Calle Larios

El escaparate a precio de saldo

  • Los nuevos excluidos no son los que no tienen dinero para comprar, sino los que no tienen mercancía alguna que vender

  • Al menos, ya estamos advertidos para la próxima pandemia

No importa: Málaga es un eterno ‘Black Friday’ en el que, eso sí, sólo caben unos pocos.

No importa: Málaga es un eterno ‘Black Friday’ en el que, eso sí, sólo caben unos pocos. / Javier Albiñana (Málaga)

Abrieron en el barrio hace unas semanas una nueva panadería, lustrosa y bien surtida, con pasteles y bollos que se meten por los ojos y pan del bueno siempre recién hecho. La consecuencia directa fue la continua proliferación de colas en la puerta del establecimiento, un fenómeno que a día de hoy se mantiene álgido para satisfacción de los propietarios del negocio. Pero también cabe advertir el buen rumbo del local a tenor de las personas que se sientan cada mañana junto a su entrada, en el suelo, a pedir limosna. Los que se turnaban para aspirar a algunas monedas en el supermercado de al lado ahora pueden probar suerte aquí también. Una de estas personas es un joven nuevo en el barrio que de vez en cuando se queda a dormir en el banco de al lado. Es un muchacho serio, de rostro enjuto y cara de pocos amigos, con menos años de los que aparenta y al que no he visto todavía pronunciar palabra: se sienta, simplemente, y espera que alguien le entregue el cambio de la compra como gesto de buena voluntad. A veces lee una edición de bolsillo de la Biblia de Jerusalén para distraerse, o quién sabe si con aspiraciones teológicas, piadosas o de qué tipo. La cuestión es que el otro día advirtió el Defensor del Pueblo Andaluz, Jesús Maeztu, de los nuevos excluidos que ha traído la pandemia y me acordé enseguida de este hombre al que nunca había visto y que acude a una panadería recién abierta a pedir unas monedas con una Biblia. Dado que a partir de las 18:00 sólo siguen abiertas las panaderías y los supermercados, además de las farmacias y ahora, por suerte, las jugueterías, resulta bien sencillo percatarse a esa hora de que la advertencia del Defensor del Pueblo va muy en serio: la cantidad de gente que se busca la vida en la calle ha crecido exponencialmente en Málaga desde que estalló la epidemia. Cada tarde buscan su coartada para la suerte en los accesos a estos establecimientos, o en los portales del Molinillo y Lagunillas, ya que no hay más donde rascar y quien no acude a estos sitios está metido en su casa. Con la Navidad a la vuelta de la esquina, el problema no hace sino agravarse. Y resulta hasta cierto punto sorprendente que, por ejemplo, el alcalde, Francisco de la Torre, lamente la decisión de la Junta de reducir a un máximo de seis personas las cenas familiares de Nochebuena y Nochevieja y mantenga el objetivo de la recuperación turística y hostelera como único horizonte posible y pase por alto la evidencia de que las víctimas no sólo se cifran en enfermos y fallecidos, también en marginados, excluidos y desahuciados.

El problema llega cuando al golpe de mala suerte se une la vida en una ciudad que ha hecho de la exclusión su principal modelo económico

Bueno, qué le vamos a hacer. Así es la vida. Siempre se puede empezar de nuevo. El problema llega, sin embargo, cuando al golpe de mala suerte se une la vida en una ciudad que ha hecho de la exclusión su principal modelo económico. Podemos pensar que el hecho de que más gente se vea abocada a la vivir en la calle no tiene nada que ver con una política inmobiliaria que, con tal de dar la máxima cobertura y el mayor rendimiento al negocio turístico, niega a la mayor parte de la población la posibilidad de acceder a una vivienda, y no precisamente en el centro. Pero igual podemos pensar que sí tiene que ver. En una ciudad en la que no se puede emprender nada porque sólo un porcentaje muy reducido de contribuyentes puede permitirse el alquiler de un local, a lo mejor podemos explicar con esta clave que demasiada gente se queda con la calle como única opción cuando no se requieren más camareros en los bares. En una ciudad en la que se llegan a pedir cantidades inasumibles por espacios ridículos, tal vez los nuevos excluidos a los que se refiere el Defensor del Pueblo encajan en la ecuación. El milagro malagueño ha consistido durante demasiado tiempo en vender a precio de saldo el escaparate, bien bonito, mientras la especulación inmobiliaria se elevaba en una burbuja a la sólo unos pocos podían aspirar mientras en las nuevas promociones se llegaba a pedir un millón de euros por un piso de tres dormitorios. Nos hemos acostumbrado a esa carnicería y ahora que todo ha cerrado tenemos que acostumbrarnos a los excluidos en la puerta de las panaderías. La diferencia es que los nuevos excluidos no son los que no tienen dinero para comprar, sino los que no tienen mercancía que vender. Pero no importa: la torre del Puerto ya está a un tiro de piedra. Tan alta como una burbuja.

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