Miércoles

Otros posibles escenarios

  • La Plaza de la Merced se postula estos días como el único remanso de 'paz' del centro histórico. Pasear al lado de un grupo de franceses o de una mujer vestida de volantes es cada vez más habitual, o menos raro.

DÍA 5. Cuando la ciudad aún bosteza a pesar de que el reloj marque la hora del mediodía, cuando la actividad comienza a despegar todavía cansada de trasnochar y alargar la juerga hasta horas excepcionales, cuando la mayoría apenas está abriendo los ojos dispuestos a afrontar una nueva jornada de fiesta, hay otros espacios que ya han echado a andar ajenos al ritmo paralelo y mayoritario que se impone en las calles principales. Son ambientes con identidad propia, unas ferias dentro de la Feria que hacen que otros escenarios sean posibles. Lugares que, por increíble que parezca, no sucumben a la hegemonía de la música pachanguera y a la atmósfera de jolgorio y desenfreno que reina por el centro histórico. Rincones que se convierten en oasis urbanos, en el refugio perfecto para los que buscan alejarse del caos imperante y disfrutar de la Feria con otro ritmo.

Uno de estos resquicios con carácter personal, en pleno centro, resiste al bullicio de sus aledaños. Parece que la iniciativa del pasado año no se ha quedado en anécdota y en esta edición repite, si cabe, con más ganas. La Plaza de la Merced se ha transformado en un remanso de paz y sosiego, de aire bohemio y alternativo, que lejos deja el panorama que presentaba en las tardes de Feria donde las estatuas de Torrijos desde la altura y Picasso en un banco eran espectadores del gran botellón que acogía la explanada. Ahora, la emblemática plaza presume de un aspecto renovado y apacible, salpicado de puestos artesanales por los que pasean familias enteras al agradable sol de la mañana, grupos de turistas tomando fotos de los artículos de las carpas blancas y personas mayores que, mientras descansan en los bancos a la sombra de la plaza, toman un aperitivo antes de almorzar. Un lugar en el corazón de la ciudad lleno de historia y simbolismo donde la fruta fresca, productos ecológicos, collares y abalorios de diferentes materiales, abanicos pintados a mano y complementos y detalles de flamenca le ganan la batalla al Cartojal, a las camisetas de grupo con el mismo lema y a las trompetas de las charangas.

Y es que la Merced se ríe de la resaca de los otros abriendo a horas para muchos desafiantes. Al filo del mediodía, con los distribuidores en los bares cercanos aún reponiendo todo el alcohol que se consume estos días de forma casi descontrolada, comienzan a levantar sus toldos estos puestos, entre el trasiego de las mesas y las sillas que los hosteleros están sacando a la calle al mismo tiempo. Un "madrugón" que cada vez gana más adeptos si se tiene en cuenta la afluencia de público que se acerca durante el día por la zona. Aunque a lo lejos resuenen acordes de reggaeton , el mercado artesanal continúa con su desarrollo cotidiano sin que parezca que le moleste demasiado el  ttranscurso de la otra fiesta. Una mujer pregunta por el precio de una pulsera de cuero mientras que a pocos metros un puesto ofrece degustaciones de zumos naturales a los visitantes; en su stand, Elisa aconseja a una chica que acaba de comprarle un bolso sobre cómo es mejor lavarlo. "Está hecho con trapillo, con una técnica parecida al crochet, pero con agujas más gruesas", informa. Y así, entre tejas pintadas a mano, camisetas bordadas con motivos malagueños, pan cocinado en horno de leña y productos artesanos traídos de cualquier pueblo de la provincia, va pasando otra Feria simultánea, un universo de espíritu afable en el que se brinda por una vida sana sin ninguna gota de alcohol.

Sin duda la Feria de Málaga es mucha Feria. Y digo esto porque no se acaba en el centro, como tampoco se acaba en el Cortijo de Torres, y lejos queda la Plaza de La Merced. En el sitio del que hablo no se oyen sevillanas ni tampoco malagueñas, más propias de nuestra tierra, ni verdiales, ni se forman corros alrededor de una charanga para bailar Paquito el chocolatero u otros pasodobles mientras tocan el solo de trompeta haciendo la cucaracha. Allí nadie ha oído hablar de la canción del verano, el traje típico no es de faralaes ni de volantes, y en lugar de enganches de caballos son los barcos los que están enganchados al atraque.

