Vulnerabilidades y la torre portuaria
Tribuna de opinión
A los que se instalan en Málaga les atrae lo contrario del bodrio de la torre portuaria
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Las consecuencias de los tres últimos años de la pandemia y la guerra de Putin están siendo decisivos para la transformación del mundo que nuestra generación ha conocido. Frente a la seguridad de nuestro modo de vida occidental hemos descubierto de golpe, sin entrar en detalles, sus cinco grandes vulnerabilidades: sanitaria, energética, económico-comercial, social y de seguridad a todos los niveles. Debilidades especialmente manifestadas y sufridas en las grandes urbes del mundo donde se concentran al menos dos tercios de la población mundial.
El hecho de la congestión demográfica en ellas con densidades de población en aumento, vinculadas a la edificación en altura o en mancha de aceite, es el factor fundamental que agrava los efectos de esas cinco vulnerabilidades.
Por un lado, la pandemia del Covid con sus muertes se ha cebado sobre todo en las grandes ciudades, poniendo además de relieve la debilidad de las costuras de los sistemas sanitarios y, al mismo tiempo, la importancia del teletrabajo, la telesanidad y las telecompras que han llegado para quedarse. De otro, la guerra de Putin está evidenciando que el ataque ruso se concentra sobre las ciudades y las centrales eléctricas para hacer el mayor daño posible a la población ucraniana con el mínimo costo. Una guerra que evidencia asimismo la vulnerabilidad de las redes de suministro de todo tipo: submarinas, terrestres y aéreas, que afectan al transporte de energía, materias primas y componentes industriales, así como a redes y conexiones digitales. E incluso ha actualizado el uso de los flujos migratorios forzados como arma de confrontación política y bélica.
El efecto global es que estamos asistiendo al nacimiento de una nueva guerra fría, al aumento de las tensiones belicistas y a una remodelación de la geoestrategia mundial con una creciente desconfianza entre los bloques político-económicos. Luego, simplificando mucho, la inicial consecuencia que se deriva de lo expuesto es que la estrategia futura de cualquier territorio debe ser la contraria a “concentrar” es decir “dispersar”.
Y eso ¿en qué nos afecta a Málaga y a los malagueños? De entrada al modelo territorial del futuro en un momento crucial en que la atracción demográfica de Málaga se está disparando, y lo será más en el inmediato porvenir. ¿Por qué ese empeño en engordar el centro de la galaxia urbana malagueña, cuando a distancias-tiempo relativamente pequeñas (una hora) existen un gran número de estrellas (pueblos) de diferente tamaño insuficientemente pobladas -algunas en despoblación-, cuando tienen importantes patrimonios urbanos infrautilizados o desocupados susceptibles de ser habitados inmediatamente? Además la mayor parte de los nuevos empleos tecnológicos se pueden desempeñar telemáticamente. Por consiguiente, la tradicional atracción del centro de las grandes galaxias urbanas -que históricamente los ha concentrado- se está cuestionando fuertemente por las vulnerabilidades antes citadas, a las que se suman las tradicionales vulnerabilidades relacionadas con la mayor inseguridad (delincuencia, terrorismo, enfermedades sociales de todo tipo...) y el creciente deterioro de su calidad de vida ligado al aumento de la población.
¿No es mucho más lógico, ecológico y sostenible potenciar un modelo de estrellas, bien comunicadas entre sí y con el centro galáctico, sin tener que engordar éste último ni en altura ni en mancha de aceite? ¿Qué efectos tiene engordar? Se necesita más energía (eléctrica y fósil) para mantener en funcionamiento los “x” kilos (habitantes) del cuerpo que sea, que si esos mismos kilos se reparten entre cuerpos diferentes; que además serán mucho más ágiles, cualidad cada vez más relevante ante el futuro de cambios constantes a que estará sometida la humanidad. Eso significa lisa y llanamente que los aumentos de densidad de población van en sentido contrario al futuro que se avizora, porque conseguir que el tiempo y la energía necesaria para desplazamientos (también en el interior de los edificios verticales) se reduzca al máximo es un factor clave en las decisiones vitales de las nuevas generaciones para mejorar su calidad de vida.
Esto se está ya constatando en los jóvenes talentos que se instalan en Málaga (ciudad y provincia) atraídos por el clima empresarial/tecnológico y por nuestro modo de vida y calidad de la misma, huyendo de las grandes urbes llenas de rascacielos donde no se vive ni convive como lo hacemos en esta tierra.
Precisamente les atrae todo lo contrario de lo que representa el bodrio de la torre portuaria, icono anticuado de un mundo en crisis que -de levantarse- supondría romper el retrato idílico actual de Málaga. Algo, que tanto tiempo, dinero y esfuerzo ha costado alcanzar, destrozaría la imagen de gran calidad que el espacio malagueño y nuestra forma de ser transmite asentado en el modo de vida secular de convivencia y cosmopolitismo. Una tradición que empieza a renovarse sobre nuevas bases económico-sociales pero siempre con el atractivo climático y vital que ofrece una ciudad media –experiencia en vías de gran éxito que está siendo seguida con atención por todo el mundo- precisamente en lo que supone de innovador modelo territorial global de base tecnológica distinto al de las grandes urbes mundiales.
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