las 17:15 la plaza y sus alrededores estaba a reventar. Y si la Policía paraba en otras zonas a gente que llevaba puesto el botellón, aquí desde la tienda de Desigual hasta el inicio de la calle Granada se hacía sin ningún miramiento en mitad de la calle. No había grupo que no llevara su alcohol a cuestas. Bueno, también juro haber visto a un adulto con un botellín de agua. Y niños en su séptimo sueño, descansando plácidamente a pesar del ruido. Pero para el resto, dormir no iba a ser una opción quizás hasta mañana. Había que aprovechar las horas, mira que esto acaba en dos días.

Una pareja se hace un selfie con un abanico de lunares.
Una pareja se hace un selfie con un abanico de lunares. / Pepe Gómez

A un grupo de amigas adolescentes le costaba decidir dónde ir cuando cortasen la música, cuando le quedaban escasos diez minutos y la banda hacía un popurrí de despedida con canciones desde la Carrá a Danza Invisible. Volvió el dj y siguió más animada aún la plaza cantando al unísono “Yo quiero bailar toda la noche”. Pero fue el adiós y antes de la hora señalada, con silbidos de disconformidad, se acabó lo que se daba.

Algo más duró en la plaza de Las Flores, donde se bailaba y se tocaban palmas con ganas. ¿Por qué no echarse una rumbita para ir cerrando? La temperatura era agradable y la afluencia perfecta, ni las apreturas de la Constitución ni vacía. Había espacio para moverse y hasta alguna mesa libre en la que tomar algo. Pero, puntuales, aunque costara cargarse el buen ambiente, el técnico fue bajando la regleta del sonido para dejar huérfana a la plaza de música.

Sin embargo, no todo estaba acabado porque tambores, panderetas y palmas seguían la fiesta en Liborio García. Una especie de charanga flamenca tenía revolucionado al personal con su simpatía y su ritmo. Cada vez se pegaba más gente, no había ganas de irse. Copiaban las coreografías y se aprendían las letras.

Una charanga en la calle Liborio García monta una coreografía.
Una charanga en la calle Liborio García monta una coreografía. / Pepe Gómez

Antes de decir adiós, “mira que son más de las seis y la Policía nos echa”, explicaban, pidieron un aplauso por los que nos han dejado en estos dos años. “Por ellos tenemos la obligación de pasarlo bien”, afirmaron. Y otra ovación solicitaron “por todos los extranjeros que nos visitan para hacer de esta feria la mejor del mundo”.

Ya se sabe, no hay ciencia exacta en esto. Se suman y se restan cosas positivas y negativas, hay aspectos que mejorar y, por contra, se viven momentos únicos de alegría colectiva que son tan necesarios y sanadores. El vómito aquel terminará borrándose pero habrá muchos que se queden con grandes recuerdos guardados de esta Feria 2022. Porque no hay nada más cierto que aquello de que todo depende de los ojos con los que se mira.

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