Apuntes para un mausoleo
El antiguo pulmón verde de la ciudad es desde hace tres décadas un retazo entregado al más dudoso esplendor urbanístico en el que la vida pública y los servicios alcanzan rango de anécdota
Un paseo por Cerrado de Calderón, el enclave del este malagueño tan tradicionalmente vinculado a la excelencia por los más diversos argumentos, revela al caminante, apenas dados los primeros pasos, que aquí se practica mucho deporte. En esta mañana de sábado el verano, ya extinto en el calendario, se resiste y regala sus últimos coletazos; el clima es agradable y la situación resulta idónea para dar un paseo, pero en Cerrado de Calderón esta práctica supone un medio, nunca un fin. El escaso personal que cruza la calle practica footing, camina deprisa con las raquetas de pádel en ristre, lleva un balón en las manos o, cuanto menos, luce un chándal que revela que ha salido a hacer ejercicio, no a pedirse una caña. Y existen diversos elementos por los que semejante entrega a la afición no resulta extraña: primero, la cuesta del Paseo Cerrado de Calderón, que convierte en escaladores de mérito a todos los que la suben a pie; y, después, organizaciones como el Club Deportivo Calderón y el Centro de Alto Rendimiento del Colegio Cerrado de Calderón, del que han salido atletas olímpicos como María Peláez. Con todo ese ajetreo resuelto en el más absoluto de los anonimatos (casi nadie saluda al prójimo cuando se cruza con él en la acera: la sensación de vecindario es mínima) y tanto jardín encajado entre urbanizaciones de lujo y residencias para cuya contemplación uno puede dedicar horas, seguramente éste es el barrio malagueño más parecido a Hollywood. La nómina de empresarios, artistas y ciudadanos influyentes que viven aquí daría para más de un tour en el que se mostrarían sus mansiones a los curiosos impertinentes. Pero Cerrado de Calderón no es Maratón ni Los Ángeles: es una zona urbana con sus virtudes, sus defectos, sus necesidades, sus problemas y sus maneras de solucionarlos.
Este barrio fue en su época el primer pulmón verde de la ciudad, una extensión intacta que servía de frontera natural a Pedregalejo. Hace algo más de tres décadas, en plena expansión urbanística, se constituyó la empresa constructora que tomó el nombre del barrio y arrancó la imparable transformación del entorno, todavía inacabada. Actualmente viven aquí más de 10.000 personas, repartidas mayoritariamente en áreas residenciales que fueron inauguradas con la mayor calidad en servicios para los vecinos de la época. Sin embargo, esa calidad se ha dado siempre de puertas adentro, en los perímetros exactos de las urbanizaciones, pero no en el barrio: más allá del multicentro del mismo Paseo (en realidad un Supersol con tres o cuatro tiendas y algún quiosco), en Cerrado de Calderón no hay apenas establecimientos comerciales. Sí se cuentan, al menos, una farmacia, y un par de restaurantes, pero resultan insuficientes para una población tan amplia. El mayor activo del barrio sigue siendo el colegio del mismo nombre, motivo principal que convenció a muchas familias malagueñas de prosperidad señalada a que se trasladaran aquí en los 80 y fortaleza fundamental de la educación privada en la provincia. La principal carencia en cuanto a servicios se percibe, al igual que en el cercano Limonar, en la recogida de basuras: una vecina de melena cardada y chaleco demasiado abrigado para esta temperatura afirma que a menudo los contenedores "se quedan llenos de un día para otro, por no hablar de los de reciclaje; y las aceras están casi siempre muy sucias". El firme de la carretera es claramente mejorable en algunos tramos, y con carriles muy estrechos en la mayor parte del trazado los accidentes no se hacen esperar cuando llueve (la línea 33 es una de las más sufridas de la EMT). En calles como Olmos, Cáceres y Altabaca la jardinería pública deja bastante que desear: los matojos invaden a menudo la acera y el peatón se ve obligado en este trance a bajar a la carretera, lo que añade más problemas al tráfico. "Lo que