'O grande circo místico'

Demasiados triples mortales

'O grande circo místico', de Carlos Diegues.

'O grande circo místico', de Carlos Diegues. / M. H.

La metáfora sobre la deriva actual de Brasil que el veterano realizador Carlos Diegues pretende imprimir sobre O grande circo místico queda bastante a las claras. Que lo consiga ya resultaría más discutible, y es que la historia de un circo familiar contada a través de cinco generaciones supone, sin duda, un número arriesgado. Narrado desde su inauguración a principios de siglo y abarcando hasta la actualidad, la irregularidad es el principal rasgo característico de una cinta dividida en cinco episodios -prácticamente cinco cortometrajes- y desaprovechada en la mayoría de sus aristas.

En medio de todo ello, los números musicales constituyen una de las pocas notas positivas de una película por lo demás desnortada entre las sucesivas subtramas de violencia, abuso -sobre todo-, drogas y decadencia de la familia Kieps, pasadas casi siempre a un ritmo excesivo. El perenne Celaví -la sonoridad no es casual- interpretado por Jesuíta Barbosa, no logra tampoco reponerse a la inconsistencia de los diferentes episodios y su aportación como narrador se hace inane, falta de gracia. El exceso de ambición perjudica incluso a nombres ilustres (aquí peaje de coproducción) como Vincent Cassel en el rol de Jean-Paul, un despreciable mimo francés obsesionado con la heredera Charlotte (Marina Provenzzano) y su patrimonio.

Sí resulta destacable la aportación que tanto la dirección de fotografía como el empaque de la producción realizan al conjunto, también sostenida en las composiciones musicales de Chico Buarque y Edu Lobo. El circo contiene un imaginario tan potente como atractivo, pero el mero recurso estético no hace remontar a una cinta más temeraria que valiente, más pomposa que profunda, y demasiado pagada de sí misma. El extravagante cierre de la cinta concede la prueba final de ello.

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