Feria de Málaga: entre Historia, aglomeraciones y trajes de flamenca
El festivo llena el centro y el Real durante toda la jornada bajo un sol abrasador que no impide a nadie disfrutar del día libre
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“¿Por qué papá y tú no trabajáis hoy?”, pregunta una niña de unos 6años, vestida con un traje de lunares rojos, volantes blancos y flores en el pelo, a su madre mientras cruzan la calle Larios cogidas de la mano para no perderse entre las olas de colores y músicas que navegan por el centro, hoy más bullicioso que ningún otro día de la semana. “Porque hoy es fiesta en Málaga”. Y sin más, esa niña, como muchos malagueños, acepta la respuesta sin hacerse más preguntas y se adentra en el mar de la Feria.
No se sabe si aquel 19 de agosto de 1487 hacía 37 grados a la sombra como hoy; ni si las calles estaban tan llenas de personas de todo el mundo bebiendo Cartojal y disfrutando de la música y los verdiales; tampoco si quienes recibieron a los Reyes Católicos en Málaga tras la conquista nazarí celebraban a la vez despedidas de solteros con tutús y coronas más propias de una juguetería erótica que de un palacio; o si el suelo era un mosaico de pis, alcohol y vómitos al caer la tarde.
Lo que sí sabemos es que, aunque resulte impensable imaginar aquello en el pasado, basta asomarse a TikTok, Instagram o cualquier otra red social para comprobar que hoy la ciudad queda registrada así en el archivo digital que dejamos, la memoria colectiva de cada Feria de Málaga: entre luces y sombras, entre lo festivo y lo excesivo, entre el bullicio del centro y la algarabía del Real.
Lunares del centro al Real
Cuando el sol y su terral marcan las 12:00, la arteria principal de la ciudad, limpia como una patena tras el arduo trabajo de los servicios de Limasa el día anterior, acoge de nuevo la alegría y la vida de una ciudad sedienta de vino dulce y feria.
El olor de las biznagas se mezcla rápidamente con el de los perfumes de quienes se ponen de punta en blanco para la fiesta de día. Hay quien incluso se atreve con un traje de flamenca de manga larga, que solo Dios sabe de qué están hechos para no dejar marca de sudor bajo el brazo. Este año, esa parece ser una moda recurrente que convierte la calle Larios en la mejor pasarela que nadie se pueda imaginar: trajes clásicos con lunares, lisos y elegantes, atrevidos y coloridos. Eso sí, todos con un bonito abanico a juego para amedrentar el sofocante calor de la jornada.
Los lunares están de moda en nuestra feria: quizás porque la tradición ha resurgido, porque las influencers pasaron meses enseñando sus preciosos vestidos en la de Sevilla o, más realista aún, porque basta con mirar al suelo de cualquier barrio. Entre chicles fosilizados, manchas de grasa y churretes eternos, las aceras parecen un catálogo improvisado de estampados que no puedes encontrar en el centro, pero sí en muchos otros barrios. Málaga no necesitó diseñadores: ya tiene sus propios lunares pegados al asfalto de muchos barrios, que puedes ver si vas del centro al Real.
La nueva portada, que replica el Quiosco del Embarcadero de la Reina de 1862 y que, por primera vez, se puede visitar por dentro, es ideal para quienes quieran fingir cultura antes de lanzarse a bailar en las casetas. Tras las innumerables luces LED, el recinto rebosa vida desde el mediodía hasta el amanecer.
Decenas de caballistas y flamencas componen la estampa más clásica de la feria, rodeadas de un ambiente familiar donde niños y adultos comen buñuelos y algodón de azúcar y se montan en los cacharritos. El reverso de la postal llega cuando se encienden las luces al anochecer: colas inmensas para entrar en las casetas, baños atorados y sucios, y todo tipo de personas con bolsas de plástico llenas de bebida para la zona del botellón.
Así es como la magia diurna se evapora, y el Real se transforma en un terreno donde la fiesta y el desastre van de la mano, como aquella niña que preguntaba por qué no se trabajaba hoy, y que en el futuro descubrirá que la feria de Málaga siempre guarda sorpresas: algunas dulces como biznagas y buñuelos, otras pegajosas como chicles y caos, y todas capaces de dejarla boquiabierta cada año que pasa.
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