La Corta pasos hacia la esperanza

Aunque el paro se ceba con una barriada de viviendas precarias y pocos estudios, sus vecinos luchan por huir de la marginalidad gracias también a la ayuda de asociaciones y entidades

Una de las calles del barrio de La Corta.
Cristina Fernández Málaga

13 de marzo 2016 - 01:00

La ropa se seca al sol en las terrazas frágilmente sostenidas por hierros oxidados. Los gallos descansan sin hacer ruido en sus gallineros hechos con algunas piezas de desguace y se respira cierta calma antes de que empiece a oler a puchero. Las calles están vacías de niños. Es horario escolar y el absentismo cada vez prolifera menos en La Corta. Pero sus casas, en bloques desvencijados y viejos, están llenas de adultos en paro. Albañiles, pintores, oficiales de obra, panaderos, fontaneros se buscan la vida chatarreando y haciendo chapuzas para poder llegar al día 18, con suerte al 23. "Nos sobra mes para tan poco sueldo", dicen. Sólo un puñado de las más de 230 familias que viven en este reducto nacido para ser temporal hace ya 27 años tiene una nómina. El resto sobrevive día a día, garantizando el pan para hoy de sus hijos aunque sea pidiendo en la puerta de Mercadona o vendiendo bragas. Mañana ya será otro tema.

Casi 1.900 personas pueblan La Corta. "Aquí hace falta trabajo para la gente y oportunidades", dice Fernando, que es oficial de replanteo, tiene 37 años, cinco hijos y una nieta de cuatro meses. Si la crisis se ha cebado con cualquier rincón de Málaga, más se nota en un barrio en el que muchos no tienen ni siquiera el graduado. "Mi marido es oficial de primera, pero lleva ya cinco años sin trabajar, ahora cobra la ayuda para mayores de 45 años y medio sobrevivimos", relata Cristina, que tiene cinco hijos. "Si la gente con carrera se queda en la calle, imagínate los pobres como nosotros, esta crisis nos está arruinando", agrega. Pero esta gente humilde, con hogares de paredes vacías y patios atestados de trastos, cuenta con otra especie de suerte. Esa que nace de la solidaridad vecinal, de compartir lo poco que se tiene, de ayudar al prójimo. "Aquí somos una gran familia, hay mucha humanidad, nos ayudamos en lo que haga falta", dice Saray desde su ventana.

Ana, la mujer de Fernando, cocina cada día una olla con la que da de comer a ocho o diez personas. Hoy toca cazuela de fideos y a su hijastra, Rocío, ya madre con 17 años, se le hace la boca agua. Su bebé, Oriana, es uno de los habitantes más jóvenes de este barrio que, como la pequeña hará dentro de unos meses, da ahora los primeros pasos de su propia recuperación. En diciembre de 2014, un grupo de vecinos cansado de habitar en calles con el saneamiento roto, sin luz y convertidas, en algunos puntos, en escombreras creó la Asociación La Nueva Corta. Con ella, le han dado un impulso a la zona que ahora espera una rehabilitación integral de los edificios. Proyecto que acometerá la Junta de Andalucía gracias a un fondo europeo, según cuentan desde la asociación.

"Aquí antes no entraban ni los gatos, no se podía transitar por las calles, de noche era todo oscuridad, durante ocho años nos teníamos que reconocer por la voz, caía aguas fecales entre los edificios, esto estaba bastante mal, no había interlocutores para poder llevar esto adelante", comenta Juan Rodríguez Bustamante, presidente de la entidad. "Yo les he pedido a mis vecinos cooperación, coordinación, concienciación pero no marginación y lo estamos cumpliendo", agrega Juan, que se muestra orgulloso de que, a pesar de llevar 11 días de huelga de basura, la suciedad esté más o menos contenida, "igual que puede estar en la calle Larios", dice.