pagan las comunidades de vecinos funciona más o menos bien, pero los espacios públicos son un desastre", apunta un chico joven con pinta de mod que saca de paseo a su shar-pei (la variedad de razas que puede encontrarse en la calle, por cierto, daría para varios concursos de perros: las mascotas son aquí parte más fundamental que integrada del paisaje). Algunos vecinos también se muestran críticos con la seguridad: otro joven que espera el autobús recomienda que se evite caminar por el barrio de noche, sobre todo en los tramos del Paseo no urbanizados (los primeros conforme se sube desde el Paseo Marítimo, llenos de curvas). "Aquí se junta lo peor, sobre todo niñatos de ultraderecha que han dado algún susto, o simplemente gente que se viene a beber y consumir drogas". Resulta paradójico que, a pesar de la excelencia educativa de los centros formativos del barrio, el índice de estudiantes que abandonan sus estudios antes de terminar la ESO sea significativamente pronunciado en Cerrado de Calderón. El mismo joven, que lleva unos libros de literatura española bajo el brazo, apunta su versión: "En muchas familias del barrio los adolescentes llegan a tener un poder adquisitivo muy alto, cada vez antes. Gente muy joven dispone de cantidades de dinero que no sabe en qué gastar, sin ningún tipo de esfuerzo. Por eso hay problemas de fracaso escolar e incluso de adaptación". La paradoja es digna de análisis sociológico: los alumnos que asumen una disciplina terminan convertidos en atletas de élite o asumen puestos de responsabilidad en empresas líderes; los inadaptados acaban compartiendo códigos ideológicos más que perjudiciales y con una bolsa de tiempo a cuestas que no saben dónde emplear.
Toda esa vida resuelta en atmósferas particulares, sin apenas ambientes vecinales y sin asociaciones (la más visible es la de antiguos alumnos del Colegio Cerrado de Calderón, cuyas actividades no tienen obviamente mucha trascendencia en el barrio más allá del centro), a pesar de que algunos residentes mantienen exigencias al Ayuntamiento a nivel particular como la construcción de un centro de día para mayores y de un centro de salud, se traduce en una cotidiana ausencia de factores humanos a pie de calle. Quien pasa por aquí, o ha sido invitado o no tiene nada que hacer. La población es heterogénea en cuanto a edad, si bien ha envejecido notablemente en los últimos años. La inmigración únicamente ha tenido incidencia en Cerrado de Calderón para el servicio doméstico (de vez en cuando aparecen jovencitas latinoamericanas que salen rápidamente de un portal, se dirigen a toda máquina a un contenedor, arrojan la basura y regresan al edificio del que salieron sin mirar de reojo), a excepción de algunos empresarios europeos que han construido aquí sus mansiones. Los aficionados a la arquitectura, eso sí, pueden encontrar en el barrio un catálogo bastante completo de las tendencias más importantes de los últimos treinta años, especialmente las de los años 70 y 80, con ejemplos como la residencia de mayores Ballesol y la iglesia, dotados de combinaciones de fachadas sobrias y elementos sorprendentes en el color (el amarillo inunda portales, rejas, ventanales otros detalles) y el equilibrio. A menudo, no obstante, toda esa arquitectura se da amontonada, sucedida sin demasiado orden en las alturas ganadas al monte. Las más singulares casas particulares que figuran en la Guía del Colegio de Arquitectos de Málaga se sitúan aquí.
Uno sale de Cerrado de Calderón casi como entró. El laberinto de calles que se abre desde el Paseo hasta el Morlaco (con el Observatorio de Medio Ambiente Urbano como principal referente) y la autovía a través de la calle Cáceres es un caudal enorme (no conviene conducir por según qué vías si no se conocen bien) de vida prometida, casi nunca consumada. Las historias se esconden dentro de las residencias, más allá de los anunciados y carísimos sistemas de seguridad. Fuera, Málaga es un suspiro. Cada uno en su casa, y Dios en la de todos.
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