Calle Larios

La aritmética del descampado

  • El Centro de Málaga se define también por su negación, por las ausencias, por los mordiscos a mayor gloria de la paradoja y, tal vez, por las oportunidades perdidas

Maleza y abandono a pocos metros del trazado turístico y a mayor gloria de la paradoja.

Maleza y abandono a pocos metros del trazado turístico y a mayor gloria de la paradoja. / Javier Albiñana (Málaga)

En su reciente y muy recomendable novela Golpes de luz, la escritora gallega Ledicia Costas evoca, entre muchas otras cosas, las consecuencias directas y visibles que los estragos de la heroína en los años 80 dejó en las calles, con jeringuillas abandonadas en las esquinas y la delincuencia a la orden del día. Si bien la cuestión cristalizó en Galicia de manera particular a cuenta del narcotráfico, tal y como relata Costas, el paisaje no fue precisamente mejor por aquí abajo, donde las mafias pudieron no hacer tanto alarde aunque los resultados fueron prácticamente los mismos. Por aquellos años los niños jugábamos en la calle y teníamos que vérnoslas a diario con yonquis que venían a chutarse a los mismos lugares en los que dábamos patadas a un balón. Que se escondieran, hicieran lo suyo y se largaran por donde habían venido era lo mejor que podía pasar. A veces, los mismos yonquis se nos acercaban devorados por el mono con la intención de sacarnos lo poco que pudiéramos llevar encima, lo que algunas tardes gastábamos en chicles y poloflanes en el quiosco; y era entonces cuando, claro, echábamos a correr. En aquellos años había también muchos más solares de los que hay ahora, y nuestras madres nos prohibían terminantemente no ya que nos coláramos en aquellos territorios inhóspitos, sino que nos acercáramos, porque era allí, en aquellos descampados, donde tales vampiros se reunían para cometer sus terribles aquelarres. Mi hábitat natural se distribuía entonces entre Carranque, donde estaba mi colegio, y la Avenida de la Aurora, donde vivía, y sí, en toda aquella extensión había solares, a veces cercados, otras abiertos, que en cualquier caso evitábamos: si alguna vez pudimos tener alguna curiosidad por lo que se cocía allí dentro, ciertas malas experiencias con aquellos colgados, entre los que reconocí alguna que otra vez a vecinos que no debían tener entonces más de veinte años, nos llevaron a desistir de todo intento de exploración. Algunos veranos más tarde comencé a internarme en el Centro de Málaga por cuenta propia. Allí también había solares y la droga seguía golpeando, así que tampoco faltaron encuentros desagradables. Con el tiempo, sin embargo, el azote de la heroína se fue diluyendo después de llevarse por delante a demasiada gente. El consumo de drogas se convirtió en otra cosa, más reservada, sin tantas jeringuillas amontonadas en una esquina, aunque supongo que no menos terrible; y los descampados, en consecuencia, ya dejaron de parecernos peligrosos.

La Plaza de la Esperanza, en Lagunillas: un posible modelo que se quedó en isla. La Plaza de la Esperanza, en Lagunillas: un posible modelo que se quedó en isla.

La Plaza de la Esperanza, en Lagunillas: un posible modelo que se quedó en isla. / Javier Albiñana (Málaga)

