La ruta de senderismo más exigente de Málaga pero con un premio brutal: "Las vistas son realmente espectaculares"

El pico de La Maroma, con sus imponentes 2.069 metros de altitud, se alza como la cumbre más alta de la provincia de Málaga y un auténtico desafío para los amantes del senderismo. Es especialmente difícil cuando el termómetro toca sus picos más bajos, cuando la nieve y el hielo se hacen presente durante la ruta, ofreciendo una experiencia única y excepcional a las puertas del Mediterráneo. A lo largo del camino, la naturaleza se muestra en todo su esplendor, con o sin nieve, y el esfuerzo se ve recompensado con unas vistas inolvidables enmarcadas por el mar de Alborán y la lejana Sierra Nevada. Incluso África en los días más despejados.

El recorrido a La Maroma es más que una simple ruta de montaña; es una experiencia sensorial. El sonido de cada pisada a nuestro paso rompe un silencio que abruma. Mientras el sol, tímido, empieza a aflojar a medida que se avanza y elevamos la altitud. La paz del entorno solo se ve alterada por el ocasional deslizamiento del hielo. El sendero se adentra en un pequeño bosque de pinos mediterráneos, que, cuando están cubiertos de nieve, adquieren un aspecto nórdico. Este singular paisaje se encuentra en el parque natural de las Sierras de Tejeda, Almijara y Alhama, una vasta extensión natural entre las provincias de Málaga y Granada.

La cima de La Maroma, coronada por un vértice geodésico de unos cuatro metros, se convierte en un balcón natural. Desde allí, las vistas alcanzan picos cercanos como el Navachica, la majestuosidad de Sierra Nevada, la sierra de los Filabres y la de Guadix. Hacia el sur, el mar de Alborán se extiende a poco más de 17 kilómetros en línea recta, con las cumbres africanas difuminándose en el horizonte.

Cuatro rutas para alcanzar la cumbre

Existen cuatro rutas principales para conquistar La Maroma. Desde la provincia de Granada, la senda parte de El Robledal, una zona de acampada controlada rodeada de un frondoso pinar donde las ardillas corretean y el aroma de los arbustos envuelve el ambiente.

En Málaga, las tres rutas disponibles inician en Canillas de Aceituno, Sedella y Alcaucín. Cada una ofrece su particular encanto:

• Canillas de Aceituno: El camino comienza con una exigente pendiente que pasa junto a la cueva de La Rábita, antiguo lugar de oración sufí.
• Sedella: Un recorrido que parte de este coqueto pueblo blanco, hogar de un torreón mudéjar del siglo XVI.
• Alcaucín: La ruta desde el área recreativa de El Alcázar es una de las más accesibles. Aunque se aleja de cañones y precipicios, la pendiente es constante, sin apenas tramos llanos para recuperar el aliento.

Un ascenso exigente con sabor a historia

El ascenso desde Alcaucín comienza por una pista forestal que lleva hasta el Cerro Tacón. Tras un trepidante zigzag de 16 curvas, se alcanza la Loma de las Víboras. Es aquí donde la nieve empieza a cubrir el terreno, convirtiendo el recorrido en un auténtico desafío.

A lo largo del camino, se pasa por puntos emblemáticos como la Majada del Arce, el collado de Fuente Santa –ideal para recobrar fuerzas–, el Acarraero y la Casa de las Nieves. El esfuerzo culmina en un pedregal de roca caliza, ahora escondido bajo un manto blanco.

La Maroma guarda también un secreto bajo su nieve: una sima utilizada antiguamente para almacenar nieve, a la que se accedía con cuerdas llamadas maromas. Esta peculiaridad dio nombre al pico, cuyo original Tejeda acabó convirtiéndose en el popular La Maroma.

Consejos para el senderista: seguridad y respeto por la montaña

La montaña siempre debe ser respetada. El uso de crampones es fundamental para evitar resbalones peligrosos y las aplicaciones de geolocalización, como Wikiloc, son aliadas indispensables para evitar perderse en un camino donde muchas señales pueden quedar ocultas bajo la nieve.

El camino está bien señalizado con estacas de madera y hitos –pequeños montones de piedras–, aunque tras las nevadas, estas indicaciones pueden ser difíciles de ver. La prudencia es clave, ya que las ventiscas pueden sorprender al senderista con un frío que cala hasta los huesos.