25N | Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres

Maltratada durante 20 años: "Me decía que si no quería estar con él iba a matar a nuestros hijos"

Belén, reflejada en un espejo. Belén, reflejada en un espejo.

Belén, reflejada en un espejo. / JAVIER ALBIÑANA

Sola, cuestionada y culpable. Así se siente una víctima cuando es maltratada por su pareja y su familia la anima a "aguantar, como toda la vida se ha hecho". Porque, ¿qué van a pensar de una mujer sola con dos hijos?. El pozo de la violencia de género es más profundo si cabe para quien la comenzó a sufrir, como Belén, hace más de una década. Entonces no había tolerancia cero, los recursos al alcance de las mujeres maltratadas eran menos y tampoco se educaba en prevención. Ella eligió no callarse, decidió alejarse y denunciar a su maltratador. Hoy, está viva para contarlo y ayudar a las que están sumidas en el calvario. 

Después de 20 años, Belén (48), en un gesto instintivo, sigue mirando hacia atrás por si su agresor está tras ella. No puede evitar echarse a temblar cuando la llaman más de tres veces seguidas. Tampoco ha conseguido depositar de nuevo su confianza plena en un hombre. Las secuelas psíquicas que deja la violencia machista son las más costosas de borrar. Pero, ella consiguió empezar una nueva vida. Más feliz y sin violencia. Fue madre de nuevo, volvió a trabajar, abrió su propio negocio y aprendió que nunca más iba a aguantar. 

Tenía veintipocos años cuando conoció al que se convertiría en su maltratador en una Feria de Málaga. Lo que empezó siendo una amistad, tres meses más tarde, se convertiría en una relación sentimental. Al año comenzaron a convivir y, al poco tiempo, Belén se quedó embarazada. "Ahí empecé a notar muchos cambios bruscos. Me despreciaba", recuerda. 

Corría el año 1998 cuando dio a luz a su primer hijo y las humillaciones se intensificaron. "Me das asco, estás muy gorda", cuenta que le decía. También llegó la primer alerta: celos y agresividad. "Íbamos por la carretera, él pensó que alguien me había mirado y le dio un puñetazo al cristal", cuenta. "Si soñaba que le había sido infiel entonces me insultaba y recriminaba como si lo hubiese hecho realmente".

Entonces Belén trabajaba como dependienta en una perfumería y eso tampoco le gustaba. El miedo a sus enfados y consecuencias se tornaron en pánico. "Llegó un momento en el que yo dejé de atender a hombres en la tienda", manifiesta. También dejó de arreglarse. "Iba con la cabeza agachada". Ya no era ella. 

Belén, a contraluz. Belén, a contraluz.

Belén, a contraluz. / JAVIER ALBIÑANA

El maltrato psicológico, lejos de cesar, escaló hasta llegar a las manos. El momento de la primera agresión física no se olvida. "Fui a coger pollo que tenía en el frigorífico vi que se lo había comido. Le dije que la próxima vez me avisara para comprar, entonces me empujó, empezó a tirar cosas y a dar porrazos", relata. Sin una red que la animara a salir de aquel infierno, a pesar del palpable sufrimiento que atravesaba cada día, Belén se quedó embarazada de nuevo dos años más tarde. Su esperanza, que la situación mejorase. No lo hizo. Lamenta que tampoco se hacía cargo de los niños: "Tú los has tenido, tú te buscas la vida". Manifiesta que tuvo que hacer malabares para cuidarlos y seguir trabajando.

A la semana, explica que al menos cuatro días bebía alcohol y consumía sustancias estupefacientes. Aunque trabajaba como mecánico, se gastaba el sueldo en vicios, siempre según su relato. Ella se encargaba de hacer frente a los gastos habituales que acarrean un hogar y la crianza de dos menores, siempre según su relato. Pero, llegó un momento que su entonces marido también se comía más de la mitad de su paga, garantiza.

Durante los dos últimos años de relación, trató varias veces de dejar la relación y tomar distancia. Lejos de escucharla, él supuestamente la amenazaba con arrebatarle la vida a sus hijos. "Yo llegaba a veces a la tienda a trabajar y me llamaba para decirme que si no quería estar con él iba a por los niños para matarlos. Entonces yo lo dejaba todo e iba a por ellos".

