Calle Larios

Málaga: ciudad o espectáculo

  • Estamos de acuerdo en que esta ciudad es lo más, pero no siempre se necesita la experiencia definitiva

  • A veces basta con que las cosas funcionen

La calle Larios, el escenario donde todo es posible (incluso a la vez).

La calle Larios, el escenario donde todo es posible (incluso a la vez). / Javier Albiñana (Málaga)

Escribió Santa Teresa aquello de que la paciencia todo lo alcanza, y parecía de hecho una recompensa ya descartada el regreso de los días soleados después de meses de frío, lluvia, calima y temporal. Si Málaga parecía haberse alzado en armas contra sí misma, contra lo que esperamos de ella, se nos devolvía así espléndida en su fulgor primaveral, cortas las mangas y ávido el instinto, sostenidos los termómetros por encima de los veinte grados. Y así se las daba un servidor hace unos días, a pata suelta, feliz e inconsciente, dispuesto a aprovechar el sol con vehemencia cínica, en un paseo por calles y plazas sin miedo a los patinazos ni a los chubascos. Encontré Málaga, de nuevo, colmada y rebosante, llena de propios y extraños, turistas y oriundos, en igual disposición a tan orgánica consagración, repletas las terrazas y apuradas las aceras, gente tumbada en lugares insospechados para acaparar la energía celeste, reconocida la ciudad como el mejor lugar posible para el solaz y la bendición de los elementos. Servida así la mayor distracción, reparé en un cartel publicitario instalado en una marquesina de la Empresa Malagueña de Transportes. Era la misma EMT la que promocionaba sus servicios para animar al personal a hacer uso de los mismos durante la Semana Santa, en una nueva campaña. En la imagen aparecían dos mujeres jóvenes, sentadas en el interior de un autobús y en plena conversación, distinguible a pesar de las mascarillas. A su espalda, al fondo de la composición, en un plano mucho más discreto, se disponía otra imagen, como instalada en el interior del autobús, en la que se podía ver, o intuir, una salida procesional. Pero me llamó mucho más la atención del lema empleado en el anuncio: “Déjate llevar por la emoción. Déjate llevar por la EMT”, con la palabra ‘emoción’ convenientemente destacada en mayúsculas. Se trataba, claro, de conectar con la emoción que producen en mucha gente las procesiones para ofrecer una imagen de la EMT como antesala, como vehículo, justamente, al gran acontecimiento. De hecho, y para que no quedaran dudas, el logotipo de la Agrupación de Cofradías aparecía reproducido junto al del Ayuntamiento de Málaga y el de la misma EMT. Confieso que en un principio me costó hacer la asociación, así que me quedé mirando el cartel como un pensionista que no tiene nada mejor que hacer. Yo veía sólo a dos chicas subidas a un autobús y, la verdad, no entendía dónde estaba la emoción. Se trataba sólo de subir al autobús y, por lo que sé, lo más emocionante que te puede pasar ahí es que acabes en alguna línea con destino a La Palmilla o a La Corta. Hasta que reparé, lento como un perezoso en su árbol, en la imagen trasera del trono en plena salida de su casa hermandad. Ah, bien, ése es el objetivo: hacer del viaje previo una experiencia tan emocionante como la procesión en sí. Establecida la asociación, la jugada me pareció estupenda, aunque significativa de cómo se entiende todo lo relativo al ámbito público en Málaga. Uno querría pensar que lo mejor que se puede decir de un servicio público cualquiera, su mejor carta de presentación, es que es eficaz, puntual, limpio, moderno, preciso y merecedor de la contribución de los ciudadanos. Le garantizamos el mejor servicio público: ya está, con eso sobra. Las cosas de todos funcionan bien, como deben, eso es todo. Pero parece, sin embargo, que resulta beneficioso incorporar los servicios públicos a la lógica de una ciudad entendida permanentemente como espectáculo. Lo interesante es, claro, preguntarse quién se lleva ese beneficio.

En la pugna entre las cofradías y los hosteleros por dejar claro de quién es la calle sólo puede perder el ciudadano

Apenas estuvo unos días la calle Larios libre de artificios, admirable en su hermosura natural. Antes, sin embargo, la vimos como escenario de las luces de Navidad, el Carnaval, las actividades del Festival de Cine y las primeras procesiones extraordinarias del año. En algunas ocasiones todos estos elementos se han dado a la vez, la misma tarde, en las mismas estampas, como una bacanal explosiva en la que las emociones amenazaban con derramarse. El espectáculo no cesa, ni puede cesar dado todo lo que hay en juego, lo que únicamente puede darse con conflictos: en la pugna entre la hostelería y las cofradías por dejar claro de quién es la calle sólo puede perder el ciudadano, que es quien permite que la calle exista. Que tengamos en el Centro una Semana Santa a la que sólo se puede acceder pagando es una consecuencia lógica y previsible de los tiempos. La idea de lo público, de una ciudad que ofrece lo mejor de sí a todos como signo del compromiso de quienes la habitan, está muerta y enterrada. Así que, dado que sin un sistema público no hay ciudadanos, sino clientes, se trata de convencer al personal de que, a pesar de todo, siga contribuyendo y apoquine además por lo que hasta hace nada era gratis sin rechistar demasiado. De ahí que todo ahora en Málaga sea emocionante, espectacular, superlativo, siempre de buen rollo, como si viviéramos en esa puesta en escena perpetua, en una película de Hollywood o un musical de Broadway ahora que Hollywood y Broadway está de nuestro lado. No importa que los servicios públicos funcionen más o menos, no importa que los barrios y el mismo Centro estén sucios hasta la vergüenza, ni que en esta Semana Santa cualquier portal y cualquier contenedor haya sido susceptible de ser utilizado como urinario, todo se dará por bueno mientras esa carencia se dé fuera de los recorridos oficiales. Claro que hay que cuidar el escaparate y promocionar la ciudad como es debido. Claro que hay que hacer sacrificios. Lo malo llega cuando se meten los servicios públicos en ese lote. La impresión de que a uno lo toman por tonto llega a ser fatigosa: de acuerdo, lo que en Málaga estaba al alcance de todos ahora cada vez lo disfrutan menos, pero ¿acaso no te emociona que se hable así de bien de tu ciudad en The New York Times? Más emoción, próximamente, en sus pantallas.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios