Coronavirus en Málaga

Málaga: la de toda la vida

  • Entre las paradojas que han cristalizado especialmente durante la epidemia, destaca la que habla de una ciudad tan entusiasta al abrazar algunos cambios como resistente a la hora de acometer otros 

Señale las siete diferencias entre la fase 0 y la Feria del Centro.

Señale las siete diferencias entre la fase 0 y la Feria del Centro. / Javier Albiñana (Málaga)

Ya puede estar Málaga en la fase 1, la fase 3 o la fase 6 y cuarto, que en agosto volverá la Feria. Teresa Porras parece tenerlo clarísimo, y a ver quién le dice que no. El Ayuntamiento ya ha abierto el plazo de contrataciones, ha dado luz verde a las inversiones y ha sacado del armario el vestido de gitana para que se vaya oreando. Si los navarros prefieren dejar este año a un lado los Sanfermines, allá ellos. Bastante tuvimos con sacrificar la Semana Santa y perder los ingresos correspondientes. Además, de cumplirse el calendario previsto tendríamos la Feria e inmediatamente el Festival de Cine, lo que, aunque no haya alfombra roja, supongo que será motivo de salivación pavloviana entre ciertos acérrimos defensores de las esencias malaguitas. Por cierto, ya me dirán si no incurriríamos en el mayor de los ridículos celebrando la Feria y luego teniendo un Festival de Cine descafeinado, sin alfombras rojas, ni autógrafos ni aglomeraciones, con tal de que los pardillos que van a hacerse un selfie con la estrella de la serie de la temporada no se infecten con el maldito coronavirus. Llama la atención, cuanto menos, esta posición tibia, cuando no contradictoria, entre cierta impostura proclive a la prudencia, quédate en casa que este virus lo paramos entre todos, y las evidentes ansias de desmadre, vamos a aguantar un poquito niña que luego nos desquitaremos bailando por sevillanas en la calle Larios bien apretujaos. Y es que ya se sabe que en la Feria siempre ha habido bullas, pero al menos en la última década son las bullas las que han definido la Feria, por encima de la oferta, las tradiciones, las señas de identidad y toda esa marimorena que no interesa a nadie. Las bullas, claro, son inevitables: tanto como un buen contagio de Covid-19. Otra cosa es que puedan evitarse efectos secundarios indeseables, como la agresión gratuita y sin gracia al centro histórico, convertido en un fenomenal WC para los feriantes menos dados a la continencia, o la certeza de que si lo tuyo no es pillar una cogorza del quince lo mejor que puedes hacer es largarte porque tampoco se puede hacer mucho más. Hace ya mucho (desde los años 90 según algunos, bien, que cada uno ponga el contador a cero desde donde la parezca), vaya por Dios, que la Feria dejó de ser el lugar acogedor y amable que pregonan sus incondicionales con tal de distinguirla de esas otras Ferias de siesos en las que hay ser de la peña para que te dejen entrar en las casetas. La cuestión es que si las autoridades lo permiten, habrá Feria y será legítimo que la haya; pero no menos legítimo sería aprovechar el previsible escrúpulo social que perdurará en agosto para hacer de la fiesta un lugar verdaderamente amable, no porque lo diga el pregonero. ¿Sería posible algo así? Sabemos ya la respuesta: claro que no.

Ahora sí, igualito que en la Feria del Centro: el Covid-19 no se contagia por el sudor. Ahora sí, igualito que en la Feria del Centro: el Covid-19 no se contagia por el sudor.

Ahora sí, igualito que en la Feria del Centro: el Covid-19 no se contagia por el sudor. / Javier Albiñana (Málaga)

