Mamen y Andrés están de vuelta. Y lo hacen por aclamación popular. Tras un año de merecido descanso, en el que no han cejado en su empeño de buscar un nuevo espacio para poder reinventarse, han acabado por desembarcar muy cerca de donde empezó todo. A menos de 500 metros de la emblemática hamburguesería Mafalda de Pedregalejo. El negocio que tanto les dio.
Ambos anticipaban lo que iba a ocurrir. Aunque, a los hechos se remiten, no era complicado. Tanto fue así que el pasado lunes, durante un servicio de prueba con los amigos de su hijo a modo de comensales, se corrió la voz y el local acabó llenándose. Desde entonces, llevan "unas cuantas noches animadas".
Y es que su clientela -que ahora los visita en su nueva casa- no ha dejado de estar pendiente de ellos en ningún momento. Mientras efectuaban la reforma muchos iban a interesarse. También a sugerir cosas. "Querían que volviésemos a hacer camperos". Una idea que en un principio no contemplaban. Eso sí, visto lo visto, han tenido que ceder. "La gente se sienta y nos dice: mi campero de siempre; y nosotros encantados".
Con todo, la forma final del plato les resulta secundaria. Porque para Mamen y Andrés la restauración lo es todo. Una realidad y una substancia que se lleva en el ADN. Una llama interior que se tiene o no se tiene. Él lleva dedicándose al oficio toda la vida. Ella, aunque estudió Psicología, lo hace desde que tenía 15 años. "En realidad, es lo único que sabemos y nos gusta hacer".
Muestra de su indeclinable compromiso, si aún quedaban dudas, ha sido su precipitado modus operandi. Querían comenzar despacio, haciendo lo que mejor saben y sin prisas. "Empezamos sin carta...", comentan entre risas. Nada de eso ha importado.
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