Calle Larios

A la cabeza del municipalismo

  • No es una cuestión futura: las ciudades son ya el contexto ideal desde el que responder con la mayor eficacia a los retos más urgentes

  • Y corresponde a Málaga liderar el empeño

El presente se juega el cuello, y bastante más, en las ciudades.

El presente se juega el cuello, y bastante más, en las ciudades. / Javier Albiñana (Málaga)

La definitiva designación de Málaga como candidata española a acoger la Exposición Universal de 2027, con la sostenibilidad como argumento central, entraña una buena noticia independientemente del resultado final. De la carrera en la que la ciudad decidió involucrarse para la Capitalidad Cultutural de Europa en 2016 quedó como legado vergonzoso, cierto, la cara de póquer, el qué ha pasado aquí y la necesidad urgente de pasar página cuanto antes; pero también es cierto que la candidatura activó no pocos procesos deseables en cuanto a participación profesional y ciudadana, el encuentro entre distintos agentes del tejido social y cultural que nunca antes habían decidido sentarse para compartir proyectos y una cierta sacudida de complejos. Será interesante comprobar qué pasos se dan a partir de ahora con vistas al nuevo sarao, cómo decide articular la sociedad civil las iniciativas oportunas y cómo se las gastan las distintas administraciones para que tal compromiso suceda. Más allá de las distintas bondades asociadas a la exposición, eso sí, convendría reparar hasta qué punto la candidatura entraña una oportunidad para que Málaga pase a hacer bandera cuanto antes de una cuestión fundamental asociada, precisamente, a los retos inmediatos que entraña la sostenibilidad: el municipalismo como nuevo contexto político fundamental.

El objetivo pasa, claro, por una nueva renuncia estatal y autonómica a ciertas cuotas de poder

Al consabido discurso sobre las virtudes que ofrecen las ciudades como entornos ideales desde los que asumir las decisiones más oportunas, así como sobre los gobiernos municipales en cuanto depositarios de responsabilidades y márgenes de acción que atañen de manera especialmente directa a los ciudadanos, corresponde añadir pasos concretos en todos los ámbitos (políticos, legislativos y económicos) para que ese margen de acción sea más amplio y, por tanto, más eficaz. Se trata, sí, de asentar un nuevo paradigma, nada menos: una órbita distinta en la disposición vertical de los poderes democráticos cuya consolidación llevaría décadas, de modo que conviene empezar a tomar el asunto en serio cuanto antes. El objetivo, seamos claros, pasa por la renuncia por parte de las estructuras estatales y autonómicas a determinadas cuotas de poder a favor de los Ayuntamientos. Tal maniobra puede resultar compleja, pero en realidad ya se ha acometido en varias ocasiones: en la definición del mapa autonómico español ajustado en la Transición, así como en la creación de la Unión Europea con la que se aspiró a garantizar cierta estabilidad internacional tras la Segunda Guerra Mundial (hace unos días tuve la oportunidad de participar junto a mi leído y admirado Manuel Arias Maldonado en una mesa redonda dentro del ciclo Visiones de guerra, visiones de paz, que acogió esta semana el Museo Ruso; yo puse sobre la mesa el caso de la UE como ejemplo de lección aprendida y consecuente tras un conflicto de tan desastrosas proporciones y Arias Maldonado, con su habitual buen tino, recordó el acierto que mostraron los padres fundadores de la misma al optar por una identidad de índole económica para la definición de la misma UE, ya que una asimilación política impuesta habría dado al traste, sin remedio, con la iniciativa. Se trataba, ciertamente, de que todo el mundo renunciara a una determinada cuota de soberanía, pero había que tener mano izquierda. La misma que hará falta para otorgar más autonomía a las ciudades, con las fórmulas y medidas más oportunas y menos aliadas de la susceptibilidad). Es posible, lo sabemos, que los Estados asuman esa renuncia y confieran un mayor protagonismo a las ciudades. Eso sí, por más que, aparentemente, cada traspaso de competencias por parte del Estado parezca inspirada por ciertas premisas libertarias (también la construcción de la UE estuvo prevista en Bakunin), y por más que las ensoñaciones nacionalistas hayan conducido el debate territorial en España a un callejón sin salida, será mejor, por si acaso, no llevarse a engaño. Claro que seguirán siendo necesarios Estados fuertes para la garantía de los derechos y obligaciones. Pero si tras una guerra o ante el fin de una dictadura se obtuvo la mejor respuesta en una reestructuración estatal a modo de reparto, los retos del presente invitan a otra redistribución de funciones en sentido descendente. Y a lo mejor conviene subrayar que esos retos no son menos acuciantes, ni graves, que la posguerra o la Transición democrática.

La apuesta por las ciudades favorecería una transversalidad que se echa mucho de menos

Resulta significativo que el municipalismo cuente hoy entre sus adalides con figuras como Ada Colau y Francisco de la Torre, cuyas diferencias en términos ideológicos, así como en lo que tiene que ver con sus proyectos y su definición de ciudad, son de sobra conocidos. De hecho, la apuesta de las ciudades en el centro del tablero político favorecería una transversalidad que ya echamos demasiado de menos: si a la política se le supone la voluntad de solucionar los problemas de la gente, es en los perímetros municipales donde esta afirmación cobra más sentido, mientras que las supraestructuras parecen haber quedado para garantizar los privilegios partidistas y reservarse, de paso, su histórica capacidad sancionadora. En este sentido, la pandemia ha dejado una lección ilustrativa: mientras el Gobierno decretaba confinamientos y restricciones (de cuyos beneficios, muy a pesar de las sentencias adversas, un servidor no duda), han sido las ciudades las que se han preocupado de garantizar el mayor bienestar posible de sus vecinos en condiciones tan adversas (sin olvidar que también las ciudades pueden tomar decisiones equivocadas o, cuanto menos, dudosas, como la de repetir el modelo espectacular de alumbrado navideño a sabiendas de las inevitables aglomeraciones; pero que un alcalde se equivoque no invalida la tesis que apunta a la ciudad como sujeto político prioritario). Ante la reacción inmediata que demanda la coyuntura medioambiental, climática y tecnológica, hay que dejar hacer a las ciudades. Y le corresponder a Málaga estar al frente, dando ejemplo, tal vez, de sostenibilidad urbana como argumento clave para su deseada Exposición Internacional. Ha llegado la hora de las ciudades. Y es mucho lo que hay en juego.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios