Culto al cuerpo y razón cívica
El Ayuntamiento ha encontrado un modo idóneo para lograr ingresos haciendo concesiones a gimnasios para que instalen sus aparatosos equipamientos en edificios patrimoniales y en zonas verdes l Pues nada, ánimo l ¿Cuántas saunas y 'tatamis' cabrían en Tabacalera, o en la vieja cárcel?
NO pensaba decirlo de manera tan directa, así a sopetón, pero ahí va: si hay algo que detesto profundamente es un gimnasio. Y lo digo con conocimiento de causa, ya que me he dejado sudor, lágrimas y algo de sangre en unos cuantos. Siempre he preferido el aire libre para castigarme, en lugar de los antros insalubres (qué jóvenes e inconscientes éramos entonces) en los que practiqué severas tablas de ejercicios y algunas artes marciales. Ahora los gimnasios son otra cosa: hay mucho más ruido, todo es digital, el mobiliario es mucho más resistente y ya ni siquiera se llaman gimnasios, sino centros deportivos. Me permitirán, sin embargo, que mantenga la primera acepción, aunque sea por puñetera nostalgia. El caso es que la modernización de estos templos a los que uno va rendir culto a sí mismo, o al menos al propio cuerpo, ha traído consigo una aceptación social y popular mucho mayor. No es de extrañar: a cambio de una inscripción de algo menos de 40 euros al mes te obsequian con una mochila y una llave (en realidad un mando a distancia) con la que puedes abrir tu taquilla, el aparcamiento, la sauna, el vestuario y cualquier cerradura que se ponga por delante. Así que ya, de entrada, uno se siente importante. Luego, claro, las posibilidades para la quema de calorías servidas a usuarios de todas las edades es amplia y diversa, desde piscinas climatizadas a los más variopintas disciplinas de marcha estática, merced a artilugios de última generación que proporcionan al cliente toda la información que desee (tiempo, velocidad, pulsaciones, marcas personales) y que imponen al neófito por sus anatómicos diseños de ciencia-ficción. El asunto, insisto, está de moda. Los dos centros que la cadena GOfit ha abierto recientemente en Málaga, en el Parque de Huelin y el antiguo cuartel de Segalerva, han estado rodeados en los últimos meses de colas y más colas de interesados por garantizarse un puesto en la legión de comulgantes con el ejercicio físico. Las ofertas han sido diversas, aunque con algunos detalles significativos: por ejemplo, sólo se aceptaban matrículas de niños para los cursos de natación si el padre y la madre del menor estaban inscritos en el mismo centro (Pregunta real de una interesada después de haber guardado cola durante una hora: "¿Y si soy madre soltera?" Respuesta real del recepcionista: "¿Perdón?"). Y, claro, los gimnasios que ya estaban han respondido con ofertas más beneficiosas. Dado que todo el mundo parece verle la gracia a dejarse el tiempo y el esfuerzo en una máquina de pesas, al negocio no le falta ni un lazo. Aunque en el caso antes citado, quien ha hecho el verdadero negocio es el Ayuntamiento con sus concesiones. Es cierto que hay que buscar ingresos para las arcas hasta debajo de las piedras. Pero a un servidor le entran ganas de levantar el dedo índice y preguntar.
¿Era un gimnasio de titularidad privada lo que necesitaba realmente un barrio como Segalerva, carente de zonas de esparcimiento, de espacios para el encuentro vecinal y de equipamientos culturales? Tal vez unas instalaciones deportivas municipales habrían sido otro cantar, pero reservar un edificio de las dimensiones y la hermosura del antiguo cuartel, recién reformada, a quien pueda pagar su inscripción y la de su familia, revela un sentido, digamos, discreto del servicio público. Por no hablar de la consagración de una parte nada desdeñable del Parque de Huelin, una zona verde que en los últimos años se había convertido en un auténtico éxito para la ciudad, a otra sede de la misma cadena que se ha llevado por delante la reconfortante visión de conjunto del enclave desde el paseo marítimo y las pistas deportivas públicas que ya existían. Pero si éste es el modelo a seguir, ánimo: queda toda una Tabacalera y una antigua cárcel de Cruz de Humilladero por llenar de tatamis y clases de fitness. Y a sudar la gota gorda.
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