3ª de abono

Perera dibuja el toreo y Castella corja una oreja

Ya nadie duda del papel protagonista que juega Picasso dentro de la feria de Málaga. Todo gracias a la visionaria labor de Juan Temboury en los años 50 y la capacidad artística de Loren Pallatier que un año más fue el encargado de ponerle color a una plaza vestida de gala. Las habituales toreografías -o firmas de los toreros, como dice el francés- inundaron las barreras del ruedo. Tonos burdeos y dorados que vinieron a ornamentar unas enormes manos que aguardaban los portones de la plaza. La decoración, sobria pero con la elegancia que caracteriza a las obras de Loren, reflejó a los grandes pintores del renacimiento y del barroco con especial inspiración en Da Vinci, Miguel Ángel, Caravaggio... Sería metáfora de la creación artística del toreo. Habría que esperar al final para comprenderlo. En cuanto a lo que se lidió, nadie dudaba por la mañana que sería otro animal. Bien hechos y correctos de presentación pero distinto a lo que había pisado el ruedo días antes. "Muy armónica para el maestro", decían dos banderilleros tras el sorteo.

Ferrera llegó a Málaga para torear la Picassiana vestido de goyesco. Resultante la anécdota pero sin más profundidad. No así su faena al primer oponente. Estuvo lidiador y con una gran cantidad de recursos toda la tarde. En el capote brilló. Ahora Ferrera no banderillea y es lícito que el público se lo eche en cara. Aun así, resulta una delicia ver bregar y banderillear a Montoliú. Lo vio con la muleta y brindó al mismo respetable que segundos antes le había silbado levemente. Fue una faena interesante, de momentos de gran belleza y alarde de una grandiosa técnica. El animal requería tiempo y Ferrera le aguantó en las embestidas y en los parones, que no fueron pocos. El toro le olisqueó los muslos en la tanda final, donde prevaleció la cercanía y y el pulso muy firme. Pinchó muy bajo y volvió a intentarlo, dejando un espadazo con el que florecieron los pañuelos. Dio la vuelta al ruedo tras petición. Con su segundo estuvo voluntarioso. Sería el peor de la tarde. Tenía un peligro sordo y manseó en varas. En la faena, el secreto residía en la paciencia. La despaciosidad, los tiempos muertos, el fijar al toro de la muleta... Todo el guión estaba previsto a la perfección. Se cumplió hasta que el animal se rajó. ¿Y cómo no iba a hacerlo? Estaba absolutamente podido. Lo toreó como si fuese bueno, se puso delante como si fuese bueno y acabó cuajando una tanda como si el toro fuese lo que no era. Falló con el descabello tras una estocada y el público le ovacionó. Qué menos.

Castella se llevó el único trofeo de la tarde. No estuvo con el segundo. Era complicado, sí; pero tampoco se entendieron. Entre derrote y puntazo consiguió sacar algunos derechazos limpios. No demasiados. Pinchó y acertó a la segunda. Le ovacionaron. Antes no había ocurrido nada. Quizá para no eclipsar a lo que vendría con el quinto del festejo. Un toro bonito al que ejecutó un ramillete de verónicas, más lidiadoras que artísticas, de mucha importancia para el devenir. Brindó al público y se dispuso en el centro del ruedo para cuajar una gran tanda por estatuarios. Ni se inmutó. Como si el toro no pudiera llevárselo por delante en cualquier momento. Luego vino una tanda profunda y a ralentí por la derecha. Y otra. Y una más. Después la izquierda, con más temple que transmisión pero de mucha calidad. Mató bien y se llevó el merecido trofeo.

Perera estuvo en Perera toda la tarde. Su cuadrilla, también. Majestuoso espectáculo que ofrecieron sus hombres de plata. Al tercero le exigió mucho por bajo en tandas largas, repitiendo el toro con codicia y apretando hacia los adentros. Planteó la faena con suma inteligencia, estando muy por encima. Le ovacionaron con un tremendo bajonazo. El último fue el mejor de la tarde, acrecentado por el variado quite del extremeño y la vistosidad del galleo de Ferrera para sacarlo del caballo. La faena fue exigente pero el toro respondió. Tandas largas, sentidas, encajadas por ambos pitones. Con la mano derecha calentó al público y con la izquierda consiguió metérselo en el bolsillo con cinco naturales muy bien ejecutados. Hasta que se rajó. Se lo llevó al centro del ruedo para efectuar un par de tandas desde la cercanía mientras las palas de la cornamenta se acercaban a los muslos. No le importó. Mató a la segunda de un espadazo fulminante por el que pidieron una oreja que no fue concedida. Perera fue ovacionado y los pitos, hacia el palco.

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