Málaga: alma nativa, ojos de turista

calle larios

lEn esta ciudad de escaparates la belleza es una cuestión cada vez más inadvertida, sobre todo para quienes viven aquí todo el año

De ahí la necesidad urgente de un proyecto como Cultopía

Silencio en el Cementerio de San Miguel: el olvido viene de la mano, pero tiene antídotos. / M. H.
Pablo Bujalance

03 de septiembre 2017 - 02:04

En las últimas semanas he participado en dos visitas organizadas por Cultopía. Por si no lo saben, Cultopía es una empresa de gestión cultural especializada en la organización de visitas a lugares emblemáticos de Málaga, rincones que, a tenor de la evolución de la ciudad en los últimos años, han terminado convirtiéndose en recónditos, o cuanto menos innombrados, rutinarios, invisibles a su manera. El proyecto, que funciona desde hace cuatro años con una aceptación cada vez mayor, va dirigido a cualquier interesado en conocer Málaga en profundidad, venga de donde venga (entre sus actividades se ofrecen visitas guiadas en inglés); pero su objetivo primordial es el malagueño que, precisamente por vivir aquí todo el año, desconoce buena parte de los tesoros históricos y patrimoniales de su ciudad. La filosofía es sencilla y evidente: si cuando visitamos una ciudad cualquiera para ejercer de viajeros o de turistas (cada vez hay menos diferencias entre lo uno y lo otro, pero ésa es otra cuestión) lo hacemos con ánimo de escudriñar sus secretos y apurar sus esencias, en nuestros espacios cotidianos, los que siempre están ahí, asépticos y gastados ya en la refriega cotidiana, la atención y el interés prestados son mucho menores. Precisamente, lo que Cultopía permite es la posibilidad de mirar y reconocer Málaga con ojos de turista sin dejar de ser de aquí, sin renunciar al alma nativa. El asunto forma parte de mis particulares obsesiones, por cuanto nunca ha dejado de producirme cierta tristeza la apatía con la que una ciudad tan entregada (manos arriba) al turismo despacha su propia historia, el recorrido de sus civilizaciones y su riqueza patrimonial cuando de situar al oriundo que paga aquí sus impuestos se trata: ya no sólo es que la noción del patrimonio como legado de todos únicamente empezara a considerarse hace cuatro días; es que durante décadas hemos paseado por la vieja judería de Málaga sin saber que aquello era una judería, ignorando incluso que Málaga tuviera una judería, y admirando sin paliativos la de Córdoba, que eso sí que es una judería. Porque nadie se ha preocupado de señalar, de alguna de las muchas formas disponibles, que aquí junto al Pimpi hubo una vez una sinagoga, ni que debajo de esa pared encalada hubo una vez una fachada de colores, ni que los bizantinos hacían traer agua del Jordán para bautizar aquí a sus catecúmenos en el siglo VI. Cuando uno va a Úbeda y visita la Sinagoga del Agua, alguien se encarga de contarte la historia de los judíos de la ciudad. Lo difícil era que alguien se encargara de hacerlo en la Málaga en la que uno vino al mundo. Afortunadamente, los de Cultopía han decidido cubrir el hueco.

Mi primera visita tuvo como destino la torre que los condes de Buenavista mandaron construir en la iglesia de la Victoria, con la asombrosa cripta barroca, la capilla y el hermoso camarín de la Virgen, que ya conocía pero que pude redescubrir como en una primera vez. Me resultó especialmente interesante la concepción dantesca de la construcción, en una elevación desde el Purgatorio hasta el Cielo, y la numerología que salpicaba todos los elementos, incluidos los escalones del ascenso: un festival de claves que invita a emular a Dan Brown sin necesidad de ir más allá del Jardín de los Monos. La segunda llevaba por lema Las villas y hotelitos del Limonar y conducía, a lo largo de los siglos XIX y XX, a través de los edificios más señalados del enclave y sus inquilinos, en un paseo compartido con personajes como Gálvez Ginachero, Guerrero Strachan, Antonio Baena, Félix Sáenz, Enrique Bolín, Arthur Koestler y Leo Hermann, el ingeniero alemán que adquirió Villa Fernanda a finales de los años 20 para emplearla como residencia veraniega y que se instaló en ella en la década siguiente, después de que tuviera que huir de Alemania por su condición de judío. Aquí vivió con su familia y se mantuvo a refugio de la Guerra Civil, a la que asistió como espectador impasible. La victoria del ejército sublevado no le hizo sentir inseguro, hasta que Hitler envió a Franco un listado con los nombres de todos los judíos alemanes que se encontraban en España y que le debían ser devueltos: la misma noche en que fueron a buscarlo, Hermann logró escapar de la casa y llegar a la playa, donde lo recogió un pescador en una jábega que lo condujo hasta Gibraltar. Allí subió a un avión que lo llevó hasta Nueva York, donde se reencontró con sus hijas; otra de las hermanas, eso sí, había fallecido en Villa Fernanda a causa de la tuberculosis. Uno asiste a la narración de estas historias in situ y se siente, al fin, un viajero en su propia ciudad. Y no hay privilegios que resulten mucho más reconfortantes a quienes amamos Málaga, a pesar de todo.

Para este mes de septiembre, Cultopía propone otras rutas para realizar a pie bajo lemas como Mujeres para recordar, De Malaka a Málaga y Malagueños ilustres del Cementerio de San Miguel. Busquen en la web www.cultopia.es y deléitense. Otra Málaga, bella e inadvertida, sigue esperando.

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