En ocasiones, se arrepentía, le pedía perdón y prometía que los malos tratos terminarían. Belén, que confiaba una y otra vez en sus palabras, aguantaba. Un día, no pudo más. Recuerda que pensó: "Si esto es lo que me espera para el resto de mi vida, no quiero vivir más". Entonces cogió a sus dos pequeños y se fue a vivir a casa de su madre. Sin embargo, en aquel momento tampoco acabarían los malos tratos. 

La sombra de Belén. La sombra de Belén.

La sombra de Belén. / JAVIER ALBIÑANA

"Todos los días me llamaba 50 veces. Al principio me decía te quiero mucho, perdóname, después que si era una guarra y una zorra. Me seguía a todas partes". Las amenazas también se las hacía llegar a casa de su madre, por escrito, en papeles que colaba por debajo de la puerta. "Te tengo que matar", decían. Con el fin de proteger su vida y la de sus hijos, comenzó a rotar cada pocos días entre las viviendas de sus allegados. Esto tampoco sirvió para que no la encontrara. 

El día que Belén volvió a nacer

El día que Belén volvió a nacer salía de casa de su hermano, en Torremolinos. Como de costumbre, miró para atrás por si estaba esperándola para hacerle daño. Lo vio escondido, detrás de un coche. El hombre fue corriendo hacia ella. La cogió del cuello. La empezó a apretar y a dar tortas en la cara. Los niños lloraban. A uno de ellos, con apenas cinco años, le dio un empujón. "Él me pedía que abriera la puerta del portal y que nos metiéramos", rememora. Ella, como pudo, logró zafarse y meterse en el coche. "Si aquel día hubiera hecho lo que me decía, yo hoy no estaría aquí". 

Han pasado más de 20 años de aquello y Belén no puede contener el llanto cuando lo describe. Por primera vez, se desahogó con una amiga, acudió al ambulatorio y, después, lo denunció por malos tratos pese a que personas de su entorno se lo desaconsejaron. "Me decían que cuando no estaba bebido era muy buena persona y muy servicial, que ayudaba a todo el mundo. Yo les intentaba explicar que si no lo hacía me iba a matar". 

Fue detenido e ingresó en prisión provisional. Entonces la autoridad judicial competente también ordenó una orden de alejamiento con respecto a la víctima. "Habían pasado tres meses cuando mi cuñada me llamó para decirme si sabía que estaba en la calle". Al día siguiente, Belén -junto a sus dos hijos- y "una mano delante y otra detrás" se marchó a Tenerife a vivir.  "Sabía que si me quedaba no iba a poder vivir para contarlo", apunta.

"Sabía que si me quedaba no iba a poder vivir para contarlo"

Pero, ni los kilómetros ni un mar de por medio hicieron que cesasen las amenazas. "A mi madre le decía que ojalá se estrellase el avión en el que iba". Recuerda especialmente unas Navidades que regresó a Málaga para pasarlas con su familia. "Se enteró de que había vuelto, me llamó en oculto y me dijo que me tenía que matar". En segundos, Belén huyó para guarecerse en casa de una amiga. Otras veces, detalla que empleaba el chantaje emocional para recuperar la relación. "Me decía que si no volvía con él se iba tomar un bote de pastillas o a tirarse a la carretera".

Ya residía en la isla cuando Belén consiguió que le firmara el divorcio a cambio de un convenio regulador que le permitía pasar temporadas con sus hijos. Aunque reconoce que sus niños "han vivido cosas por las que nunca deberían haber pasado", garantiza que no tenía otra opción. Entre lágrimas, siente que ellos también hayan sido maltratos psicológicamente "cuando la que elegí a esa persona fui yo".

La última vez que supo de él fue este verano cuando, en un intento de suicidarse, se tiró con el coche por un terraplén. Previamente avisó tanto a ella como a sus hijos -que ahora tienen 23 y 25 años- de lo que iba a hacer. El coche quedó destrozado y él, aunque fue trasladado al hospital, se escapó del mismo. "Ese día mi hija y yo entramos a mi casa con miedo por si se había colado", cuenta. 

En su momento, Belén insiste en que se sintió "muy sola". "Tú contabas que estabas siento maltratada y había gente que te daba de lado, incluso de la familia". En la actualidad, el panorama es diferente, asegura. Aunque considera que la educación y las medidas de protección son insuficientes, lanza un mensaje de esperanza y apoyo tanto para las que están introduciéndose en el pozo como para las que están sumidas en lo más profundo: "Siempre hay salida".

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