Fernando, también de la junta directiva de la asociación, cuenta como se ha hecho un campo de fútbol para los niños, que se abre cuando acaba el colegio y se cierra a las nueve de la noche para que se vayan pronto a la cama, que se han colocado arquetas y se han arreglado los bajantes. "Tuvimos más de veinte casos de gastroenteritis en los niños y en cuestión de siete meses se han eliminado", explica Fernando, satisfecho de haber conseguido que se levantara el centro ciudadano, un edificio que estaba abandonado. "Aquí no entraban ni los taxis, ni los servicios de limpieza, ni el butano", recuerda. Ahora ya eso forma parte, asegura, de su pasado reciente. "Antes nadie quería venir y hemos conseguido que sea una parte más de Málaga", añaden desde la asociación. También, subrayan, han conseguido plazas para que se saquen el graduado escolar y el carné de conducir, que busquen trabajo de forma activa y sean conscientes de la importancia de la educación para poder cambiar su propio futuro.

La asociación también tiene un banco de alimentos en el propio barrio. Gracias a Bancosol una vez al mes reparten comida a las familias más necesitadas. También tienen ayudas sociales de ONG, del Ayuntamiento de Málaga y entidades como la Obra Social la Caixa y su programa Caixa Proinfancia. "Hemos encontrado a personas de gran corazón que han sabido escucharnos y responder cuando han tenido que hacerlo", señala Juan Rodríguez y refiere los nombres de Lola Orioles, Elisa Pérez de Siles y Ruth Sarabia. Pero fuera del ámbito institucional, la educadora Beatriz Casquero es una especie de ángel de la guarda que llegó hace un año de la mano de Misioneros de la Esperanza.

Bea, como todos la llaman, hace desde orientación judicial y atención ciudadana, a refuerzo educativo con los escolares y un taller para madres menores de 21 años. Otras entidades como Incide y Naim realizan orientación laboral y Accem dinamiza el distrito. "Más de 150 menores se atienden ya en los distintos programas", apunta la educadora y Rocío es una de ellos. "Vino a pedir el cheque bebé cuando nació Oriana y le pedimos a cambio un plan de trabajo, un compromiso y ella accedió a sacarse el graduado y asistir al taller de madres en el que estaremos hasta julio", sostiene Beatriz.

Roció dejó los estudios en tercero de la ESO porque se quedó embarazada sin esperarlo. De pequeña su sueño era ser abogada, ahora se conforma con trabajar en una guardería cuidando a bebés. Siendo la mayor de cinco hermanos, su niñez y adolescencia se la ha pasado cuidando a críos. Por eso quizás no le venga grande su maternidad prematura, aunque viva con otras ocho personas en una casa de tres habitaciones. Su sueño es tener su propia vivienda, "mi graduado, mi carné de conducir y un trabajito", relata. "Si salgo del barrio mejor, sobre todo, para que mi hija no se críe aquí", afirma la joven.

También Ana se querría ir del barrio. "A muchos les encantaría irse a Teatinos", dice Juan, pero no es fácil salir de La Corta. Pagan un alquiler social de unos 20 euros al mes y no tienen recibos de luz ni de agua. Por eso, aunque ganen poco con la venta ambulante, con la chatarra o las reparaciones, aunque sus propiedades sean más que escasas, pueden tener, incluso, sus neveras llenas. Milagros enseña su casa recién barrida y en una cocina casi sin muebles destaca un gran frigorífico cargado de productos para su hija Yumara y para sus otros cuatro vástagos. "Vendo pañuelos y tengo algunas paguillas pero cuando no me llega pido, por fortuna no me falta", dice Milagros con una gran sonrisa.

Cuando echaron a bajo chabolas en Finca Cabello hace ya casi tres décadas construyeron estos bloques en la parte alta de Carlinda para reubicar a las familias. El 70% de la población es de etnia gitana. Cohabitan hasta 15 personas en pequeños pisos. Todos coinciden en que en La Corta se vive bien, que hay pocos conflictos, poca droga y que los lazos entre ellos se han estrechado mucho en el último año. Sin embargo, como Rafael y Dolores dicen, "la barriada no es mala pero para los niños no me gusta". En ellos, en los más pequeños, ven el futuro y les gustaría que tuviera un mejor escenario. Calles amplias, sin pintadas y sin mugre, bloques con puertas y también, por qué no, con ascensor. Parques infantiles y una piscina para refrescarse en verano. Como cualquiera sólo desean prosperar y tener un lugar digno en el que poder sustentar a sus familias. Y esos pasos que están dando, desde dentro, con la constancia de no cansarse de llamar a puertas, son sus pequeños hitos hacia la esperanza.

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