Agua sosigená y Frenadol John Lennon

Atención al público Hasta una ladilla en una caja de Juanolas han llevado a la farmacia para preguntar por el tratamiento

Las farmacias atesoran un anecdotario repleto de confusiones lingüísticas y peticiones imposibles · La clientela, sobre todo la femenina, desnuda sus intimidades frente a los profesionales de la bata blanca

Augusto Santana atiende a un par de clientas en la Farmacia Caffarena, en la Alameda Principal.
Cristina Fernández / Málaga

16 de noviembre 2008 - 01:00

Todo aquel que tiene un trato directo con el público en su labor seguro que atesora miles de anécdotas. Pero si son farmacéuticos los que están detrás del mostrador, la cosa puede llegar al extremo de la parodia. Algunas de las farmacias más veteranas de la capital malagueña disponen de un nutrido anecdotario, que va desde confusiones lingüísticas hasta peticiones imposibles.

"La gente tiene necesidad de enseñar las lesiones", explica Carmen Vargas-Machuca, gerente de la farmacia Caffarena. "En una caja de Juanola me han traído una ladilla, una chinche aplastada en un papel y un piojo atrapado en celo", asegura Vargas-Machuca. Lleva 30 años en la profesión y ya está curada de espantos. "Hay muchas confusiones, es verdad. A los genéricos los llaman genéticos o transgénicos, a los enemas, edemas, a los colutorios, locutorios y me pidieron un dolocatil en vez de Gelocatil".

Carmen Vargas-Machuca tiene claro que la gente "desnuda su intimidad en una farmacia", aunque los hombres son más tímidos a la hora de hacer sus pedidos. "Se apartan y esperan a que les atienda un auxiliar porque les da menos vergüenza confesarle a ellos que tienen una infección, que quieren Viagra o que se les ha roto el preservativo", comenta esta farmacéutica que guarda entre sus objetos más preciados un libro de firmas. "Me di cuenta de que me estaba perdiendo un montón de oportunidades de tener algún recuerdo de todos los famosos que pasan por aquí y en 2003 inauguré este libro", dice Carmen mostrando orgullosa su álbum. Fernando Guillén, Jesús Quintero, Juanito Navarro, José Sacristán, Manuel Chaves y el juez Garzón son algunos de los que han estampado sus firmas para ella. "Si no estoy en la farmacia le obligo a ellos que les pidan autógrafos", añade.

Para la farmacia Caffarena, situada en la Alameda Principal y junto a la entrada de la calle Larios, la Feria y la Semana Santa son fechas absolutamente especiales. "A la ida me dejan la tienda vacía de tiritas y vitamina B, para prevenir; a mediodía vienen los padres a por el potito o el chupete que se cae y de vuelta llegan los problemas estomacales, eso sí, todos contentísimos y pidiendo preservativos", relata Vargas-Machuca.

Augusto Santana lleva 22 años trabajando con ella y también ha oído y visto casi de todo. "Un día me llegó una extranjera que se había clavado en el trasero un erizo al caerse entre las rocas de la Malagueta", recuerda el auxiliar que comenta cómo ni corta ni perezosa la chica le enseñó la herida y le pidió que le quitase las púas. "La mandé a un ATS de aquí al lado", añade Augusto, que también sorprendió a dos atracadores cuando metían mano en la caja y pudo impedir el robo.

También saben de personalidades en la Farmacia Mata, que funciona en la calle Larios desde 1894. Juan Rivero lleva detrás del mostrador 48 años y uno de sus clientes era Sean Connery. Fraga, Celia Villalobos, Javier Arenas, Magdalena Álvarez, Concha Velasco... también han recurrido a este veterano establecimiento. "Un día llegó un cliente que preguntó si se comía los supositorios, ya que las molestias las tenía en la garganta", declara Rivero. En sus años de profesión ha visto la evolución no sólo de los productos farmacéuticos, sino también del público. "La gente ha cambiado mucho, ahora tiene más cultura y sabe lo que compra", sostiene.

La Farmacia Mata, por su céntrica situación, tiene entre sus clientes a numerosos extranjeros. "En España tenemos los medicamentos más baratos de Europa y vienen con su lista de la compra, tanto para ellos como para sus vecinos, e incluso se creen que podemos vender sin receta", subraya la farmacéutica Pilar Romero.

En los barrios, el público cambia, también sus necesidades. "Ésta es una farmacia de muchas recetas y clientela de personas mayores", dice el farmacéutico Cristóbal Arrebola, que atiende su establecimiento en la calle Frailes. "Confusiones hay mogollón", confiesa. "Una señora se llevó paracetamol efervescente y, en vez de diluir la pastilla en agua se la tragó, le comenzó a salir mucha espuma de la boca y le dio por pensar que podía tener la rabia", dice Cristóbal, para el que ya es común escuchar agua sosigenada, Frenadol John Lennon (por Hot Lemon) y el complejo vitamínico Tom Cruise (por Ton Was). "Aquí estamos para solucionar problemas, hacemos mucho de psicólogos", comenta este profesional que ha notado que "ya no da tanto corte pedir anticonceptivos".

Pero precisamente éste es el tema que más anécdotas genera. Mercedes Grana, que tiene la farmacia en la calle Pelayo, dispensó en una noche de guardia a un cliente aspirinas y supositorios para el resfriado. Lo pagó todo y se fue. Pero volvió a la mañana siguiente a devolverlo todo. "Me dijo que lo que quería realmente eran preservativos y que le había dado fatiga pedírselos a una mujer", cuenta José María Miró, que lleva como auxiliar de esta farmacia 40 años. "A veces hemos visto pasar hombres tres veces por la puerta y piensas que te van a dar el palo, que te van a robar. A la cuarta entran en la farmacia y te piden una caja de preservativos", comenta divertido Miró.

Y aunque las mujeres suelen ser más abiertas para pedir cualquier cosa "te dicen: deme algo para ahí abajo". Otras tienen menos pudor y confiesan abiertamente que ya están cansadas del sabor limón de los condones y prefieren probar el de naranja. "Una clienta habitual me comentó un día que siempre se le quedaba el preservativo dentro de la vagina cuando mantenía relaciones sexuales con su marido y descubrimos que era porque no lo desenrollaba, se lo ponía sólo en el glande".

Consejeros, intérpretes de letras y resultados inaccesibles y casi confesores, los farmacéuticos siempre están a la vuelta de la esquina para calmar dolores y sofocar el temor.

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