Calle Larios | Desescalada en Málaga

Los proyectos y los parques invisibles

  • No falla: la gente regresa a la calle y el calor sofocante invita a volver a quedarse en casa 

  • Tal vez la solución pasaría por más zonas verdes que articularan un paseo más amable

Si seguimos llamando a esto 'parque' no hay nada más que añadir, señoría.

Si seguimos llamando a esto 'parque' no hay nada más que añadir, señoría. / Javier Albiñana (Málaga)

Hay algo reconfortante en el hecho de bajar al barrio y encontrártelo de nuevo lleno de gente, con las aceras repletas, los supermercados y las tiendas con su trasiego diario sin asomo de culpabilidad, los vecinos en su máximo esplendor, la mayoría con sus mascarillas puestas, otros, tristemente, al descubierto. Lo curioso es que apenas puso el primer oriundo el pie en el bordillo con ambición de normalidad, Málaga empezó a mostrar su lado oscuro, el que menos tiene que ver, precisamente, con criterios deseables de normalización: bastaron minutos para que volviéramos a encontrar patinetes varados frente a los portales o en aceras estrechas y, lo que constituye aún un misterio, turistas haciendo uso de sus apartamentos con las fronteras cerradas, mientras las terrazas volvían a convertirse en focos de ruido insolidario con absolución papal para la hora de cierre. Bien, bueno, es lo que hay; ya sabíamos que el confinamiento no se iba a traducir en borrón y cuenta nueva, ni siquiera en alguna posible suerte de reparación. La Málaga más paradójica, la más dejada de sí misma, la que menos se quiere, reclamaba también su derecho a salir del confinamiento mientras que casi hacía ya uso del mismo sin esperar la respuesta. No pasa nada: también así queremos a Málaga. La cuestión es que esta última semana hemos vuelto a dar nuestros paseos largos, a andar sin límites, a practicar el más urbano wanderlust sin contar el dichoso kilómetro de distancia, y de paso hemos coincidido con la primera oleada de calor, vertida así, a saco, con el terral en su mayor esplendor. Bien, de acuerdo, cuando hace calor uno se prepara: se lleva una botellita de agua, espera refrescarse en una fuente o hacer uso de las sombras. Sin embargo, también esta semana hemos tenido la oportunidad de recordar, por si se nos había olvidado, que Málaga es una ciudad poco favorable al paseante. Al que echa a andar por la cara, sin intención alguna de gastar ni de consumir. Mira que sería fácil con una ciudad así de llana y con recorridos tan dados a la mansedumbre del pie, pero no: es tal la densidad de hormigón y asfalto y tan reducidas las opciones de tomar oxígeno que a poco que el verano asoma la patita hay que pensárselo un poco, sobre todo si le da a uno por meterse en el pellejo de personas mayores o con problemas de movilidad. Así es: hemos vuelto a la calle y hemos descubierto que, si echábamos de menos a Málaga, ella no nos echaba mucho de menos a nosotros, en gran parte porque en las últimas décadas ha sido diseñada e intervenida con este sentido, contrario al mero estar.

Si echábamos de menos a Málaga, ella no nos echaba mucho de menos a nosotros

Ahora, mientras los pocos parques infantiles practicables siguen acordonados en pro de nuestra seguridad, convendría volver a insistir en lo de siempre: no hay necesidad, deuda ni proyecto más importante en la Málaga de hoy que las zonas verdes que por volumen de población le corresponden, con una distribución que debería contemplar un gran cinturón a la manera de bosque urbano y los parques y jardines pendientes en los diversos distritos. Sin estos espacios, Málaga seguirá sin parecerse a la gran ciudad cosmopolita que dice ser. En consecuencia, hace falta una política medioambiental decidida que ponga exactamente la misma pasión, empeño y urgencia en la disposición de estas zonas que la que vemos habitualmente cuando concejales, empresarios y medios de comunicación se refieren a las torres y hoteles proyectados. Con eso, de momento, sería suficiente. Un desarrollo urbanístico como el que se avecina, con el mismo modelo despojado de habitabilidad pero en altura, carente de espacios naturales que equilibren y completen semejante órdago, terminará de hacer de Málaga un páramo en el que sólo apetecerá estar de paso. De modo que esos parques invisibles que (des)aparecen en los proyectos deberían tener el protagonismo que todos necesitamos. O habrá que irse.

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