En la nueva calle Larios, esa paralela al mar donde la brisa coge aire y abraza a los viandantes, donde la Catedral y la Alcazaba toman un encanto especial, y donde la luna llena de ayer se reflejaba en el agua, y me refiero efectivamente al Muelle Uno, se vive una Feria diferente, alternativa, que se contagia de los colores del atardecer. Y precisamente es a la hora a la que el sol empieza a caer cuando el Palmeral de las Sorpresas se viste de gala y da la bienvenida a los que quieran vivir una Feria alejados del jolgorio habitual o, por qué no, ya cansados después de un intenso día de fiesta.

Sin rodeos: la plaza de las Palmeras ha sido tomada por las artistas plásticas Las Buhoneras. Para daros más pistas os diré que los flotadores cuelgan del cielo, algunos con forma de pez, todos de colores vivos y chillones que contagian de alegría y optimismo, y también alguna que otra orca hinchable. Se trata, sin duda, de un escenario divertido en el que los más pequeños disfrutan de un espectáculo en el que ellos se convierten en los propios guionistas.

Poco antes de que dieran las 20:30 los más traviesos de la casa empezaron a coger sitio mientras escuchaban expectantes las primeras notas del pianista que daba comienzo a la obra. Con una bienvenida al más puro estilo de Miguel Ríos, el carisma y la actitud de los tres actores dejaron embobados a más de uno, y no me refiero solo a los niños, que por cierto no se movieron durante todo el espectáculo, que corría a cuenta de la compañía de teatro La Imprudente. El Imprudente Cabaret Infantil de Muelle Uno hizo viajar a los allí presentes desde Francia hasta Oriente Medio, donde, una vez en la gran muralla china, los más pequeños debían elegir entre el número del gran Hassan y el baile de los pitufos, que ganó por unanimidad con una votación de lo más particular: rascarse la rodilla.

Palmadas al compás del piano, pompas de jabón, o una particular partida de tenis fue solo el comienzo de una actuación que no dejó indiferentes a grandes ni pequeños.

En la Feria del atardecer también se bebe diferente. De nuevo los visitantes se convierten en los protagonistas, esta vez para preparar su propio cóctel siguiendo unas sencillas instrucciones. Esta iniciativa de José Carlos García se suma al mercadillo artesanal del puerto: collares, pulseras, bolsos, camisetas, y todo tipo de accesorios con el ingrediente añadido de que están hechos a mano atrajeron a más de uno. No faltó la originalidad, así como tampoco faltaron los que descansaban de su paseo en los tableros de madera acolchados que se encuentran a lo largo de todo el Muelle, o en la pluralidad de ofertas de los bares donde, por cierto, la mezcla de acentos y de idiomas se acentúa. Y es que pasear al lado de un grupo de franceses o de una chica vestida de volantes con acento alemán resulta cada vez más habitual, o menos raro.

Para los que no necesitaban descanso y sentían las piernas algo inquietas, la caseta Aires de Feria, junto a la entrada principal del puerto, en frente de la plaza de La Marina, se convirtió en una gran pista de baile de ritmos latinos. Salsa, bachata o chachachá hicieron sudar a más de uno que intentaba seguir los pasos del monitor.

Decenas de visitantes quisieron mover las caderas al compás o, al menos, aprender unos pasos básicos. Una actividad que de nuevo reunió a toda la familia, a grandes y pequeños, y cuya fiesta se prolongó más tarde con otro tipo de público, pero con más música.   

De nuevo en la plaza de Las Palmeras la música no tardó en sonar cuando el reloj marcaba al fin las 22:00. Por el escenario han pasado estilos tan variopintos como New Orleans Jum Band, Pepe L'amor & La Chicolini Orquesta, Hula, Hula y Esplendor, que hoy dejan paso al rock alternativo de los granadinos de Royal Mail.

Un ambiente familiar, con ganas de pasarlo bien, de bailar pero también de relajarse, de alejarse del ruido y esperar que acabe la música para escuchar el sonido del mar o ver salir al último barco. Un paisaje especial para los más románticos, para los que buscan el frescor del agua, para los que les da miedo la altura de la noria y, mira por dónde, donde los más pequeños también pueden disfrutar de algunas atracciones como tiovivos o hinchables. Para no dejar indiferente a nadie, la Feria del Mar, la del atardecer, la del Muelle Uno, es otro rincón más, otra feria dentro de la Feria, esa que se escribe con mayúscula.

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