Un Metro para dos chaquetas

el prisma

De la Torre vuelve a demostrar lo voluble de su discurso en lo que al suburbano se refiere. Frente a lo que él mismo firmó, opta por torpedear el tranvía al Civil amparándose en el rechazo vecinal

Sebastián Sánchez

15 de noviembre 2015 - 01:00

TODAVÍA parece que hay algunos en esta ciudad ciertamente sorprendidos ante las actitudes del alcalde de Málaga, Francisco de la Torre. Reaccionan con estupefacción y desagrado, como si el regidor del PP no acostumbrase desde hace largo tiempo a jugar con habilidad innata con dos barajas, a utilizar la chaqueta más adecuada según convenga la ocasión. Por eso, al menos al que escribe estas líneas, el último cambio de discurso sobre la marcha con respecto al Metro en superficie al Hospital Civil no le pilla a contrapié.

A la Junta de Andalucía es posible que sí. Bien es cierto que desde que se vio cara a cara con la presidenta del Gobierno andaluz, Susana Díaz, De la Torre había dulcificado su contrariedad porque haya un tranvía recorriendo parte de la urbe, llegando incluso a domesticar su instinto obstruccionista en pro de un ejercicio de responsabilidad exigible a todo buen administrador.

Al veterano regidor le duró apenas unos segundos despojarse de esa convicción artificial. Justo los segundos que tardó en entrar a la sala en la que se reunió con más de un centenar de vecinos del distrito de Bailén-Miraflores y estos gritaron un casi unánime 'no al tranvía'. Ante tan objetiva discrepancia, De la Torre optó por abrazarse al sentimiento visceral de una vecindad razonablemente molesta por haber sido ninguneada durante meses en lugar de exponer un discurso racional sobre lo que implica que el proyecto tranviario naufrague definitivamente.

La torpeza de la Administración regional en tan significativo asunto es mayúscula, más aún si se tienen en cuenta los antecedentes con el interlocutor municipal. A pesar de ello, lejos de coger las riendas de una iniciativa controvertida desde su nacimiento, la Consejería de Fomento ha dejado pasar ya dos años (desde que se firmó el protocolo por el que se acordaba el cambio de trazado del Metro) sin sentarse una sola vez con los residentes y comerciantes de Eugenio Gross y Blas de Lezo, entre otros.

La consecuencia directa del adelanto electoral, capricho de la aún presidenta andaluza, se deja notar y mucho sobre lo que hoy pasa con el Metro en superficie. La parálisis se hizo patente durante meses en la actividad de una consejería sobre la que pivota no sólo el día a día de lo que ya funciona, sino de las piezas pendientes de ejecutar y de las que depende, según se insiste, la viabilidad de una infraestructura de largo trayecto.

En este punto de la cuestión, no queda más que asumir la incapacidad de unos y de otros para tripular la nave del Metro sin riesgo de zozobra. Y que los dos principales actores implicados en la ecuación, Junta y Ayuntamiento, tienen razones para el desaire. El primero, apela de forma razonada a lo firmado en noviembre de 2013 por el mismo dirigente que ahora pone trabas; el segundo, enfatiza el nulo tacto de la Administración regional a la hora de acercarse a la parte humana de un barrio que por su propia sociología (población de elevada edad) chirría ante cambios de profundidad. Y un Metro a ras de calle supone una transformación histórica para el entorno.

La hemeroteca vuelve a poner ante sí mismos a sus protagonistas. Un repaso rápido a la misma, corrobora la evolución sintomática en los discursos del regidor. En la noche del 11 de noviembre de 2013, apenas unos minutos después de firmar el protocolo mediante el que se liberaba al Metro de la incertidumbre económica, De la Torre aseguró que cedió en sus planteamientos por "la imposición política y dogmática" de la entonces Consejería de Fomento, al mando de IU.

Discurridos poco más de un año desde que pusiese su firma en el mencionado protocolo, De la Torre rompió por completo la baraja. Lo hizo en pleno escenario electoral, al incorporar (luego se corrigió) en su programa electoral una propuesta para que el Metro al Civil fuese soterrado, usando como argumento a su favor el posicionamiento de los vecinos. "Negociar con la Junta para soterrar el Metro a su paso por Bailén-Miraflores", decía textualmente el documento inicial. Luego corregido, decía: "consenso con los vecinos para determinar cómo llega el Metro a Bailén-Miraflores, ya que lo demandan soterrado".

En junio, con la presidenta andaluza a su lado, el regidor optó por rebajar la crispación. Aunque subrayaba la necesidad de abrir un proceso de diálogo con los vecinos, dejó a un lado su visión de que ello era condición 'sine qua non' para ir adelante. "Aunque hayamos abierto la posibilidad de otra alternativa, el ideal es cumplir lo que está dicho", garantizó aquella jornada. El pasado jueves, acompañado por más de un centenar de vecinos, dijo lo que estos esperaban escuchar. "Nada se va a hacer si no hay acuerdo con los vecinos", aseguró De la Torre ante un satisfecho auditorio.

Como en tantos otros episodios del suburbano, queda por comprobar la firmeza de los compromisos del regidor, capaz mañana de volver a modificar su rumbo y rechazar a los vecinos, y de la propia Consejería de Fomento. Aún recuerdo, como si fuese ayer, cuando la entonces consejera de Obras Públicas, Concepción Gutiérrez, advertía con la posibilidad de arrancar las obras del Metro en Carretera de Cádiz aún sin los permisos municipales. Nunca ocurrió. O a la ex responsable de este mismo departamento, Elena Cortés, subrayando la disposición de la Junta a ejecutar el Metro en superficie por la Alameda Principal incluso sin el consentimiento del Ayuntamiento. Nunca ocurrió.

Son más las ocasiones en las que De la Torre ha torcido el propósito autonómico en favor de salvaguardar tesis personales y políticas. ¿Ocurrirá otro tanto? Ante tal supuesto, siempre queda el miedo a lo que supondría impedir tal actuación, haciendo ver que en ese supuesto aparecería el coco del BEI (Banco Europeo de Inversiones), que no es otro que el hombre del saco que maneja los dineros. Un 'susto o muerte' que no resulta nuevo en esta película casi de terror en la que ha acabado por convertirse el Metro. Ocurre que de tantas veces decir "que viene el lobo", el efecto sea el de incredulidad. Eso hasta que, como en el cuento, el lobo aparezca de verdad.

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