Calle Larios

El mito de la caverna inversa

  • En cuanto al proyecto de la torre del Puerto, resulta particularmente ilustrativo el empeño en no ver la calidad patrimonial del paisaje más reconocible de Málaga

  • El problema es el precio

El proyecto de la torre-hotel en el dique de Levante del Puerto de Málaga.

El proyecto de la torre-hotel en el dique de Levante del Puerto de Málaga. / M. H.

Por más que pasen épocas, modas y paradigmas, sigue sin darse una explicación más acertada, clara y pedagógica para la epistemología, el modo en que los seres humanos conocemos el mundo que nos rodea, que el mito de la caverna que Platón describió en su República hace veinticinco siglos. Sin la mecha que el filósofo griego prendió en su día, no habríamos tenido nada parecido a un San Pablo (ni, por tanto, nada parecido a un cristianismo), ni a un William Shakespeare ni, por más que aún les pese a algunos, un método científico. Hace ya más de un siglo, de hecho, la formulación de la mecánica cuántica demostró hasta qué punto nuestra percepción de la realidad es parcial, incompleta y, digámoslo así, intervenida: la naturaleza nos ha negado, vaya por Dios, los instrumentos precisos para interpretar la realidad tal cual es, por lo que únicamente podemos aspirar, como mucho, a una versión corrupta de la verdad que el mismo ideal de verdad nunca podrá reconocer como tal (recomiendo encarecidamente la lectura del último libro del escritor malagueño Juan Jacinto Muñoz Rengel, Una historia de la mentira, para ampliar la cuestión). Platón tenía razón: no podemos ver el mundo, sino sus sombras. A partir de ahí, la civilización funciona mediante el pacto: sabemos que nada de lo que percibimos es fidedignamente real, pero para sobrevivir como especie no tenemos más remedio que acordar, con el mayor consenso posible, qué es verdad y qué no lo es. Es ese pacto el que nos permite nombrar lo que percibimos, el mundo que habitamos, y adaptarnos a sus características. Desde mediados del siglo pasado, la postmodernidad ha venido marcada por la disolución de este pacto. La interpretación de la realidad ya no es una cuestión de consenso, sino de la subjetividad más acusada. Y a nadie se le escapa, claro, que este criterio se sustenta en un principio económico: la ilusión, fomentada por el capitalismo triunfante, de que como consumidores podemos definir la realidad a nuestro antojo y conveniencia. Tanto es así que en las últimas décadas hemos asistido a un despliegue del mito de la caverna a la inversa: aunque tengamos delante la realidad pactada, reconocida como tal de manera global, si las sombras se ajustan más a nuestro particular, dado que tenemos la opción de comprarlas, de hacerlas nuestras, allá que las adoptamos como verdad. Así, el estallido de las fake news no es más que la culminación de un largo proceso.

La Farola, testigo emblemático de la evolución de la ciudad. La Farola, testigo emblemático de la evolución de la ciudad.

La Farola, testigo emblemático de la evolución de la ciudad. / Javier Albiñana (Málaga)

Perdonen todo este rollazo, pero no siempre se puede asistir a un ejemplo inverso del mito de la caverna con categoría, digamos, monumental. Y Málaga presenta ahora ante el mundo un caso de libro, modélico y harto representativo en el proyecto de la torre del Puerto. Hace poco menos de tres mil años, unos cuantos fenicios se establecieron en un área concreta del litoral malagueño convencidos de que habían encontrado el germen perfecto de una nueva ciudad. Comenzaron a construirla con una orientación evidente: en aquel núcleo rodeado de montañas, el espejo natural de la futura urbe no era otro que el mar y el paisaje armónico de la bahía. Cuando llegaron después romanos, visigodos, bizantinos, árabes y cristianos, la orientación siguió siendo la misma por las mismas razones, lógicas, axiomáticas. Todo ese depósito de capas urbanas superpuestas ante el mismo espejo hace de ese paisaje el patrimonio más esencial de la ciudad, el que con más determinación ha definido su evolución a lo largo del tiempo. Hablamos de un patrimonio no por colgarle una etiqueta, sino justamente porque constituye el paisaje vital de los malagueños desde hace tres mil años como única alternativa a su prisión montañosa. Pues bien, resulta proverbial, casi titánico, el empeño de los promotores de la torre del Puerto, con el alcalde, Francisco de la Torre, a la cabeza, en no querer ver este patrimonio a la hora de defender la idoneidad del proyecto. Es decir, en recorrer el mito de caverna a la inversa: desechar la verdad pactada durante tres mil años para acogerse a una sombra particular que justifica, según su criterio, la construcción del edificio. Si no hay un patrimonio que destruir, no hay problema con la torre; así que lo mejor es negarlo. Es curioso, de hecho, el modo en que todos y cada uno de los portavoces favorables al rascacielos evitan referirse a la cuestión patrimonial, puesta sobre la mesa por la Unesco. Pretender presentar el caso como una cuestión de gustos, como que hay a quien le gusta el edificio ahí y a quien no, es una falacia: no se trata de preferencias personales, sino de la destrucción de un patrimonio que no por dejar de ser nombrado va a dejar de existir.

Las razones que explican esta lectura inversa del mito de la caverna en Málaga, esta preferencia por las sombras, son, también, de índole económica. Es fácil: a este patrimonio no podemos ponerle un precio. Pertenece a todo el mundo, a cualquiera que quiera quedárselo. Ni siquiera podemos cobrar una entrada para admirarlo. A la hora de construir un hotel de lujo, los beneficios potenciales se registran desde el primer minuto. Y a ver quién rechaza su trozo del pastel. “Que pues doblón o sencillo / hace todo cuanto quiero”, escribió Quevedo. Pues eso.

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