Calle Larios

Las Violetas del Cementerio Inglés

  • Cómo valorar con justicia el lujo que supone poder hacer este viaje en el tiempo, los nombres, el silencio, las historias de tantos que llegaron y decidieron dar con sus huesos en este suelo

Es lo que viven las violetas.

Es lo que viven las violetas. / Marilú Báez (Málaga)

La tumba aparece señalada como referencia inexcusable en los mapas y guías que reciben a los visitantes en el Cementerio Inglés de Málaga. Hasta no hace mucho el suelo estaba aquí cubierto de césped, como una tupida alfombra verde ahora sustituida por un paisaje oscuro de tierra y hojas secas. La composición, sin embargo, parece más apropiada y refuerza la soledad que se respira, como si la misma tierra se hubiera cansado ya de contener el llanto. Para ver la tumba de Violette hay que dirigirse a los aledaños del camposanto primigenio, acotado aún por el muro original, como un cementerio dentro de otro cementerio, expandido al fin más allá de sus lindes en busca de una hondura capaz de acoger el descanso de tantos. Y sí, aquí está. La inscripción de la lápida nos dice que Violette vino al mundo el 24 de diciembre de 1858 y que falleció el 23 de enero de 1859. No llegó a cumplir, por tanto, un mes de vida. En la misma lápida puede verse una inscripción en francés: “... ce que vivent les violettes”. Es lo que viven las violetas. Un servidor no es muy aficionado al necroturismo, pero, tras haber visitado camposantos fascinantes como el de Montparnasse en París y el Cementerio Judío de Praga, sigue sin encontrar parangón a la emoción aquí prendida. Corresponde imaginar a unos padres que pierden a su hija tan poco después de haberla traído al mundo, un mundo extraño e inhóspito, sometido a conflictos interminables, esclavitud, epidemias y miseria, y que deciden darle sepultura aquí, lejos de donde ellos llegaron, como si este gesto contribuyera a darle aún una oportunidad al mismo país en el que también ellos desearían morir, será aquí donde perdure la memoria de Violette. El Cementerio Inglés no es sólo de los ingleses: descansan en su paz alemanes, franceses, estadounidenses, irlandeses, finlandeses, holandeses, portugueses, españoles y otros tantos, fallecidos en naufragios, alzamientos liberales, guerras mundiales o a manos de la enfermedad y de la vejez, gentes señaladas al abrigo heterodoxo que vinieron, permanecieron y decidieron quedarse más allá incluso de su propia muerte, en una afirmación rotunda, sin paliativos: ésta es mi casa y lo será para siempre. Hay otras Violetas, niñas inglesas o irlandesas fallecidas a los pocos meses y entregadas a esta tierra por manos desconsoladas. Algunas sepulturas están cubiertas de conchas. Resuena, portentoso, el epitafio de Vicente Huidobro: Abrid la tumba. Al fondo de esta tumba se ve el mar.

Nombres y silencios de quienes vinieron y se quedaron. Nombres y silencios de quienes vinieron y se quedaron.

Nombres y silencios de quienes vinieron y se quedaron. / Marilú Báez (Málaga)

Tendría aquí su sitio el poeta chileno si así lo hubiese querido. Sí lo tienen Jorge Guillén, Gamel Woolsey, Gerald Brenan, Aarne Haapakoski, Marjorie Grice-Hutchinson y Miguel Romero Esteo. Pudo haberlo tenido Hans Christian Andersen si sus descendientes hubiesen cumplido su último voluntad. Es extraño y a la vez comprensible el deseo que mueve a muchos a dar con sus huesos en este suelo. La memoria conquista aquí cada palmo en este desfile de nombres, silencios e historias. Los otros moradores legítimos son los gatos, que campan a sus anchas entre mausoleos y monumentos alzados a la mayor gloria de algunos hombres justos. Y la memoria mantiene su particular litigio contra el olvido: hubo aquí, nos cuentan, un refugio subterráneo de la Guerra Civil para cuyo definitivo reconocimiento y delimitación se están dando los primeros pasos. En la capilla anglicana de San Jorge recuperaron el culto hace unos meses tras la clausura impuesta por la pandemia y los mensajes en el tablón de anuncios dan la bienvenida a todo el mundo, en todos los idiomas, en todas las confesiones. Camina a nuestro lado una mujer de cierta edad que, tomada del brazo por su hija, alcanza las tumbas de conchas en la extensión original del cementerio. Al comprobar la edad a la que fallecieron la mayor parte de los niños aquí enterrados no puede reprimir una exclamación de dolor. Esta mujer es de Málaga, nació aquí y ha vivido aquí siempre, pero nunca hasta ahora había visitado el Cementerio Inglés. Y sorprende que este enclave único, irrepetible, dueño de una ensoñación insobornable, sea aún un perfecto desconocido para tantos malagueños.

Málaga está hecha también de los sueños que aquí depositaron quienes vinieron y murieron

Porque costaría valorar en su justa medida el lujo que supone para Málaga contar con esta excepcional anomalía, esta máquina del tiempo viva, radiante en su decadencia, llena de historias y de momentos conmovedores. Un lujo que nos recuerda que Málaga está hecha también de los sueños que aquí depositaron quienes vinieron y murieron. Ojalá que el compromiso que la Fundación Unicaja ha contraído para su recuperación y regeneración perdure en años y en exigencia. Su ruina, de lo contrario, será la nuestra.

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