"El acoso escolar destruye el autoestima y deja secuelas para toda la vida", señala el psicólogo malagueño Miguel Vadillo

La pedagoga Ana Muñoz señala que el protocolo de acoso "no puede ser un documento guardado en un cajón"

El acoso escolar sale del aula en Málaga: perfiles falsos, extorsiones y un sistema que "no protege" como debería

Sillas sobre la mesa en un colegio, en una imagen de archivo. / Javier Albiñana

El suicidio de Sandra Peña Villar, una adolescente de 14 años de Sevilla, ha vuelto a poner el foco de la sociedad en el acoso escolar. Su madre había denunciado en dos ocasiones ante el colegio el acoso que sufría su hija, sin que se activara el protocolo correspondiente. La tragedia ha devuelto al primer plano una cuestión que, como lamenta el psicólogo malagueño Miguel Vadillo, "no son cosas de niños". "Antes de indagar sobre el bullying es importante hacer una buena definición de lo que es", advierte.

El también director de Alegra Psicólogos hace hincapié en que no es una agresión esporádica o un insulto espontáneo: "Es el acoso continuado, los insultos o las agresiones físicas que se repiten hacia una misma persona". Normalmente, explica, suele ser un "grupo pequeñito, de dos, tres o cuatro personas", los que realizan ese tipo de agresiones, y la víctima "se va volviendo cada vez más indefensa, más pequeñita".

Esa repetición sostenida genera una espiral de indefensión que destruye el autoestima del menor y lo convierte, en palabras del especialista, en la "víctima perfecta". El acoso, subraya, no es solo físico: "Para quienes agreden, hay un refuerzo secundario: ganan algo, la risa de los demás, cierta deseabilidad social, y eso es algo que debería preocuparnos más".

Vadillo insiste en que la prevención es clave. Desde su experiencia, considera que el acoso en clase es "altamente evitable": "Al 100% imposible, pero sí muy evitable". El problema, asegura, está en que los centros escolares "no siempre aplican políticas de detección temprana y los maestros no pueden asumir solos esa carga". "Se necesitan profesionales adecuados para esa prevención", afirma.

El caso de Sandra, ejemplifica, saca a la luz fallos estructurales: "Una familia que había denunciado en dos ocasiones y no se había abierto un protocolo de acoso… Ahí ha habido fallos muy graves y seguramente no pase nada, y ese es el gran problema". El psicólogo denuncia que cuando llegan a un centro y hablan de bullying, "prácticamente les falta echarnos a patadas". "Nos dicen: 'Aquí no hay acoso', pero claro que hay. Si hay personas, hay interacción, y en algún momento puede haber acoso".

Sobre los perfiles, Vadillo explica que no existe un único patrón de víctima o agresor. El agresor suele ser alguien con "respaldo social, el gracioso o la graciosa de la clase", y la víctima, alguien "con baja autoestima o dificultades para relacionarse", pero hay "mucha diversidad". En los casos más graves, el acoso puede derivar en un trastorno de estrés postraumático, con ansiedad crónica y aislamiento: "Su zona de confort se reduce a una esquinita de su habitación. Su vida se ve muy coartada, prácticamente no es vida".

Para evitar llegar al suicidio, defiende que hay que ofrecer herramientas, apoyo social e institucional, y formar a las familias. "Si se hiciera bien, no se llegaría a casos tan extremos como el de Sandra", lamenta. Y concluye: "El suicidio no es una vía de escape, es una vía de fin. Hay otras opciones que permiten valorar la vida desde otro lugar".

Desde el ámbito pedagógico, Ana Muñoz coincide en que el caso de Sandra tiene "el peor final posible". "En los colegios se trabaja mucho el protocolo cuando ya hay un caso, pero falta más prevención, falta crear un clima de respeto y empatía, que eso sea la norma en el aula", indica. Para Muñoz, la educación emocional debería formar parte del día a día: "No puede ser una tutoría aislada o una actividad puntual. Hay que enseñar a los niños a reconocer emociones, a pedir ayuda, a ponerse en el lugar del otro".

La pedagoga sostiene que resolver el acoso con sanciones "no es suficiente": "La clave está en la formación docente, en el acompañamiento familiar y en la presencia constante". Recuerda que la tarea de prevenir "no es de una sola persona". "Es responsabilidad de toda la comunidad: profesores, familias, alumnos y sociedad". Para la pedagoga, los compañeros que callan o miran hacia otro lado "también se convierten en cómplices".

Muñoz apuesta por dinámicas grupales, tutorías activas y actividades cooperativas "que fomenten el autoestima y el sentimiento de pertenencia". La especialista insiste en que la prevención empieza observando: "Cambios de comportamiento, bajadas en el rendimiento o faltas de asistencia pueden ser señales de alarma". Y reivindica la educación emocional desde la infancia: "Hay que enseñarles a gestionar emociones, a respetar los límites y a entender cuándo están haciendo daño".

La pedagoga alerta también sobre la influencia del entorno digital: "Hoy hay muchos contenidos no adecuados para niños y adolescentes. Sin una educación emocional sólida, eso genera modelos de conducta muy peligrosos". El problema, concluye, no es solo la falta de recursos, sino la falta de voluntad estructural: "El protocolo de acoso no puede ser un documento guardado en un cajón. Tiene que ser una práctica viva, cotidiana. Si no hay prevención, el silencio se impone, y tanto las víctimas como sus familias quedan solas".

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