EL LIBRO DE LAS SOLUCIONES | FESTIVAL DE CINE DE SEVILLA

Gondry no soluciona nada

El niño grande en una de sus 'imaginativas travesuras'.

El niño grande en una de sus 'imaginativas travesuras'.

Hacía muchos años que no nos topábamos con una película del francés Michel Gondry, un célebre autor de anuncios y videoclips que un buen día decidió pasarse al cine y allí se quedó dando la tabarra. Viendo esta El libro de las soluciones habríamos deseado tirarnos otros diecisiete sin volver a padecer una película suya. A tenor de su personaje protagonista y de su filme, hemos de decir que el Gondry ya convertido en un señor (que no en un autor, nótese la diferencia) maduro es como un niño de sesenta años que cual criatura caprichosa y malcriada está todo el tiempo tirándote del pantalón, interrumpiendo las conversaciones de los adultos o reclamando de mil formas y maneras ser siempre el centro absoluto de atención. Esto, una vez que los minutos de metraje se van acumulando, produce en este espectador el conocido como Síndrome del deseo reprimido de estrangulamiento, una patología que cortocircuita la calma y atención necesarias para el disfrute de cualquier obra de arte o, como es el caso, producto de aburrimiento.

La historia de un cineasta disfuncional, que tiene sometido a equipo y familia (pobre Françoise Lebrun) a la tiranía de sus deseos mientras le ultiman el montaje de su nuevo desatino (el cual Gondry jamás será capaz de mostrarnos más allá de escasos segundos), apenas nos dibuja más de dos o tres sonrisas: la improvisada composición de la banda sonora de la película, la anunciada y esperada aparición en persona del propio Sting, o la huida final del cineasta protagonista, terminado el preestreno, una vez roída la butaca de la sala por su propia ansiedad que desquicia esta película sin empatía con el otro, ritmo ni mesura desde el primero hasta el último de sus eternos ciento dos minutos.