Calle Larios

La nostalgia por adelantado

  • Navidad como tal no sabemos si habrá, pero las luces ya las tenemos puestas en la calle Larios 

  • Es lo que tiene convertir la ciudad en un plató: el espectáculo tiene que continuar, siempre

Si hay que implantar el toque de queda, al menos que sea con estilo.

Si hay que implantar el toque de queda, al menos que sea con estilo. / Javier Albiñana (Málaga)

Si la vida, como afirmaba John Lennon, es eso que pasa mientras haces planes, la dichosa pandemia excita la virtud de la prudencia, la vieja costumbre de pensárselo dos veces antes de decidir qué vas a hacer el mes que viene, qué monte vas a escalar, qué cumpleaños vas a celebrar, a qué excursión te vas a apuntar: nada más recurrente estos días, en cada esquina, en cada cafetería, en cada conversación en patios y escaleras de vecinos, que el consabido “a ver cómo estamos entonces”. Por si acaso la virtud no fuera innata, que de todo hay, por muy pesados que se pusieran Kant y los demás idealistas, nuestras amadas autoridades nos invitan a rebajar el frenesí y optar por la calma: todo apunta a que la noche de Halloween nos va a pillar este año en toque de queda (por cierto, seguro que a la buena gente de Gaza y Cisjordania le hace una ilusión tremenda que hayamos acuñado aquí esta expresión para referirnos a esto), pero, oiga, siempre puede uno disfrazarse de conde Drácula en casa y zamparse unos buñuelos de batata con un pacharán. El problema, claro, es que la sociedad de consumo, y esto incluye a menudo a las mismas autoridades, nos envía todo el rato mensajes contradictorios, con la paradoja bien acentuada cuando se trata de discernir qué puñeta hacemos con el coronavirus: del mismo modo en que podemos ponernos ciegos en los bares aunque sea antes de las 22:00, pero de ninguna manera se nos permite poner un pie en un parque infantil a la hora de la merienda, nos toca barajar las llamadas a la mesura con las invitaciones a dejarnos el ingreso del SEPE en terrazas y tiendas porque, madre mía, de alguna forma habrá que sostener la economía y el dinero que manda Europa tampoco cubre todos los gastos. Así está la cosa: en Málaga esperamos que de un momento a otro nos manden de nuevo a casa a hacer bizcochos pero, que no decaiga, ya tenemos las luces de Navidad en la calle Larios. Y eso que ni siquiera sabemos si tendremos Navidad (aclaro: el Niño Jesús volverá a nacer en los corazones de todos los hombres de buena voluntad, pero a ver las ganas de roscos de vino que nos quedan entonces y, sobre todo, a ver a quién se los vamos a poder tirar a la cabeza). Nos esperan hasta entonces dos bonitos meses con la calle Larios tomada por una estructura sin sentido, un peso muerto que no dice nada a la espera de un acontecimiento que irremediablemente va a quedar empañado, tristón, a medio gas. Claro que es importante sobreponerse al infortunio e iluminar la ciudad en Navidad, pero ¿era necesario adelantarse tanto, otra vez, también ahora? ¿Hacía falta volver a prometer en octubre el gran acontecimiento cuando sabemos que este año no podrá ser?

¿Era necesario adelantarse tanto, otra vez, para prometer el gran acontecimiento?

Al menos, el Ayuntamiento ha confirmado que este año no se darán los espectáculos de luz y sonido con los que el tinglado amenizaba al personal, lo que, aunque no deja de formar parte del estricto sentido común, de alguna forma nos deja tranquilos. Es cierto que la instalación permite la contratación de personal, pero sospecho que a los trabajadores empleados les dará un poco igual volver al paro en octubre o en diciembre. El precio a pagar cuando conviertes la ciudad en un plató con su atrezzo de última generación, dado que ya se sabe que el espectáculo siempre debe continuar, es esta nostalgia servida por adelantado: ahora, este túnel de luz dormido, apagado, sin vida, nos promete no una Navidad exultante, pletórica y masiva, sino la que tendremos, más discreta, aséptica, con distancias de seguridad y con las mascarillas puestas. Para ahondar en la paradoja, quién sabe si, al fin, la coyuntura se muestra más favorable a una Navidad menos frívola, menos proclive al chunda-chunda y más inclinada a la evidencia de que hay que seguir remando justos para salir de ésta. Mientras, Málaga sigue vendiendo su producto más dudoso. Aunque ahora no queden clientes al otro lado.

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