Y Dios inventó el fútbol: la invasión y el éxtasis

Viernes de Feria

A la Feria le salió ayer un competidor, y así no hay manera Bien mirado, ya que Málaga y Sevilla parecen quererse ahora tanto, se podría proponer un intercambio respecto a sus Ferias. En abril hace más fresquito.

'Biris' sevillistas, ayer, con los colores del equipo de sus amores.
'Biris' sevillistas, ayer, con los colores del equipo de sus amores.
Pablo Bujalance

22 de agosto 2015 - 01:00

HAY coincidencias que parecen delatar voluntades ignotas en el universo, inteligencias dispuestas a disfrazas sus dictámenes de azar más allá de la Constelación del Cisne. Que la Liga comenzara con el Sevilla en La Rosaleda en plena Feria de Agosto habría resultado suficiente para crear una fractura en el espacio/tiempo, pero ayer se dio tal confluencia y el suceso no llegó a tanto. Eso sí, el partido ejerció su influencia en el ambiente de la Feria del centro, como era de esperar. Para empezar, la afluencia en horas punta fue sensiblemente inferior a la del jueves, aunque por otra parte resultaba previsible dado que buena parte del personal decidió reservarse ayer para dar la matraca a base de bien hoy sábado, última jornada reservada al desmadre. Pero también aconteció ayer un trasvase de feriantes que se marcharon del centro a una hora prudente para dirigirse al estadio, así como de otros muchos que sacrificaron ayer el jolgorio para llegar al partido con las fuerzas suficientes, que de empujar se trataba, como en un parto. Resultaba llamativo, igualmente, el amplio dispositivo de seguridad desplegado en el corazón de la ciudad, con agentes de la Policía Nacional mirando sin mucha confianza a una charanga demasiado borracha en Larios como para seguir tocando Mi gran noche con un mínimo sentido de la afinación, a que os aplico la Ley Mordaza y os vais a acordar de mí para toda la vida. En una de éstas me topé con otro agente de paisano que se colgaba la placa bajo la camiseta como si fuera un escapulario de la Virgen del Carmen, pero el pinganillo, las gafas de sol aerodinámicas y la pinta de haber leído mucho a Noah Gordon le delataban a kilómetros. También se notaba que había partido porque quienes bajaron ayer a la Feria con la blanquiazul no eran mayoría, pero casi. Y a lo mejor tenía que ver, pero un servidor escuchó ayer menos sevillanas en los corrillos y más malagueñas, como las que entonaron, con notable gusto, una docena de feriantes debidamente uniformados también en Larios, por derecho y a compás. Sevillanos y sevillistas (algún bético, incluso), claro, había, y no precisamente pocos; pero casi todos anduvieron por el centro discretos, sin hacer ostentación de su inclinación de cara al partido, como infiltrados desde una clandestinidad remota. Los hinchas más acérrimos y potencialmente peligrosos llegaron en autobús directamente al estadio, aunque por si acaso el mismo dispositivo de seguridad estuvo al tanto durante todo el día. Algunos biris sacaron sus bufandas y camisetas en la Plaza del Siglo, donde un solvente trío eléctrico ponía al personal a cien por los Stones y (I can't get no) Satisfaction (algunos episodios de la Feria, todavía, tienden a congratularse con uno, en la excitación de alguna nostalgia que vaya usted a saber a cuenta de qué ignoto mecanismo emocional emana), pero nada llegó a mayores. El botellón de Uncibay y alrededores mantuvo sus constantes, especialmente álgidas una vez que terminó el partido, aunque a estas alturas es tanta la mugre, el vidrio, el alcohol, los efluvios y los magmas orgánicos allí amontonados, sedimentos apestosos bajo los que se oculta la ciudad cual yacimiento fenicio, y por más que se limpie cada día, que ya apenas se distingue cuándo hay botellón y cuándo no lo hay, cuándo hay más y cuándo menos. A los comulgantes debía imponerles la presencia de los policías y sus caras de pocos amigos a la hora de mezclar sus potingues, pero la misión de los hombres armados era evitar los altercados futboleros, no que la Hello Kitty aspirante a cotilla televisiva y que tan obscena se mostraba con sus amigos terminara sana y salva después de ingerir alcohol como para dejar al Capitán Haddock por novato. No hubo remedio: los amigos que tanto habían disfrutado la obscenidad de la condiscípula terminaron llamando poco después a la ambulancia, ante la indiferencia del resto de la humanidad.

Pero sí, la Feria de Málaga fue ayer, en gran parte, un asunto sevillano. Mientras los seguidores de ambos equipos calentaban para el encuentro, el alcalde de Sevilla, Juan Espadas, mantenía una reunión en la Casona del Parque con el de Málaga, Francisco de la Torre, con el fin de reforzar el eje Málaga-Sevilla, ése que tanta gracia suscita en Granada y Almería. Luego, como correspondía, los dos mandamases locales fueron a celebrarlo a El Pimpi, como si acabasen de firmar el Tratado de Viena. Ya que parece que Málaga y Sevilla se quieren tanto y se entienden tan bien, y ya que de Ferias va el asunto, no estaría de más plantear un intercambio en este sentido, a ver qué pasa. Málaga tendría en abril una Feria más fresquita, sin duda, aunque con menos días festivos, y a ver quién es el guapo que acierta a encajar la Feria, la Semana Santa (esperemos que el Papa Francisco se pronuncie de una vez sobre su intención de fijarla en una fecha determinada, no a expensas del calendario lunar) y el Festival de Cine en el mismo mes: iba a ser más sencillo levantar el hotel de Moneo en el Hoyo de Esparteros sin tirar la Mundial. En Sevilla, eso sí, tendrían la Feria en agosto, lo que implicaría un gasto enorme en sistemas de climatización si es que el objetivo es que al final alguien salga vivo. Si de confraternizar y de remar en la misma dirección se trata, la Feria puede ser un buen sitio desde el que empezar a trabajar: no se enteraría nadie. A Espadas se le veía ayer muy a gusto en El Pimpi. Creo que habría sido el momento justo para proponérselo: "¿Se imagina esto mismo en la Feria de Abril, sin moverse del sitio? ¿O una sucursal en Triana en agosto?" Poco le habría faltado, creo, para dar el .

Con Sevilla o sin ella, la Feria se acaba. Hoy se celebrará la última jornada en un centro que estará previsiblemente repleto, con forofos y visitantes dispuestos a estrujar hasta el último minuto de fiesta. Después llegarán los balances, las declaraciones de intenciones respecto a posibles cambios de modelos, las felicitaciones generales porque los balances serán estupendos y la sensación de que todo estará listo para que en 2016 la Feria sea exactamente igual aunque con más gente y más gasto. Mientras, el Real del Cortijo de Torres se dispone a vivir sus últimas reválidas, según su condición de ciudad efímera. Ayer también se respiró allí con más tranquilidad. Así es la calma que precede a la tormenta. Y justo lo contrario.

stats