Pasado el tiempo, sin embargo, sigue habiendo solares. No tantos como en los 80, pero sí en una cantidad notable. En mi barrio de entonces, en el barrio donde vivo ahora y también en el Centro. A veces están invadidos de maleza, otras parecen estar razonablemente cuidados. Y sigue habiendo gente que se cuela en ellos, que salta las tapias, que fuerza las puertas. Quizá la diferencia sustancial es que si los habitantes de los descampados daban miedo hace cerca de cuarenta años, ahora inspiran algo muy distinto. A menudo, los que se cuelan en los solares son los mismos que pasan la noche en los portales o en los cajeros automáticos. Abundan en La Trinidad, en El Perchel y en pleno Centro histórico, lo que ofrece un contraste meridiano, no exento de paradoja: en este enclave promocionado en todos los escaparates y sinónimo de éxito, a pocos metros de las terrazas repletas y de los grupos de cruceristas, quedan estos mordiscos urbanos con toda la desolación que procuran, con todo lo que conservan de negación y miseria, agujeros sin fondo que al menos aprovechan los grafiteros para dar rienda suelta a su imaginación, con resultados diversos. Respecto a estos mordiscos, lo que tienen que decir las administraciones públicas no es precisamente poco: en el mismo Centro histórico, 61 de estos solares son de titularidad autonómica y otros 16 de titularidad municipal. Hablamos de solares que, en su mayor parte, han quedado a su merced, en estado de abandono, desde hace más de veinte años, cuando el mismo Centro era aquel enclave negro e inseguro, tan distinto del espléndido escenario actual. El Centro es otro, sí, pero los solares son los mismos. Ahora que el asunto de las tecnocasas parece haber quedado enterrado para siempre, tanto la Junta de Andalucía como el Ayuntamiento de Málaga vuelven a referirse a las VPO de toda la vida a la hora de señalar el destino de estos espacios, lo que desde luego resulta tan necesario como urgente, aunque también insuficiente dada la amplia demanda de vivienda condenada al fracaso a cuenta de los precios inasumibles. Málaga es, a día de hoy, una ciudad en la que a una clase trabajadora, especializada, cultivada, talentosa y capaz se le ofrece un embudo cada vez más estrecho para quedarse. Y habrá que ver, por cierto, a qué criterios se atiene el embudo para dejar fuera a más gente a cuenta del desembarco de las grandes firmas tecnológicas.

Lo que las administraciones públicas tienen que decir, dada la titularidad de muchos de estos solares, no es precisamente poco

Pero volvamos al descampado. El panorama más deseable es, ciertamente, el que ofrece un Centro histórico sin solares gracias a la construcción de las VPO. Pero, si tal proyecto llega a concretarse y materializarse más allá de las expresiones de buena voluntad, nada podrá hacerse respecto a la impresión de ocasión perdida. Ya nadie se acuerda de esto, pero una de las propuestas incluidas en el proyecto de la candidatura de Málaga a la Capitalidad Cultural de Europa en 2016 apuntaba a las transformación de los solares, tanto en el Centro como en otros barrios, en espacios culturales, con proyecciones de cine, representaciones teatrales, conciertos, exposiciones y actividades diversas. Desde entonces, se han llevado a cabo algunas experiencias puntuales de este tipo en Lagunillas, por ejemplo, donde de hecho los vecinos lograron cambiar un solar por una plaza, bautizada como Plaza de la Esperanza, en la que sí se celebran conciertos y proyecciones de cine, sobre todo en verano; pero aquella prometedora regeneración que pasaba por cambiar la antigua miseria por entornos para el encuentro al aire libre se dejó pasar, sin más. Tampoco han faltado ideas relativas a huertos urbanos, que en su momento cobraron especial auge pero que, de nuevo, salvo excepciones puntuales, fueron desoídas por quienes tenían la responsabilidad de promover el cambio. Hemos tenido, en fin, todos esos solares durante mucho tiempo. Y los seguimos teniendo. Y no deja de tener su gracia pensar que el aprovechamiento de estos descampados para su constitución como zonas verdes, áreas vecinales o centros culturales nos habría acercado, ciertamente, a un cierto modelo de desarrollo urbano europeo: solares los hay en todas las ciudades, pero la diferencia respecto a otras ciudades como Dortmund, Lyon o Lisboa, cuyas poblaciones son similares a las de Málaga, es que en éstas el desarrollo urbano sí ha puesto en práctica este modelo de regeneración con resultados interesantes mientras que aquí nos hemos quedado esperando. Lo triste es el empeño mostrado por Málaga en parecer una ciudad europea a base de rascacielos mientras deja pasar otras oportunidades geniales sin darse cuenta. Donde no haya opción de instalar una terraza, sólo cabe encogerse de hombros. No importa. Al menos, ya no juegan los niños en la calle.

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