Ruido de fondo
calle larios
Resulta paradójico el modo en que el carácter dinámico de Málaga juega a veces contra su propia definición de ciudad, y ciudad cultural Todo parece puesto ayer Pero, ¿qué hubo antes?
LEO la entrevista que hace Eduardo Madina a Eric Jiménez, batería de Los Planetas, en la revista Jot Down y no puedo dejar de sentir cierta envidia. Buena parte de la conversación entre ambos aborda la definición de Granada como ciudad cultural: Eric afirma que la urbe ha vivido demasiado tiempo "de los muertos" y considera que debe empezar a vivir "de los vivos", como dando a entender que el hermoso patrimonio y la idealización romántica, refugios acomodaticios donde los haya, han entrañado a menudo una losa que ha impedido una conexión más fértil con la contemporaneidad. Sin embargo, el músico admite abiertamente la influencia que el carácter "místico" de Granada ha ejercido en la inspiración de su grupo, emblema del rock independiente español. Es decir, no se trata de hacer tabula rasa, sino de transformar el legado común de las ciudades milenarias, más espiritual que arquitectónico, vertido como un ruido de fondo que pervive a lo largo de los siglos y al que cada generación va añadiendo sus sonoridades, en un abono para la cultura (pocas veces resulta tan oportuno recordar el origen común de los términos cultura y agricultura: se trata, en ambos casos, de sembrar algo que llegue a dar fruto; únicamente cambian los contextos, pero el ejercicio es el mismo) que se practica y comparte en el presente. En la charla de Madina y Jiménez salen así poetas sufíes, llamadas a la oración en las mezquitas y otros rasgos que logran sobreponerse al tópico y entrar de lleno en la Historia. Lo de la envidia que siento al leer la entrevista tiene que ver con lo mucho que echo de menos un debate similar en Málaga, donde, al menos desde hace algunos años, sí hemos empezado a vivir de los vivos (sospecho que en Granada también, pero ésa es otra cuestión) aunque, seguramente, con una perspectiva demasiado limitada del ruido de fondo. El carácter dinámico de Málaga es real, desde luego: su reinvención es constante, cada año saca unos conejos y liquida otros con pasmosa indiferencia, y los escaparates brindados a la escena local en distintos órdenes (dada, seguramente, la incapacidad de competir en escenas más amplias) se han multiplicado gracias, en parte, a que ha habido un público dispuesto a comprar las marcas de turno. Pero en esta querencia a la metamorfosis, por más que ahora haya pasado a ser considerada objeto político, tiene mucho que ver, claro, la naturaleza portuaria de Málaga: vivimos en un sitio al que han venido muchos pero muy pocos, al menos proporcionalmente, han decidido quedarse. Y, en fin, ya se sabe que entre desconocidos apenas abundan gestos más allá de las cortesías mínimas. A menudo escucho el argumento de que, gracias a su escasa riqueza patrimonial, Málaga dispone de más libertad y menos complejos para recrearse como le dé la gana. Pero tengo la impresión de que la efervescencia cultural tan pregonada por el municipalismo oficial se está perdiendo algo. Algo que, cierto, tiene que ver más con lo espiritual que con lo arquitectónico. Y no hablo (sólo) de cofradías y Semana Santa: me refiero a la advertencia de Goethe según la cual nadie que no haya vivido su vida por espacio de tres mil años puede decir que ha vivido realmente.
Durante no poco tiempo se invirtieron notables esfuerzos para convertir a Picasso en emblema de una Málaga posible: ya se sabe que Picasso es el rey del transformismo, y semejante aplomo proteico iba de perlas con una ciudad aspirante a crisálida permanente. En consecuencia, la noción general de que la tradición cultural de Málaga empieza en Picasso y sólo en Picasso está a estas alturas plenamente extendida y asentada. No ha habido un interés por incorporar a la actualidad cultural de Málaga su índole mediterránea, sin ir más lejos, con la excepción, tal vez, de ciertos círculos poéticos ensimismados. Es más, la tradición cultural mediterránea, cuya concreción contemporánea existe y se presume de ella en muchas partes, apenas excita aquí un encogimiento de hombros. ¿Qué Málaga es aquella que latió antes del rollo chic de Torremolinos, ahora que parece que el relax fue el no va más? ¿Qué tendría que decir hoy un tipo como Ibn Gabirol? Qué escaso es nuestro ruido de fondo.
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