Málaga

El filo de la nostalgia

  • El que fuera ámbito de expansión natural de la burguesía en los años 20 del siglo pasado es hoy un monumento a las posibilidades perdidas, un mausoleo de todo cuanto pudo ser y no fue en forma de barrio

Pues sí, Málaga pudo ser otra. Una ciudad espléndida, llena de jardines, fachadas coloreadas, remates modernistas y rejas de forja. Málaga pudo ser la ciudad más europea de España, la más cosmopolita, la más mediterránea. Y también la más próspera. La llegada del siglo XX coincidió con dos episodios fundamentales: la primera llegada masiva a la costa de comunidades procedentes del interior y la instalación en la ciudad de acaudalados industriales continentales que habían distinguido en el puerto una ocasión única para la multiplicación de sus negocios en buena parte del mundo. Los primeros se convertirían en la mano de obra de los segundos. Luego llegarían las casas baratas, las fábricas, el esplendor del puerto y un impulso económico heredado del espíritu de la Revolución Industrial, que en Málaga, como en la mayor parte del resto de España, seguiría en gran medida un proceso más discreto como estigma de una sociedad marcada a fuego por el caciquismo. De toda aquella utopía quedan testimonios absolutos e indiscutibles como el jardín botánico de La Concepción, pero los sueños megalómanos de los próceres industriales también sucedieron en el casco urbano, prestado sin demasiados reparos a sus caprichos. Un ejemplo decisivo se encuentra en el Camino de Antequera, el barrio levantado entre Carlos Haya, Carranque, Portada Alta y Teatinos que conserva buena parte de aquel esplendor vertido en un trazado sinuoso donde las mansiones compiten por el suelo con los jardines. La creación de este enclave se desarrolló entre 1920 y 1940, aunque su mayor ímpetu corresponde a la tercera década del siglo pasado. Entonces, lo que hoy es la avenida de Carlos Haya constituía la principal salida natural de la ciudad hacia el interior, una periferia desierta reducida a su condición de acceso. La burguesía impulsora encontró aquí un ámbito ideal para instalarse a sus anchas y, de paso, favorecer la expansión de la ciudad. No era poco lo que había en juego: despedir de una vez al antiguo poblado que sospechaba de todo lo que se cociera al otro lado del río y poner las vías adecuadas para la conformación de una metrópoli. De nada serviría un crecimiento industrial sin un crecimiento urbanístico. Pero la Guerra Civil terminó por truncarlo todo, el capital invertido se esfumó, Málaga quedó condenada al ostracismo y muchos de los propietarios de aquellas mansiones huyeron para salvar su vida. Hoy, el Camino de Antequera está más que integrado en la ciudad, que ha superado ya ampliamente aquellos límites. En sus calles abunda el silencio, como si de un monumento a la memoria escasamente visitado se tratase. Algunas de aquellas antiguas casas señoriales se mantienen aún en pie, otras fueron construidas bastantes décadas después en la misma zona a imitación de las originales y otras fueron sustituidas por chalés adosados y edificios de viviendas sin mucha altura en los mismos perímetros exactos. Los jardines se suceden, algunos abandonados y marchitos, otros bien conservados y atractivos, pero siempre detrás de muros y rejas, ya sea para casas unifamiliares o para bloques de apartamentos. El contacto de estos inmuebles con el exterior se establece escrupulosamente mediante el portero electrónico. Hay algo de mausoleo, de nostalgia ensimismada, de formol urbano en este tramo sin plazas, sin espacios para el encuentro vecinal, en el que la vida se hace hacia dentro y en el que el pasado pesa sin remedio en la conciencia del caminante.

Buena parte del barrio se extiende en la misma avenida de Carlos Haya frente al hospital, desde el cruce con la avenida de Santa Rosa de Lima y en dirección al Puerto de la Torre. En esta acera muestra el enclave su perfil más amable y atractivo, con bares, restaurantes y algunas tiendas, aunque ya asoman algunas fachadas de ladrillo rojo, blasón y balaustrada. Desde aquí, calles como Pedro Espinosa y Soliva conducen al corazón del Camino de Antequera, representado especialmente en la calle Juan Valdés, una vereda rodeada de mansiones de estilo regionalista cuyas entradas vienen precedidas casi siempre por sus patios y jardines. Abunda la planta cuadrangular, tanto en una como en dos alturas, y los embellecimientos con azulejos. Buena parte de la lista municipal de edificios protegidos (o en vías de adquirir este rango) se localiza en el Camino de Antequera, como los números 4 y 8 de la calle Juan de Valdés, los 4 y 6 de la calle Sánchez Borrero, el 7 de calle Martín de la Plaza, el 13 de calle Castilla y el 85 de la misma avenida de Carlos Haya. En los patios hay higueras, olivos y almendros, además de naranjos y una amplia variedad de enredaderas y trepadoras. Al caminante no le quedan aquí muchas opciones más que contemplar estas casas. A veces, lo que parece el acceso a una mansión conduce en realidad a un bloque con seis u ocho viviendas, pero el silencio es el mismo, y la sensación de incomunicación es igual. Resulta evidente que el número de vecinos es más bien reducido, y que quienes viven aquí siguen los antiguos preceptos burgueses de aislamiento y autoabastecimiento, lo que no deja de resultar paradójico a escasos metros de dos barrios de emblemática extracción humilde y famosos por su participación ciudadana como Portada Alta y Carranque. La nostalgia por las glorias que no acontecieron lo congelaron todo en seco. Entre las calles Gómez Ocaña y Castilla Málaga es una promesa finalmente no cumplida, pero también un Edén que disfrutan con discreción anónimos contribuyentes.

A pesar de que durante el paseo son pocos los vecinos que salen al paso, resulta más que difícil encontrar una plaza de aparcamiento en estas calles. Muchos de quienes acuden a la zona de Carlos Haya buscan estacionamiento aquí. Los gatos mandan sobre los contenedores de basura, aunque ahora que empieza a llover han decidido poner tierra de por medio. Las aceras están por los general limpias, aunque da la impresión de que los mismos contenedores no se recogen con suficiente frecuencia. El sueño de aquella burguesía sirve ahora de alimento a los felinos: a Málaga le correspondían otros designios.

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