Y es que no habría por qué eliminar la Feria del Centro. Si la pretensión del Ayuntamiento es hacerlo permitiendo su degradación hasta que los ciudadanos acudamos en romería al alcalde, haga usted el favor de parar esto de una vez, estamos en condiciones de afirmar que la broma ya dura demasiado. No, la Feria del Centro es un evento singular que, debidamente ordenado, tiene desde luego su razón de ser. Bastaría, quién sabe, con ponerlo todo bonito. Con hacer de la fiesta algo digno y aceptable por cualquiera. Otra cosa es que aceptemos que el destrozo, los malos modos, el abuso y la consideración del centro histórico como poco menos que un cubo en el que volcar las deposiciones es oportuno, vale la pena, forma parte del tinglado y, como tal, quienes practican tales deportes tienen derecho a seguir ejerciéndolos. Entonces, señoría, nada más que hablar. La inacción política que ha demostrado el Ayuntamiento, con más resistencia que el diamante a la sola idea de mover un dedo, formará parte de los cantares de gesta. Volverá Teresa Porras a decir que qué se le va a hacer, que tampoco es para tanto, que es cosa de cuatro canis; y para hacer frente propondrá lemas como el cusha, se te ha caído, con lo que nos reiremos un rato. Igual para conocer bien la Feria del Centro hay que salir un rato de El Pimpi, donde, claro, es más raro que se den conductas indeseables. Pero si ha sido posible tener a la gente metida en su casa a cuenta del coronavirus, a lo mejor es posible también llevar la fiesta a una orilla algo menos angustiosa. Otra cosa es que se quiera y que se considere oportuno. Pero lo que resulta tremendo no es tanto que el Ayuntamiento baraje hacer la Feria este año (que ya daría como para llevarse las manos a la cabeza) como que pretenda hacerlo en los mismos términos. Y, de momento, eso parece.

Lo tremendo no es tanto que el Ayuntamiento baraje hacer la Feria este año como que pretenda hacerlo en los mismos términos

Si la misma esencia de Málaga, la de toda la vida, su identidad más señera, es la paradoja, cabe advertir el modo en que éstas ha cristalizado durante la epidemia, en este repliegue revestido de quiero y no puedo, de Virgencita que me quede como estoy, de aquí no sale de su casa ni el sereno pero en cuanto dan luz verde vamos todos en tropel, como si salir a la calle fuese una exigencia. Por lo general es Málaga una ciudad alabada, dentro y fuera de sus límites, por su capacidad de transformación, y así es: la crisis sanitaria nos pilló cuando se acababa de plantar sobre la mesa el proyecto para convertir el Muelle Heredia en una city con rascacielos, tal y como había sucedido antes con el dique de Levante, el suelo de Repsol y la Estación de Autobuses, en conexión con aquella ensoñación de Juan Cassá que pasaba por una Málaga vacía pero llena de oficinas para mayor gloria del esplendor inmobiliario. Si en los últimos años habíamos asistido a la génesis de una urbe cosmopolita, ambiciosa y fértil, la ciudad estaba preparada para dar el salto definitivo de manera casi unánime, sin apenas voces discordantes (habría considerar, no obstante, hasta qué punto se paga bien cara en Málaga la discordancia, pero eso lo dejaremos para otro artículo), a una dimensión definitiva, una proyección gloriosa que habría de romper de una vez la permanente crisálida. Al mismo tiempo, es proverbial la resistencia de Málaga a la hora de afrontar cambios a los que viene dando vueltas y más vueltas desde hace décadas por cuanto los considera necesarios sin dar un solo paso hacia la solución definitiva. La misma Málaga que prefigura con ganas su skyline es la misma capaz de cruzarse de brazos así la maten ante la Feria del Centro, el cauce del Guadalmedina, la grave carencia de zonas verdes y la degradación de barrios emblemáticos como la Trinidad, El Perchel y Lagunillas. Otras ciudades europeas con menos ínfulas han logrado abordar, por lo menos, cuando no resolver, retos similares; pero es que, bueno, a los malagueños siempre se nos ha dado mejor lo de figurar que lo de ponernos a ello. Y es que la Málaga de toda la vida es así, la más cara y la más barata, la más señorial y la más chabacana, la más capitalina y la más provinciana, la que más presume de ser y la que menos se quiere a sí misma.

Deporte y melancolía en el Paseo Marítimo. Deporte y melancolía en el Paseo Marítimo.

Deporte y melancolía en el Paseo Marítimo. / Javier Albiñana (Málaga)

Así la amamos, por cierto: hasta lo más profundo de sus paradojas. La pena es que no va a haber muchas más oportunidades para pararlo todo, tomar aire, pensar bien los próximos pasos y corregir lo que unas circunstancias tan excepcionales, ahora que va a haber que reinventar hasta el modo de relacionarnos en la calle, podrían permitir. Que el Ayuntamiento venga con la Feria mientras sigue sin estar nada claro que la situación esté bajo control invita, vaya por Dios, a aceptar que nada de esto nos habrá servido. Lo que, por más que lo esperásemos, no deja de provocar tristeza. Quién sabe, igual nos toca una epidemia más chunga la próxima vez y nos meteremos en casa para desear con todas nuestras fuerzas que podamos volver a la calle para pisar la Feria o sacar nuestro trono. Como toda la vida.   

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