'Las niñas bien'

La vida sin freno

'Las niñas bien', de Alejandra Márquez Abella.

'Las niñas bien', de Alejandra Márquez Abella. / M. H.

Suntuosos salones, elegancia por doquier y copas de champán dan sentido a las primeras secuencias de Las niñas bien. Estamos en México, año 82, y las ocupaciones principales de Sofía (Ilse Salas) y su grupo de amigas consisten en comprarse ropa cara, acudir a eventos, maquillarse, desmaquillarse y, por supuesto, poner a caldo a políticos y pobres. También fantasear con unas vacaciones de la mano de Julio Iglesias. Al menos así es hasta la gran caída del peso mexicano que pone a un gran número de familias de clase alta al borde del colapso. “Me chocan los funerales, nunca sé qué ponerme”, rumia una de las amigas tras el suicidio de un marido del grupo. “Tuve tantos este año que me hice una sección en el closet”, responde otra.

Porque este declive es el núcleo de la historia que nos narra Márquez Abella en su segunda película. Y lo hace con mucho estilo, no sólo por los Grand Marquis que campan por los garajes, sino en la puesta de escena y el -arriesgado- diseño de sonido. También en una cuidada dirección de actores con la que sobresalen la propia Salas y Flavio Medina. Sin embargo, todo esto resulta insuficiente para mantener el pulso de un metraje en el que quizá no había tanto para contar.

La sensación es particularmente agridulce porque en el último tercio de película es cuando la propuesta realmente coge vuelo, pero lo natural es para entonces haberse cansado de las secuencias circulares, la cámara lenta, las cenas anodinas y las subtramas previsibles. Márquez Abella aprovecha además la decadencia de la familia para, durante el cumpleaños de uno de los chiquillos, sacar a pasear un lado sorrentinesco en cámara y efectos que ya no abandona, y culmina en el cierre de la cinta. Las niñas bien es, por tanto, una cinta de destellos. Queda en la memoria la forma en que la criada (sic.) niega tajantemente a los niños la posibilidad de que ahora sean pobres, cuando un instante antes la madre sólo había sido capaz de titubear y preguntar quién les había acusado. Reza la canción del baile: “sería tapar con un dedo la luz inmensa del sol”. Justa descripción del proceso decadente de la familia. La canción se llama Triunfamos.

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