El barrio de la Trinidad se engalana para conmemorar 25 años de la coronación de su Virgen

En la tarde de este sábado, a partir de las 16:30 horas, comenzará la procesión extraordinaria desde su casa hermandad

La misa, en fotos

Misa con motivo del 25 aniversario de la coronación de la Virgen de la Trinidad. / Ana Jiménez

A las nueve en punto de la mañana, el sol bajaba por la calzada de la Trinidad como una ventana abierta al cielo. La plaza de San Pablo despertaba entre destellos dorados, mientras el barrio, con su rumor de sábado y su alma cofrade, se vestía de fiesta. Las flores en la fachada de la iglesia perfumaban el aire y la banda de la Trinidad ponía el lenguaje universal de la música a una jornada que sonaba a promesa. Cuando se abrieron las puertas del templo, la luz se coló en la corona de la Trinidad como un incienso nuevo: limpio, cálido, esperanzado. Así comenzaba el acto litúrgico en honor al 25 aniversario de la coronación de la Virgen.

La misa, al más puro estilo de la del alba, fue símbolo de lo que aguarda al nuevo pastor de la diócesis. José Antonio Satué presidía su primera eucaristía en San Pablo a los pies de uno de los titulares del barrio, y lo hacía ante una plaza repleta de fieles y autoridades civiles, eclesiásticas y militares.

El Evangelio de hoy, de san Lucas (13, 1-9), recordaba la parábola de la higuera que no da fruto: una llamada a aprovechar el tiempo que Dios nos concede para crecer y dar vida. En Málaga, donde la fe se respira en cada barrio y se celebra en la calle, ese mensaje resuena como un eco cercano: no basta con mantener la tradición, hay que hacerla fecunda.

En su homilía, el obispo habló de tres verbos que quiso hacer propios de la Trinidad: confiar, acoger y amar. Tres palabras que, más que consigna, son manera de vivir. Y añadió, como inspirado por un soplo del Espíritu Santo: “Un barrio cautivo que se siente liberado por Dios.” Satué pareció entender de inmediato el pulso de este rincón de Málaga donde la devoción tiene túnica blanca y rostro moreno.

Bajo un cielo espléndido, que esta vez no lloró, como el pasado sábado de Pasión empapado de melancolía y con apresurado traslado, se mezclaban los trajes blancos y negros, los vecinos y la comunión. En los balcones, flores y cintas; en las calles, un rumor de pasacalles de la noche anterior que todavía resonaba como prólogo del fin de semana.

Cuando el obispo guardó su último silencio en la plaza, comenzó el traslado por la Trinidad a su casa hermandad para la procesión de la tarde. No hubo prisa, solo el ritmo sereno de una fe que acompaña y unos petardos que sonaban como mandados por el mismo paraiso anunciando la salida. El sol seguía descendiendo sobre la Trinidad, como queriendo subirse en su trono a modo decorativo, testigo mudo de un barrio que celebra el 25 aniversario de su reina coronada.

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