Calle Larios

Esperando al señor Hermitage

  • Es un honor servir de segunda opción a los proyectos que rechazan otros, pero lo cierto es que si van a venir tantos turistas algo habrá que ofrecerles para que decidan quedarse un ratito más

Los ruedines vuelven a armar escándalo en las calles del Centro: aleluya.

Los ruedines vuelven a armar escándalo en las calles del Centro: aleluya. / Javier Albiñana (Málaga)

A menudo basta con prestar un poco de atención para calibrar en su justa medida las informaciones y previsiones económicas tras el coronavirus. Tras algunas primeras impresiones, decidí afinar bien la antena hace unos días y comprobé que todas y cada una de las (muchas) personas con las me crucé a pie entre el Palacio de la Aduana y la Plaza de la Marina (para ser exactos, la Plaza Alfonso Canales) se expresaban, cuando lo hacían, en inglés o en francés. Los indicadores turísticos señalan que, si bien el volumen nacional respira ya los niveles de 2019, aún falta un tanto para igual el registro internacional, aunque esta Málaga otoñal en la que habríamos agradecido algunos grados menos para comprar castañas con más convencimiento reviste su mayor carácter políglota sin asomo de timidez. Vuelven las aglomeraciones de cruceristas en el entorno de la antigua Judería, las terrazas repletas de consumidores de paella a las once de la mañana, las despedidas de soltero en su mayor apogeo y con gofres eróticos añadidos por si quedaba alguna duda, la competencia febril de los guías en sus relatos fantásticos pregonados a voz en grito frente al Teatro Romano, prendas y toallas colgadas en los balcones de hoteles de lujo y, en fin, ya saben, la salsa de siempre. Y cuando vas al Centro y descubres el alcance de la conquista, lo mejor que puedes hacer es agradecer la oportunidad de convertirte en un guiri. Me encantan los guiris, son mi división favorita. Y que conste que me refiero al guiri residente, al que lleva años viviendo en algún pueblo de la Axarquía o de la Alpujarra, el mismo que apenas chapurrea el castellano, que trabajaba en el sector inmobiliario o el tecnológico, que compartió correrías de juventud con los dinosaurios del rock británico, que escribió un par de libros y que decidió dejarlo todo o jubilarse y acampar aquí, sin mezclarse demasiado con los oriundos, a su aire siempre y sin dar explicaciones, sin que le importe un pito el qué dirán. Sí, el guiri que sabe hacer como que no entiende nada para largarse cuando no está a gusto: ése es el mejor modelo posible al que aspirar. Y ahora, tras la pandemia, el Centro de Málaga nos ofrece la ocasión de ser uno de estos guiris, quitado de en medio, mero observador rumiante del rebaño ajeno, el que más fácil lo tiene para dar por demostrado que todo este rollo no va con él, entre la indiferencia general y el leve interés ocasional. Qué más da quién naciera aquí o en otra parte. Como dice mi vecina, todos somos hijos de Dios. Lo que sí sabemos, a tenor de los datos, a tenor de las intuiciones, es que, por más que cuando el virus golpeaba más fuerte cabía barajar cierta prudencia entre las opciones futuras, incluso, ya puestos, algunas alternativas razonables al agotamiento exhaustivo de la misma teta, al final ha faltado tiempo para reinstaurar el modelo sin filtro, a saco, porque a ver quién renuncia a la caja fácil, no vamos a andarnos ahora con remilgos con la que hemos pasado. Pero para recuperar el pelotazo en su cuarta dimensión, para dejar claro de una vez que aquí está Málaga dispuesta a todo, hacía falta algo más que mucha bulla, mucha mugre, el alumbrado navideño de la calle Larios y los siempre entrañables gestos de mala educación con los que nuestros visitantes agasajan de vez en cuando al personal (algún día alguien se atreverá a señalar que subir los pies negros a una silla donde presumiblemente luego puede sentarse alguien no es muy correcto). No, si de igualar lo de antes se trataba había que lanzar un órdago a lo grande. Qué puñetas, otro museo si hace falta. Pues bien: ya lo tenemos. O casi.

De lo que no se habla en Málaga es de las razones por las que Barcelona se apeó de la vía Hermitage

Y un Hermitage, nada menos. A ver qué otra ciudad del mundo tiene un Picasso, un Pompidou y un Hermitage. Que conste, eso sí, que han sido ellos, los rusos, los que han venido a interesarse por la posibilidad de abrir aquí su negocio, muy a pesar de las patéticas llamadas de atención de Sevilla, oiga, y yo qué, es que no ha visto usted lo bonito que tengo el escaparate. Vale que Málaga figura como segunda opción después de que Barcelona rechazara el proyecto, pero es que el argumento del alcalde, Francisco de la Torre, es incontestable: si van a venir tantos turistas, cuantas más cosas les ofrezcamos más tiempo se quedarán. De lo que no se habla apenas en Málaga es de los motivos por los que el Ayuntamiento de Barcelona decidió apearse de la vía Hermitage para el Puerto (sin cerrar la puerta a que el museo pudiera instalarse en otra zona de la ciudad), decisión vista aquí como parte de un razonamiento alienígena: la alcaldesa, Ada Colau, señaló el pasado mes de mayo que Barcelona “no necesita más concentración turística”, justo en alusión al Puerto, para donde el Gobierno municipal prefería esperar opciones “más integrales que favorezcan una mayor diversidad de usos”. Seguramente, todo lo que no sea coger la pasta suene a chino. Pero, quién sabe: a lo mejor hay otras soluciones para Málaga, y también para su Puerto, tan próximo al Centro, que puedan ser disfrutadas por turistas y nativos en igualdad de condiciones. Igual alguien podría reflexionar sobre si Málaga necesita o no más concentración turística. Está muy bien sentirse halagado, pero la política debe servir para algo más. Hasta para lo más difícil.

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