Una estrategia clara de partido
Tribuna de opinión
Málaga necesita consensuar tranquilamente qué hace con su campo de fútbol; lo que en ningún caso puede seguir es funcionando a golpe de ocurrencia
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Tenía todas las posibilidades de que saliese en la quiniela y salió. Y es que, empezando por el principio y haciendo bandera de la eficiencia de la gestión privada frente a la pública, que tanto enarbolan los defensores de las políticas liberales, lo primero que tenemos que preguntarnos es si se le habría ocurrido a algún empresario abordar una inversión, que seguro se habría ido a los 300 millones de euros, sin un plan de negocios solvente. Porque cuando lo que se plantea no es remodelar el estadio de la Rosaleda (que podríamos llegar a entender como un equipamiento público, aunque lo gestione, explote y page un alquiler ridículo una sociedad anónima como es el Málaga), sino que también se habla de construir un hotel y un centro comercial (y a 200 metros ya hay dos), conocer la amortización y la rentabilidad de la inversión pública es esencial. Quizás sea esa la razón por la que, aunque en un primer momento se habló de una colaboración público-privada y se contrató a una empresa para explorar esa vía, dicha colaboración no apareció por ninguna parte y estos usos se relegaron a una segunda fase de la que nunca más se supo. Pero Málaga siguió jugando el partido.
En la remodelación del San Mamés (por ser un estadio similar a la Rosaleda que nos prometieron) se emplearon 39 meses, algo más de 3 años. Si queríamos ir holgados para dotar a la ciudad de un campo de fútbol de primera, cuando se conoció en 2023 que España organizaría el Mundial teníamos que haber empezado a elaborar todos los estudios y proyectos para tenerlos listos hoy. Así, a primeros de 2025, podríamos haber iniciado las obras sin el miedo a que las indefiniciones propias de un proyecto hecho con prisas no tuvieran como resultado un conjunto de reformados y ampliaciones de presupuestos más abultado que el marcador de un España-Malta. Y lo habríamos abordado porque, si se acomete la construcción de un nuevo campo de fútbol con un coste mayor que el de la totalidad del Plan Guadalmedina o el auditorio de Málaga (proyectos sumergidos en la Tercera Regional por falta de presupuesto), no puede ser por acoger dos partidos de segunda del Mundial. Es porque el club y la ciudad lo necesita más allá de la excusa mundialista.
Y aquí llegamos a la pregunta de qué es lo que realmente necesitan el club y la ciudad. El Plan General de Ordenación Urbana, aprobado por el actual alcalde, contempla el traslado del campo a unos terrenos en el Puerto de la Torre por encima de la ronda, cuyo planeamiento urbanístico no se ha desarrollado, pero que se podía haber impulsado desde la administración local y autonómica desde 2023. A cambio, los actuales suelos que ocupa la instalación del Málaga se recalifican para uso residencial, generando una plusvalía a las tres instituciones propietarias del campo que pueden revertir en la construcción del nuevo estadio. Esta opción se descartó cuando optaron por la fallida remodelación del estadio. Opción que, como mínimo, se antoja más compleja, si no más costosa. Pero que además nos obliga a preguntarnos en qué modelo de ciudad están pensando los responsables municipales cuando aprueban los documentos urbanísticos. Primero cambiaron la ubicación del estadio bajo la promesa de Al Thani de un nuevo campo a cambio de construir 400 viviendas y un centro comercial en los actuales suelos, después rechazaron las indicaciones del PGOU cuando prometieron remodelar la Rosaleda para el Mundial de 2030 y, dos días después de autodescalificarnos de la competición futbolera, vuelven a proponer la construcción de un nuevo estadio en los suelos inicialmente previstos en el Plan General. No digo yo que el planeamiento no se pueda cambiar, pero con estos ejemplos, no parece que se tomen en serio sus conclusiones.
Una vez que hemos superado el estrés del final de un partido jugado aceleradamente, con más furia que técnica, Málaga necesita consensuar tranquilamente qué hace con su campo de fútbol, cuál es la mejor ubicación, cómo se solucionan los problemas de acceso y de contaminación acústica generará su uso para grades espectáculos y, en su caso, poner en marcha los dos instrumentos urbanísticos que hacen posible su traslado al Puerto de la Torre. Y desde luego, proyectar un estadio acorde a su demanda real de aforo y no consecuencia de una imposición externa o una competición sobre quién da más. Lo que en ningún caso puede seguir es funcionando a golpe de ocurrencia. Corremos el riesgo de que quede vacante la sede del mundial de curling.
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